Antonio Arenas y Rafael Plaza durante la presentación de 'Rafa & Roger' en Madrid.

Antonio Arenas y Rafael Plaza durante la presentación de 'Rafa & Roger' en Madrid. Jorge Barreno

Tenis

EL ESPAÑOL avanza en exclusiva un capítulo del libro 'Rafa & Roger'

Escrita por Rafael Plaza y Antonio Arenas y editada por Libros Cúpula, la obra desgrana una de las grandes rivalidades de la historia del deporte.

10 abril, 2018 13:20
Rafael Plaza Antonio Arenas

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[El texto que sigue a continuación es el primer capítulo del libro Rafa & Roger, escrito por los periodistas Rafael Plaza y Antonio Arenas y editado por Libros Cúpula. La obra analiza de forma minuciosa una de las grandes rivalidades de la historia del tenis e incluso del deporte. Puede adquirirse en Amazon, Casa del Libro, Fnac y grandes superficies y librerías a un precio de 18,95 euros].

¿Dónde nos conocimos?

Rafa Nadal no se acuerda exactamente de dónde vio por primera vez a Roger Federer, ni Roger Federer recuerda dónde vio por primera vez a Rafa Nadal.

La memoria es tan poderosa como caprichosa, y es normal que los dos tenistas hayan extraviado ese momento al que posiblemente no le dieron mucha importancia cuando ocurrió.

La mayoría de la gente no es consciente, y ahí se podrían incluir algunos ilustres representantes de un nutrido grupo de expertos, pero la realidad es que Nadal y Federer inauguraron su cara a cara particular en un partido de dobles.

Fue el 16 de marzo de 2004, en la segunda ronda del Masters 1000 de Indian Wells. El español formaba pareja con Tommy Robredo, el suizo lo hacía con Yves Allegro y la victoria (5-7, 6-4 y 6-3) cayó del lado de Nadal y Robredo, que avanzaron a cuartos de final sin darse cuenta de la importante página que se acababa de escribir sobre el cemento del Estadio 2 de Indian Wells, en California.

En diciembre de 2016, más de doce años después de ese primer cruce, Rafa y Roger se habían enfrentado en treinta y cuatro ocasiones en individuales (23-11 para el español) y tres en dobles (2-1 también para Nadal), construyendo dos carreras inigualables y meteóricas.

Más de una década después de que se inaugurase el enfrentamiento entre los dos colosos, lo que sucedió durante la temporada 2017 le dio un giro completamente inesperado a la rivalidad más importante de la historia del tenis y obligó a recuperar esa pregunta en un lógico intento de entender el presente buceando en el pasado.

¿Dónde nos conocimos, Rafa? ¿Dónde nos conocimos, Roger?

En algún lugar del mundo, pero eso no importa en absoluto. Lo que de verdad importa es todo lo que hemos vivido para llegar hasta aquí.

CONTINUARÁ…

MANACOR

Bajo el cálido e intenso sol otoñal que abriga siempre los noviembres mallorquines, Rafa espera pacientemente a Roger. Federer llega tarde a la cita.

Tras más de tres meses de baja en el circuito por culpa de la operación en la rodilla izquierda a la que se sometió para reparar una rotura de menisco, Federer se dispone a realizar su primera aparición pública en un contexto tenístico. Ha recibido una invitación imposible de denegar, una convocatoria especial y única a la que deseaba acudir por encima de cualquier otra cosa. Sin embargo, su avión privado, el que debía trasladarle de Zúrich a Mallorca, no puede despegar aún. El suizo, contraviniendo los tópicos sobre la puntualidad helvética, no iba a ser puntual.

Rafa aguarda paciente. Tras años de planificación, trabajo, esfuerzo y sacrificio por parte de toda la familia Nadal y de un equipo entregado al fascinante proyecto, había llegado la hora de enseñarle al mundo la Rafa Nadal Academy by Movistar, un proyecto cuya construcción había arrancado el 3 de noviembre de 2014. Y Rafa no quería hacerlo solo. Anhelaba y deseaba vivir esa histórica fecha con Roger. Nadie mejor a su lado para simbolizar el legado de una carrera deportiva tan sacrificada y prolífica. Nadie capaz de ejemplarizar de una manera tan certera los cánones del magisterio deportivo. Y nadie mejor que él para ilustrar y simbolizar a su lado los parabienes de una vida forjada por y para el tenis. Lo tenía claro, quería a Roger a su lado. Y Roger había dicho que sí. Pero estaba llegando tarde.

Durante más de una década, Rafa y Roger han convivido con una relación en la que se los ha etiquetado deportivamente como adversarios y rivales. Etiquetas superlativas que los han encaramado al Olimpo de las deidades: Nadal y Federer son los adversarios más ejemplares, los rivales por antonomasia y los mejores archienemigos de la historia del tenis. Pero la cita prevista para el 19 de noviembre de 2016 nada tiene que ver con la confrontación ni con la rivalidad. Tiene que ver con el compañerismo, con la generosidad, con la lealtad y con la amistad. Con los valores y las virtudes humanas.

Manacor se había vestido de tenis. No con un disfraz circunstancial, sino con la vestimenta y la elegancia propia de quien sabe que lleva la esencia de ese deporte en sus venas fluyendo como un río desbocado. Más de un centenar de personalidades del mundo del tenis habían aterrizado en el aeropuerto internacional de Son San Juan procedentes de numerosos puntos del planeta con el objeto de acudir a tan remarcable inauguración. Exjugadores, altos cargos directivos de los principales organismos del tenis, patrocinadores de la academia, políticos regionales y más de una cuarentena de periodistas habían madrugado para ser testigos de tan formidable efeméride.

Todos ellos habían recibido una invitación personal de Nadal o de su equipo, y ninguno había querido perderse el encuentro de Rafa y Roger en tan señalada fecha. Reuniones canceladas, viajes aplazados y eventos pospuestos: Rafa y su academia eran prioridad absoluta en las agendas de todos.

Con el objeto de poder disfrutar de más tiempo en la isla y poder profundizar en cada rincón de la academia, personalidades como David Haggerty, presidente de la Federación Internacional de Tenis, y Chris Kermode, máximo mandatario de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP), deciden incluso llegar un día antes para conocer cada rincón de uno de los lugares que tendrá más influjo futuro en el deporte que ellos dirigen desde sus organismos. El complejo ubicado en Manacor, compuesto por unas amplias instalaciones deportivas y de fitness, un centro de salud y clínica del deporte, un innovador museo y el edificio de la academia, también cuenta con un moderno inmueble habilitado a modo de residencia para visitantes como Haggerty o Kermode, que deciden conocer la academia. Carlos Costa, agente, confidente y parte esencial del equipo de Nadal y de la academia, ejerce de Cicerone en la visita.

Ni Rafa ni su equipo quisieron escatimar a la hora de diseñar un proyecto que debía servir como legado imperecedero del apellido Nadal. Desde los prolegómenos del profesionalismo hasta la retirada, las carreras de los tenistas más afortunados no suelen prolongarse más allá de los quince o veinte años, pero el nombre de Rafa y el apellido Nadal se perpetuará mientras exista el tenis y mientras no se apaguen las memorias. Por eso, cada detalle del complejo está cuidado con esmero y pulcritud.

Desde las aulas y las bibliotecas donde reciben clase los alumnos de la academia hasta la alimentación del bufé, pasando por el exquisito cuidado de las habitaciones y la esmerada decoración de los vestuarios. Nada está improvisado o relegado al azar y así lo advierten los ilustres visitantes. El tour no es breve, ya que el complejo ubicado en Manacor está compuesto por las amplias instalaciones deportivas del Rafa Nadal Sports Centre, por el avanzado Academy Fitness Centre, la clínica del deporte Health Centre, la residencia y las aulas de la academia, el museo y el alojamiento. Y todo ello, orbitando en torno a una fabulosa pista central, ocupada ya por el escenario, la pantalla y las sillas que acogerían el reencuentro entre dos de los mejores jugadores de siempre en el acto de inauguración oficial.

Haggerty y Kermode, recibidos con gran hospitalidad en la víspera, también aguardan impacientes la llegada de Roger. Las ambiciosas expectativas generadas para presenciar el ansiado evento comenzaban a superar sus propias barreras a medida que la espera se prolongaba en el tiempo. El sudor provocado por el húmedo calor impregnaba las chaquetas y vestidos de los presentes, pero el rostro del anhelante y fantasioso público congregado en la pista central no se dejaba intimidar por unos pocos rayos de sol.

Entre los ciento treinta invitados que ya ocupan su sitio en la pista, el tiempo de espera sirve para reflexionar, para meditar y para que afloren conversaciones y debates en torno a las dos figuras que en breve deben ser protagonistas del evento.

Los menos confiados, quizá los más escépticos y menos crédulos, se planteaban interrogantes lícitos, pero poco halagüeños y ciertamente crudos: ¿será esta la última vez que veamos juntos a Nadal y Federer en una pista de tenis? ¿Servirá este evento como preludio o colofón a dos grandes carreras? Federer nunca ha estado tanto tiempo parado, ¿será capaz de volver al circuito y convivir con la derrota? ¿Se habituará a cohabitar fuera del Top 10 mundial o a no llegar a la segunda semana de los Grand Slams?

La nostalgia arropa también a todos los asistentes que han degustado en el pasado el dulce sabor de las victorias de estos dos gigantes. Por ello, aunque las dudas convivan con la fe, la manera de formular los interrogantes se elabora con una literatura mental muy diferente: ¿serán capaces Rafa y Roger de volver a mostrar su mejor nivel tenístico en un futuro cercano? ¿Tendrán la capacidad para ganar de nuevo títulos ATP? ¿Les dará su nivel de juego para plantar cara a Djokovic y a Murray? ¿Cuál será su tope en los Grand Slam? ¿Quizá cuartos de final? ¿Semifinales? ¿Hasta cuándo los veremos aupados en el Top 10?

Mientras estos dos grupos de personas amenizan su espera interrogándose sobre el incierto futuro de Nadal y Federer, hay quien contempla el todavía vacío escenario barruntando un quimérico porvenir basado en certidumbres inquebrantables. ¿Quién soy yo para dudar sobre el retorno de Nadal y Federer? ¿No han demostrado ya en el pasado su sempiterna destreza para resurgir de las más arduas vicisitudes? Los horizontes, siempre complicados de interpelar, son también objeto del cuestionario interno de este motivado sector de invitados.

No obstante, el tono de su formulario es fruto de las conjeturas más joviales y eufóricas. ¿Cuántos torneos volverán a cosechar Federer y Nadal en su retorno? ¿Se enfrentarán de nuevo en finales el español y el suizo de manera inminente? ¿Veremos pronto su lucha por el cetro del liderato del ranking ATP? ¿Ganará Rafa todos los partidos que dispute en la gira de tierra batida? ¿Llegará este año «la décima » en Roland-Garros? ¿Volverá a imperar la soberanía de Roger sobre la hierba británica?

Las tres perspectivas son igual de lícitas, todas ellas basadas en hechos, semblanzas y recuerdos del pasado entremezcladas con la realidad de un circuito muy exigente y la perspectiva de un futuro incierto. ¿Qué amante del tenis sería capaz de enterrar prematuramente a dos de los mejores de la historia? Y en su versión contraria, ¿quién, en su sano juicio, podría aventurar que dos jugadores castigados por las lesiones estarían disputándose la final del primer Grand Slam de la temporada?

La nostalgia, cálida compañera en los tragos más amargos, es capaz de evocar las reminiscencias más emotivas uniendo hasta a los más incrédulos en un día tan especial y simbólico. Aunque algunos de los asistentes al evento han convivido con las estratosféricas carreras tenísticas de Rafa y Roger, no todos los invitados son capaces de dimensionar el legado y la trascendencia de sus vidas deportivas. A los más pequeños, los jóvenes jugadores de la academia, no les alcanza la memoria para recordar los primeros envites de Nadal y Federer en Miami o su primer duelo en las semifinales de Roland-Garros. Ni siquiera podrán rescatar de su hipocampo —la parte del cerebro que almacena nuestros recuerdos a largo plazo— el apoteósico envite de gladiadores que enfrentó a ambos en el Foro Itálico por vez primera.

Y no se les puede culpar de nada, porque aquella final de 2006, la más larga que han disputado, transcurrió hace ya más de una década, cuando estos chavales apenas tenían noción de lo que era una raqueta ni sabían que un día en su adolescencia acudirían a la «casa» de Nadal a formarse como tenistas. Pero gracias a YouTube, esa antorcha capaz de inflamar y reavivar momentos que parecían caducos, seguro que les ha regalado la posibilidad de ver a Nadal tendido sobre la hierba de la Centre Court del All England Tennis Club tras lograr ante Federer el noveno juego del quinto set en la final de Wimbledon 2008. O enternecerse con las lágrimas desconsoladas del suizo tras sucumbir en Melbourne en una de las refriegas tenísticas más enconadas entre ambos. Quien más, quien menos, tiene rescoldos en su interior de las hogueras encendidas en el pasado por estos dos pirómanos de las gestas. Y las ascuas de ese originario fuego comienzan a acalorarse de nuevo en los prolegómenos del evento.

Y entonces, entre los enredados pensamientos y la marejada de entelequias, vuelve a pararse el tiempo.

La pirotecnia gestual de los presentes se enciende en el mismo instante en el que se anuncia el comienzo del acto. Michael Robinson toma la palabra como ilustre maestro de ceremonias dando la bienvenida a los jóvenes jugadores que conforman la primera promoción de la Rafa Nadal Academy by Movistar. Los chavales, nerviosos y sonrientes, desfilan entre los aplausos de una pista central abarrotada y se dirigen para ocupar su sitio en un lateral de la grada. Alguno tropieza con los cables de la megafonía, recibiendo las consiguientes bromas de sus compañeros. Son conscientes de que hoy ellos son los teloneros de dos grandes roqueros del tenis mundial.

Ataviado con traje y una camisa de cuadros azules y blancos, emerge bajo el túnel de vestuarios la inconfundible figura de Roger Federer. Su porte, su elegancia natural y su mirada profunda parecen no haber cambiado con el paso de los años. De su lado no se aparta un Rafa, que, vestido con un traje de Tommy Hilfiger y camisa blanca, ejerce de hospitalario anfitrión. Acompañados por José María Álvarez-Pallete, presidente de Telefónica, los tres protagonistas avanzan los diez metros que separan el túnel del escenario y ascienden dos escalones para tomar asiento en las tres sencillas y funcionales sillas altas.

Roger Federer y Rafael Nadal al arrancar la presentación en Manacor.

Roger Federer y Rafael Nadal al arrancar la presentación en Manacor. Rafa Nadal Academy by Movistar

Y entonces, los recuerdos enterrados en silencio comienzan a cobrar forma con la disertación inicial de Federer.

—Me dispongo a decir aquí mis primeras palabras desde que estoy lesionado —se arranca el suizo—. Y he de decir que este tiempo ha sido muy sencillo para mí: he disfrutado en casa, he pasado tiempo con mi familia, los entrenamientos han ido bien…

Y en ese momento Federer hace una pequeña pausa para fijar su mirada en Nadal.

—Pero, sinceramente, no sé cómo va a ser mi vuelta a las pistas —afirma, reflexivo, el suizo—. Tú lo has hecho un millón de veces, por lo que podré inspirarme en ti y en cómo lo has hecho con tanta facilidad.

—¡No ha sido tan fácil! —interrumpe Rafa entre risas.

—Bueno, pero es que tú lo has hecho parecer fácil. Ya sé que no habrá sido sencillo, pero cada vez que has vuelto tras una lesión has conseguido de nuevo ser top 10, top 5 e incluso número uno del mundo. Y eso es algo en lo que me voy a inspirar ahora cuando retorne al circuito en enero.

El verbo fácil y amable de Roger comienza a discurrir con la misma sencillez y elegancia con la que golpea a la pelota, con una estética natural, nada impostada, que atrapa a los invitados.

—Cuando nos encontramos en La India el año pasado me hablaste del proyecto de la academia en tu ciudad natal que estabas llevando a cabo con tu familia y amigos. Pensé que era una idea fantástica, pero reconozco que no sabía cómo iba a ser. Te dije: «Si necesitas que vaya allí, estaré muy feliz de hacerlo» —prosigue el tenista suizo—. Recuerdo que hablé con Mirka, mi mujer, y le comenté que, si yo tuviera una academia, me encantaría que Rafa, mi gran rival, un día me llamara y me dijera que quería visitarla, jugar conmigo o cualquier cosa. ¡Pero yo no tengo una academia! Entonces pensé en llamar a Rafa y ofrecerme para ir allí un día, pero estaba seguro de que él me daría las gracias, y a la vez me diría que no me preocupase, que no hacía falta. Y nunca volví a saber nada del tema de la academia durante meses. Yo pensaba «bueno, le irá todo bien». Entonces recuerdo que me pedisteis grabar un vídeo en Mónaco y aproveché para recordar a todo su equipo que mi oferta seguía en pie y que estaría muy feliz de ir un día. ¡En ese momento era yo el que quería ir y verla! Me enteré de que tenía más de veinte pistas, un hotel, un museo y pensé: «¡Dios mío, es que no me puedo perder eso!».

Como si de una final de Wimbledon se tratase, el silencio había sepultado todo lo que rodeaba la voz de Federer. El suizo había conseguido hipnotizar con su verbo a un público acostumbrado a ser hechizado por sus derechas y sus voleas, pero no por sus palabras.

—Y entonces, ¡por fin me llamaste y me pediste venir en octubre! Te dije que era perfecto, porque yo entonces tendría mucho tiempo libre. Estoy muy feliz de estar hoy aquí y quería hacértelo saber. Muchas gracias por la invitación, estoy seguro de que va a ser una gran academia y si he de sacar algo en claro hoy es que ya sé dónde mandaré a mis hijos si algún día quieren jugar al tenis —concluyó el suizo.

Mientras el centenar y medio de personas aplaudía las palabras de Roger, las conclusiones extraídas por parte de los allí presentes parecían ser unánimes. Las frases que había proferido el ex número uno del mundo no tenían como objetivo el halago fácil, sino que eran fruto de una profunda admiración por su rival y amigo, y consecuencia de haber quedado impresionado por las instalaciones de la Rafa Nadal Academy by Movistar. Federer también había tenido tiempo para conocer la labor formativa y académica dirigida por un equipo técnico y directivo (liderado por Rafa) que él conocía muy bien. Y estaba claro que su encandilamiento era auténtico, veraz.

Finalizado el speech inicial de Roger, Michael Robinson cedió la palabra a Rafa. El anfitrión se levantó de su silla y extrajo de la chaqueta unas hojas que empleó como guion para los agradecimientos iniciales. Sin embargo, los folios se desvanecieron cuando Rafa miró a los ojos de Federer para dedicarle unas palabras vertidas directamente del corazón. De campeón a campeón. De leyenda a leyenda. Sin folios de por medio.

—Quiero expresarte mis sentimientos reales sobre lo que significa que tú estés hoy en Manacor apoyando este momento que es tan especial para mí, para el equipo, para mi familia, para la ciudad y para la primera promoción de jugadores de la academia —se arrancó Rafa—. Hemos compartido muchos momentos importantes a lo largo de nuestras carreras y siempre lo hemos hecho con una muy buena relación de amistad. Lo hemos dado todo en la pista y hemos luchado por los objetivos más importantes por los que un tenista puede pelear. Siempre lo hemos hecho con mucha deportividad y creo que es algo de lo que debemos estar orgullosos. Quiero darte las gracias por todo lo que has hecho en el mundo del tenis, y estoy seguro de que en estos momentos, en los que la cosa no está siendo fácil por las lesiones, estás mostrando una imagen que espero que sea de gran ejemplo para las nuevas generaciones de niños que están aquí y alrededor de todo el mundo que desean ser tenistas y, lo más importante, que desean ser buenas personas. Eres un ejemplo para ellos. Es verdad que en su momento te ofreciste para venir y apoyar la academia —prosiguió Rafa respondiendo a las palabras de Roger—. Pero en aquel momento sentí que no quería molestar a nadie, esa es la verdad. Y menos a alguien como tú que tiene una agenda complicadísima. Para mí significa todo que estés aquí, así que quiero darte las gracias de nuevo.

La complicidad entre Rafa y Roger es total, desnuda de cualquier tipo de vanidad y de afán de protagonismo. Y ambos siguen abriendo su corazón a los presentes.

—Los medios me preguntan mucho por el futuro (¡y más últimamente!) y por cómo me veré dentro de unos años cuando deje de jugar al tenis —continúa expresándose Nadal—. ¡De momento me veo jugando al tenis! Confío y creo que aún me quedan muchos años de estar por el circuito, pero la realidad es que hay un futuro. Y esto es parte de mi futuro. Soy una persona que siempre ha hecho todo con pasión y el deporte es mi auténtica pasión. Durante muchos años he estado viajando por el mundo y lo que nos hacía ilusión era crear algo especial, y hacerlo aquí, en Manacor, donde he vivido toda mi vida y por eso la creación de este centro deportivo y academia es un sueño hecho realidad. Esperamos que los chicos que están aquí presentes disfruten de todas las instalaciones y se esfuercen al máximo. Nosotros lo que podemos decir es que vamos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que esta instalación sea un éxito a nivel profesional pero también a nivel humano. No hay mayor satisfacción para nosotros que los chicos que vengan aquí estén felices y aprendan, no solo a nivel tenístico sino también a nivel educacional, académico y humano. Nuestro gran objetivo es que los jóvenes que vengan aquí salgan con una formación que les permita encarar el futuro con garantías, ya sea en el mundo del tenis o en aquello a lo que decidan dedicarse: este es nuestro gran objetivo y nuestro gran reto —cerró Rafa.

Tras responder a las preguntas que los alumnos de la Rafa Nadal Academy y Movistar realizaron a Nadal, Federer y a José María Álvarez-Pallete, Michael Robinson dio el acto por concluido. Pero lejos de atenuar su fuerza, la avalancha de emociones volvió a desbocarse cuando Rafa anunció a Roger que quería entregarle un regalo, un detalle por haber acudido a Manacor a compartir ese día tan mágico. El presente no es otro que un cuadro conmemorativo con imágenes de la histórica rivalidad entre ambos tenistas: treinta y cuatro fotos y fechas que ilustraban los partidos disputados hasta la fecha.

Desde los octavos de final del Miami Open en 2004 hasta el choque que les midió en la final de Basilea en 2015. Ambos jugadores contemplan y observan detalladamente el cuadro señalando alguno de los momentos más emotivos. Aunque el balance de victorias está desequilibrado (veintitrés triunfos de Nadal por tan solo once de Federer), los dos deportistas no contemplan una miscelánea de imágenes con trofeos de vencedores y vencidos. Rafa y Roger vislumbran una historia conjunta, una rivalidad cosida a base de sudor y heroísmo en la que ambos son protagonistas. La mayoría de las instantáneas escenifican, o bien el saludo inicial de los partidos, o bien la felicitación posterior a los duelos. Sin grandes estridencias, con respeto hacia el contrario y con miradas de profunda reverencia mutua. Un collage que queda para la posteridad. Entonces, Roger se para a leer las palabras que, de su propio puño y letra, ha escrito Rafa en la parte inferior del cuadro:

Querido Roger: Muchas gracias por tu apoyo en la apertura oficial de mi academia. Hoy es un día inolvidable para mí, mi familia y mi equipo. No puedes imaginar lo especial que es tenerte aquí con nosotros. Roger, este cuadro refleja todos los momentos que hemos tenido juntos en pista. Los observo y veo todos los grandes recuerdos que nos hemos encontrado en nuestras carreras. Continuarán…

Roger miró a Rafa. Y Rafa devolvió la mirada a Roger. Se abrazaron. Federer sabía el profundo calado que tenían esas frases por el contexto, por el presente conjunto y por un pasado imborrable. Pero, sobre todo, por el futuro. Era la última palabra de la dedicatoria la que encierra un trasfondo especial, único y cargado de optimismo.

Cuando Platón adquirió por tres mil dracmas los jardines de Academo en las afueras de Atenas con el propósito de poder dar sus largos paseos y filosofar, seguramente no era consciente de la repercusión histórica que sembrarían las materias que allí acabaría impartiendo. Aquella propiedad, que acabaría siendo una escuela, sirvió como semilla de lo que hoy conocemos como academias.

Es probable que Rafa no conociera ni la historia de Academo ni la implicación de este héroe legendario de la mitología griega en el rescate de Helena por parte de Teseo. Puede que Rafa tampoco conociera en profundidad las enseñanzas de Platón ni la gran influencia que su Academia tuvo en el desarrollo de la filosofía helenística, de la ética, la política y la epistemología.

Pero al final, las bases asentadas por el equipo de Rafa no distan mucho (salvando las distancias) de las del filósofo ateniense, cuyo objetivo era el de trabajar para el futuro en su área de conocimiento y propiciar el advenimiento de nuevos legatarios de sus enseñanzas. De la Academia ateniense surgió Aristóteles, el alumno aventajado de Platón, cuyo influjo y ascendencia ha sido trascendental para sentar las bases de la historia intelectual de Occidente. Nadal ya buscaba a sus futuros Aristóteles en Manacor.

Alejado de la alta competición por culpa de dos amargas lesiones, Rafa le había enseñado a Roger el futuro, su futuro. Un legado en forma de academia que servirá para perpetuar su nombre y sus apellidos entre las nuevas generaciones de tenistas. Un enclave en el que se forjarían buenos tenistas y grandes personas. Un lugar que destilaría esfuerzo, responsabilidad, humildad y perseverancia. Esas eran, al fin y al cabo, las virtudes de Rafa. Y las virtudes de Roger.

La jornada aún no había finalizado. Al español y al suizo les quedaba por delante un importante caudal de sensaciones por descubrir. El partido en Manacor no había hecho más que comenzar.

Portada de 'Rafa & Roger'.

Portada de 'Rafa & Roger'. Planeta de Libros