En el mundo del fútbol, todo período de éxito suele dar pie a otro de nostalgia ante la perspectiva de un presente incierto. No es casual que las últimas selecciones campeonas del Mundo hayan sido eliminadas precipitadamente en el mundial inmediatamente posterior. Les sucedió a la Francia defensora del título en 2002, a Italia en 2010 y a España en 2014, todas ellas eliminadas en la fase de grupos. Brasil, por su parte, cayó en cuartos de final en el Mundial de Alemania 2006, si bien ofreció una imagen muy pobre. En cualquier caso, todo indica que la llegada de Lopetegui al banquillo de la 'Roja' abre una nueva etapa que ha comenzado con ilusión tras el buen rendimiento en sus dos primeros encuentros al frente de la selección.


La derrota de España en el Mundial de Brasil nos trajo de vuelta a etapas que se creían superadas, máxime tras la inmaculada trayectoria del combinado nacional desde 2008, periodo en el que con la excepción de la Copa Confederaciones, se ganaron todos los títulos disputados (Eurocopa-Mundial-Eurocopa). Pero inmediatamente después se volvió a cuestionar el ecosistema que tanto éxito había dado, el único fructífero en toda la historia de la selección española de fútbol. El estilo, los jugadores y hasta al entrenador, el primero que lograba un mundial para España, se encontraron bajo sospecha. Tras la debacle en Brasil, no se cuestionó en exceso la continuidad de Del Bosque pese al evidente desgaste del grupo. Si él se veía con fuerzas, se había ganado el derecho a seguir. Así lo afirmaron tanto la Federación como los propios jugadores y gran parte de la opinión pública.


La eliminación ante Italia en la pasada Eurocopa de Francia evidenció lo que durante los últimos dos años ya se venía advirtiendo con mayor o menor intensidad: la distensión del grupo y la necesidad de abrir las ventanas del equipo. España se mostró como una escuadra frágil a la hora de competir frente a equipos de su nivel. Se evidenció, como declaró Piqué, que el equipo se encuentra lejos del nivel que se exige para pelear por los títulos.


En el actual ‘fútbol del último minuto’, en el que sólo importa el presente y se olvida con facilidad lo logrado, conviene no distanciarse demasiado del pasado exitoso, puesto que suele albergar las claves para repetir un ciclo inigualable. Las últimas derrotas han empañado la trayectoria de Vicente del Bosque, un seleccionador al que sólo el tiempo le pondrá en el lugar que le corresponde, es decir, como un grande de nuestro fútbol. Sucede que tras ocho años en el banquillo de la selección, el desgaste es inevitable, el hambre de ganar se atenúa y el mensaje ya no llega al jugador como solía hacerlo.


No obstante, la necesidad de un cambio para agitar el cesto no debe poner en cuestión el gran legado que deja el técnico salmantino. Nadie dudó del acierto de su elección tras Luis Aragonés; el fútbol español era consciente de que la obra del Sabio de Hortaleza necesitaba una continuidad y no una revolución. Del Bosque, con su perfil bajo, fue introduciendo matices sin dar la sensación de cambiar nada. Algunas de sus decisiones fueron muy controvertidas, como la inclusión de Busquets junto a Xabi Alonso en Sudáfrica o la aportación de Cesc como ‘falso 9’ en 2012. Con esos retoques fue adaptando al equipo frente a rivales que año tras año se armaban para batir a la España campeona. Solo de esta forma, el equipo pudo seguir en lo más alto y lograr un Mundial y una Eurocopa. Todo ello con la dificultad añadida de cohesionar a un vestuario roto tras la intensa celebración de clásicos con Mourinho y Guardiola en los banquillos de Madrid y Barça, respectivamente.

La reciente llegada de Lopetegui al banquillo de la Roja ha renovado el optimismo respecto al combinado nacional. Los partidos ante Lienchestein y Bélgica confirman el acierto de la contratación del vasco frente a las dudas iniciales. Sus dos victorias holgadas han servido para insuflar de optimismo a la afición de cara al próximo Mundial de Rusia. Lopetegui recuperó los viejos hábitos perdidos que permitieron a la Roja marcar una época. En realidad no ha hecho nada nuevo, solo se ha limitado a recuperar la presión tras pérdida de balón, situar a los extremos bien abiertos para atacar por dentro y ciertas variaciones tácticas que le ofrecen algunos futbolistas actuales, como Sergi Roberto o Nolito.

Se le advierte cierto aire cruyffista al técnico vasco. Ante Lienchestein puso en liza durante la segunda mitad la versión más extrema de la vía Cruyff, el 3-4-3. Sacrificó un interior (Thiago) por un extremo (Nolito) y colocó una defensa de tres al adelantar a Sergi Roberto del lateral derecho al medio campo. Tras la depresión, Lopetegui ha renovado a España volviendo a sus orígenes. Mientras la reciente Eurocopa ha encumbrado a los equipos rocosos, más provistos para la destrucción que para la elaboración, el nuevo seleccionador quiere recuperar la singularidad de un estilo que ha marcado la edad de oro del fútbol español. Repito, no ha inventado nada. Sólo volvió al origen.