El fútbol, ese circo ensimismado, genera hábitos y actitudes difíciles de entender fuera de la burbuja que las empresas y los artistas crean y se creen. Soy un convencido -y así lo he defendido en numerosas ocasiones- que el deporte necesita regulaciones específicas por su carácter transversal y por su repercusión social. Las mismas que requieren una actuación impecable en determinados ámbitos de quienes lo dirigen y de sus estrellas.


Sin embargo, con frecuencia el balompié nos ofrece como normales comportamientos que en otras especialidades deportivas y en otros lugares serían tajantemente rechazadas y sancionadas con dureza. Las declaraciones de uno de los futbolistas más reconocibles en todo el mundo -esa criatura que tanto ha contribuido a que populismo haya sido elegida por la Fundación del Español Urgente como la palabra del año-, poniendo en duda la imparcialidad del sistema arbitral español, hubieran debido activar la intervención inmediata y de oficio de la Federación y de la Liga de Fútbol. La salida de pata de banco del pintoresco Piqué merecía una respuesta a la altura del desatino. Si lo pillan en la NBA, lo crujen.


Lo normal, teniendo en cuenta que la credibilidad del sistema es el cimiento de la economía del espectáculo y el alimento de las pasiones de los seguidores. Por estos lares, los únicos que parecen haberse molestado son los árbitros, un estamento clave para el correcto funcionamiento de la competición que, de forma paradójica e inexplicable, es continuamente vapuleado por los clubes fuera del terreno de juego y por los jugadores y entrenadores dentro y fuera.

Gerard Piqué.

Gerard Piqué. EFE


Tampoco conozco ningún deporte individual o colectivo en el que los aficionados se dediquen de forma sistemática a insultar gravemente a los deportistas. Hay muchas maneras de mostrar el desacuerdo con el comportamiento de un jugador. Silbando, abucheando o usando el ingenio. En su día, la Demencia estudiantil se hizo famosa por sus cánticos mordaces, más próximos al carnaval gaditano que a una grada deportiva. En cualquier caso, lo que no debería quedar impune por sus consecuencias negativas para la reputación del fútbol y de algunos clubs son actitudes ultrajantes como las que mostraron los radicales del Sevilla.


Por último, un asunto de trascendencia que el fútbol no parece haberse tomado en serio es el dopaje. A pesar de los antecedentes revelados por espeluznantes declaraciones de futbolistas (o de sus familiares) que lo sufrieron de forma sistemática en sus equipos; de las esclarecedoras investigaciones del fiscal de Turín, Raffaele Guariniello; de los casos de algunas de las estrellas (Maradona, Davis, De Boer, Guardiola, Gurpegi, Mutu, etc.); y de las conocidas relaciones de los clubs con médicos que en el pasado estuvieron implicados en escándalos, los rectores del fútbol siempre han querido escapar de la normativa internacional, no fuera a ser que el palo de los positivos ralentizara la rueda de la fortuna.


Alegando que el dopaje no existe en el fútbol en un principio y que es un problema marginal ante las evidencias, los clubes y los futbolistas se han mostrado reacios a cumplir a rajatabla las normas de la Agencias Antidopaje, las que cumplen el resto de deportistas que compiten bajo el manto de las federaciones internacionales.


Las declaraciones de atletas británicos afeando la conducta del Manchester City -señalado por la Federación Inglesa como incumplidor de sus reglas- han sido muy sugerentes. Por un lado, señalando que, mientras que a ellos el consumo de nandrolona les costaba dos años de sanción, la misma infracción se despachaba con unos pocos meses para los futbolistas. Por otro, que quizá es hora de pensar en tratar a los deportistas de equipo con el mismo rasero que a los individuales: controles personales y no colectivos.


No creo que exista ni haya existido un problema de dopaje mayoritario o extendido en el fútbol. De ahí a pensar que es un asunto erradicado o de escasa incidencia media un abismo. Por ello, harían bien los dirigentes en prestar atención a la normativa y hacerla cumplir, así como en incidir en las campañas de prevención: todos los jugadores tienen hoy en día un entorno de preparadores y agentes que, como en todos los ámbitos de la vida, pueden tener más o menos escrúpulos a la hora de conducir las carreras de los jóvenes.


Y algunos futbolistas consagrados, en lugar de expresar su malestar por los controles y pasarlos a regañadientes entre veladas acusaciones conspiranoicas, deberían dar ejemplo y reflexionar acerca de la trascendencia que tiene su conducta entre los jugadores inmaduros que aspiran a ocupar su lugar. Al fin y al cabo, desde Usain Bolt hasta Michael Phelps, pasando por Ruth Beitia o Carolina Marín, sin olvidar a todos los jugadores de baloncesto y balonmano, cumplen con su obligación, la inmensa mayoría sin rechistar. Como debe ser.