Ilia Topuria celebrando su título de la UFC junto a su madre Inga, a la izquierda, y el resto de su familia

Ilia Topuria celebrando su título de la UFC junto a su madre Inga, a la izquierda, y el resto de su familia

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De refugiada de guerra a forjar al campeón Topuria: cómo Inga convirtió el dolor en la fuerza de su hijo Ilia

'Rendirse no es una opción' (Espasa) es la biografía de la vida de la madre de 'El Matador', una mujer hecha con las heridas de la guerra civil georgiano-abjasia.

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En los años setenta, Inga Bendeliani desayunaba cada mañana en un balcón soleado de Abjasia contemplando el mar Negro. El mundo parecía infinito y apacible desde aquella república autónoma soviética donde las culturas convivían en armonía perfecta.

Pero el paraíso se desplomó como un castillo de naipes en agosto de 1992. La guerra civil georgiano-abjasia estalló tras la desintegración de la Unión Soviética, convirtiendo a Sujumi en un campo de batalla donde los vecinos se transformaron en enemigos.

El pasado 1 de octubre se publicó Rendirse no es una opción (Espasa), el libro de Giorgi Kekelidze que rescata del olvido esta historia extraordinaria de supervivencia y resistencia maternal. Su protagonista no es otra que Inga, la madre del campeón Ilia Topuria.

Rendirse no es una opción (Espasa, 2025)

Rendirse no es una opción (Espasa, 2025)

Con apenas 21 años, Inga se encontró embarazada y con una hija de apenas un año entre los brazos cuando las bombas comenzaron a caer sobre su ciudad natal. El futuro, antes luminoso, se tiñó de negro en cuestión de semanas. El mes de diciembre de 1992 le arrebató a Inga todo lo que amaba de una sola vez. Su hermano Emzar y su primer marido, Gueorgui, cayeron en combate el mismo día, dejándola viuda, huérfana de hermano y completamente sola en un mundo que se desmoronaba.

El libro rescata un detalle desgarrador que simboliza la crueldad de la guerra: los calcetines tejidos que llevaba Gueorgui el día de su muerte. Aquellas prendas íntimas, probablemente tejidas por las manos de una mujer, se convirtieron en el último vestigio de una vida tranquila pulverizada.

Embarazada y rota por el dolor, Inga tuvo que velar simultáneamente los cuerpos de los dos hombres más importantes de su vida. La imagen de una mujer joven contemplando dos ataúdes mientras protege a su hija define el punto de no retorno de su existencia.

Con el hambre royendo sus entrañas y la desesperación como brújula, emprendió una huida épica a través de los pasos nevados del Cáucaso. Los caminos estaban sembrados de cadáveres y cada paso se convertía en una decisión entre la vida y la muerte.

Durante aquella travesía dantesca, cargando con sus dos hijas pequeñas como un peso sagrado, Inga comprendió que la supervivencia también dependía del azar más caprichoso. Rechazó un asiento en un helicóptero que se estrelló minutos después, salvándose por casualidad.

Esta experiencia límite forjó en su alma una filosofía que se convertiría en el título de su vida: "El ser humano puede aguantar el hambre, la sed y el frío, pero nunca perderse a sí mismo". Una máxima que transmitiría como herencia a sus futuros hijos.

En medio de aquella odisea de supervivencia apareció Zaza Topuria, un hombre que le devolvería la esperanza y se convertiría en su compañero de vida. Junto a él logró escapar definitivamente de Georgia y reconstruir su existencia desde cero.

Inga, de joven, junto a su hijo Ilia Topuria

Inga, de joven, junto a su hijo Ilia Topuria

Alemania les abrió sus puertas como refugiados. Allí nacerían Aleksandre en 1996 e Ilia en 1997, dos niños que crecerían escuchando historias de una patria perdida y lecciones de resistencia forjadas en el sufrimiento más extremo.

Una vez establecida en el exilio, primero en Alemania y posteriormente en España, Inga se dedicó a una tarea titánica: transformar las cicatrices de la guerra en valores inquebrantables para sus hijos.

Les enseñaba versos de poetas georgianos como antídoto contra la desesperanza, manteniendo viva su herencia cultural mientras les inculcaba una disciplina férrea. Los hermanos Topuria crecieron sabiendo que venían de un pueblo que nunca se rinde.

Para Aleksandre e Ilia, las peleas callejeras se convirtieron en "una rutina diaria", según reveló su madre años después. "Cada vez que salían a la calle se peleaban con la finalidad de asegurar y defender su barrio".

Inga veía en esas confrontaciones juveniles algo más profundo que simple violencia. Era el comienzo del camino hacia los títulos mundiales, una forma primitiva de "cuidar sus propios cinturones como hombres", según sus propias palabras.

La madre aplicó una filosofía educativa implacable basada en no facilitarles las cosas. Como explicaría Ilia años después sobre la crianza de su propio hijo: "Los tiempos fáciles crean hombres débiles y yo no quiero que sea débil".

Inga les enseñó que "todo lo que uno hace debe hacerlo por sí mismo primero, para poder hacer feliz a los demás". Esta filosofía de autoexigencia y responsabilidad personal se convirtió en el fundamento de su éxito posterior.

La educación maternal no solo forjó caracteres individuales fuertes, sino que creó una hermandad inquebrantable entre Aleksandre e Ilia. El mayor se convirtió en entrenador del menor, sacrificando su propia carrera: "Hasta la muerte con mi hermano".

Inga Bendeliani, entre sus hijos Aleksandre e Ilia Topuria

Inga Bendeliani, entre sus hijos Aleksandre e Ilia Topuria

Para Ilia, el ejemplo familiar ha sido determinante en cada momento de su carrera: "El mayor ejemplo que he tenido de mi familia es el de nunca rendirse", una lección aprendida directamente de los labios de su madre.

Inga siempre ha estado presente en los momentos cruciales, reconociendo desde el principio que Ilia "tiene algo especial" y que con disciplina podría "llegar hasta aquí", hasta la cma. Su fe inquebrantable se ha convertido en combustible emocional.

Como ella misma expresó en el pasado: "Ilia no llegó aquí solo, después de cada pelea necesita a su familia". Esta declaración resume perfectamente su papel como pilar emocional que sostiene a sus hijos en la adversidad.

El contraste entre aquella joven refugiada que caminaba bajo la nieve cargando con dos niñas y el momento del triunfo mundial resulta cinematográfico. Pero Giorgi Kekelidze lo cuenta "sin exceso de épica".

Ilia Topuria, junto a su padre Zaza y su madre Inga, en una foto de archivo

Ilia Topuria, junto a su padre Zaza y su madre Inga, en una foto de archivo

El 17 de febrero de 2024, cuando Ilia derrotó a Alexander Volkanovski y se proclamó campeón mundial de peso pluma de la UFC, se cumplía una promesa hecha décadas antes en los campos de refugiados georgianos.

Ese momento, seguido por millones de espectadores en todo el mundo, representa la culminación de una resistencia que comenzó con una madre decidida a que sus hijos tuvieran un futuro mejor que su pasado.

La historia de Inga Bendeliani trasciende el ámbito deportivo para convertirse en un alegato universal sobre cómo el trauma puede transformarse en fortaleza generacional.

Su legado demuestra que las madres pueden convertir las cicatrices de la guerra en la fuerza que impulsa a las siguientes generaciones hacia la grandeza.