Desde que Roger Federer ganase su primer Wimbledon en 2003, el trío formado por Rafa Nadal, Novak Djokovic y él ha dominado con mano de hierro el tenis mundial. Su superioridad fue tal que sólo entre ellos fueron capaces de discutirse no sólo la primacía de los grandes torneos, sino el día a día de las canchas. Que no ganasen un torneo en el que tomaban parte significó una sorpresa mayúscula. Cualquier rival que no fuera uno de los dos restantes era despachado con precisión quirúrgica y, en consecuencia, rutinaria. Federer, Nadal y Djokovic, tres casos distintos.

A sus 35 años, el tenista más elegante de la historia, operado de una rodilla a principios de año, ya no es el imbatible jugador que conquistó el mayor número de torneos del Grand Slam. Nos sigue dejando golpes magistrales y muestras de su monumental talento que le permiten avanzar en los rondas de los torneos. Y tanto talento tiene que puede ganar a cualquiera en un día de inspiración, pero sus días de dominio quedan lejos.

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Lo mismo, aunque por razones diferentes, podíamos decir del tenista más apasionado que hemos visto en una cancha de tenis. El manacorense ha sufrido muchas lesiones físicas en su carrera, de las que se ha recuperado con tiempo pero sin déficit, y, paradojas de la vida, lo que le mantiene ahora es una crisis de su mejor golpe: la confianza. Con un poco menos de condición atlética, Nadal sufre y sufre ante los pegadores del circuito, que no quieren darle tregua. Y perdido en un laberinto antes amigo, no encuentra el camino de vuelta. Quizá porque lo que necesita sea una salida.

Y el de Djokovic parece ser un asunto emocional. De fatiga mental por aguantar tantos años la presión, de ausencia de retos una vez que superó a los que muchos años le relegaron sin piedad a la tercera posición del ránking, o vaya usted a saber qué. El caso es que está perdiendo más partidos que nunca y en determinados momentos parece como si el encuentro no fuera con él. Y lo que es más extraño aún, rompió a llorar tras su derrota en los JJOO de Río y destrozó con saña una raqueta en su derrota con Bautista. Como si la máquina perfecta de jugar al tenis que hemos visto en los últimos años hubiera perdido el equilibrio emocional.

Al acecho, el escocés Murray se muestra como el predador que lleva años esperando la captura del número 1. Tiene el brillo en los ojos de quienes se sienten cerca de su presa y muestra la determinación que el serbio parece haber extraviado. Por supuesto que seguirán ganando, y grandes torneos, pero los tiempos del dominio incontestable del trío de ases no volverán.

Al contrario que Nadal y Djokovic, Roberto Bautista ha alcanzado sus mejores años en la edad en la que aquellos comenzaron dar señales de flaqueza. De la raza de jugadores que nunca desmayan en busca de su oportunidad, de los que son conscientes de que la carrera es muy larga y de que cada cual tiene su proceso de maduración, cada vez admiro más a quienes como Bautista son capaces de navegar años y años en aguas desfavorables. En los días precipitados de la recompensa inmediata, Bautista encarna la cultura del esfuerzo.

La misma que, y cambiando de tercio, demuestra año tras año una de nuestras grandes deportistas, desconocida para el gran público. La esquiadora de fondo Laura Orgué nunca obtuvo la gloria olímpica que buscaba, pero estuvo cerca. Tres veces participante en los Juegos Olímpicos de invierno, obtuvo una impresionante décima posición en Sochi, sólo a 5.7 segundos del diploma. Un hito en un deporte en el que- salvo el portentoso J. J. Gutiérrez-nunca habíamos logrado un resultado notable. Laura hizo, más o menos, lo que Bruno Hortelano en los pasados Juegos de Río: codearse con las mejores.

Tras un año postolímpico en el que no cubrió sus objetivos, Orgué se ha volcado con las carreras de montaña-que hacía tiempo que compaginaba con las tablas-, dando muestras de su gran clase. Infatigable, la extraordinaria fondista ha conseguido esta temporada dos subcampeonatos en las modalidades de kilómetro vertical y Sky de las Skyrunner World Series. Que quede constancia con estas palabras de los hitos de la barcelonesa. Enhorabuena, Laura.