No quiero perder la ocasión que supone el inicio de este artículo para tranquilizar a los allegados de Jordi Alba. Se encuentra bien. Ha sido sometido a un exhaustivo análisis en un céntrico hospital de Madrid y todas las pruebas han deparado un resultado satisfactorio, algo que no deja de sorprender gratamente cuando el jugador fue fulminado ni más ni menos que por un rayo al intentar aprovechar en el área del Alavés un servicio en profundidad de Messi. Todo está en orden, incluidas sus constantes cerebrales, de modo que el avispado lateral blaugrana podrá seguir dando muestras de su agudeza en el futuro. Lo celebramos.

La hipótesis del rayo ha triunfado por eliminación respecto a otras tesis más audaces, inicialmente manejadas. Cundió el estupor cuando los seguidores de una y otra hinchada que no precisamente abarrotaban el Calderón (se confirma que sólo el Bernabéu reunía el aforo necesario) lo vieron desplomarse en el área repentinamente, cayendo como un fardo sin nadie en varios metros a la redonda. La teoría del disparo de un francotirador apostado en la grada que da al río cayó pronto por su propio peso, pues resultaba de todo punto imposible que la presencia de un arma de fuego con mira telescópica hubiera superado los exhaustivos controles de seguridad. El arma más letal de presencia consentida en la grada tiene por nombre estelada y no dispara más proyectil que el insulto y el abucheo adjunto, emitido por su portador para regocijo de las autoridades catalanas del palco. Pero nada de rifles.

Descartada por simple recurso al vídeo la posibilidad de que hubiese sido derribado por algún jugador rival -el defensa del Alavés más cercano se perdía en el espacio tan remotamente como se pierde en el tiempo el último penalti señalado en contra del Barça-, y desechada asimismo la opción de que el carrilero hubiese sido zancadilleado por el propio balón -el árbitro lo dio por imposible para evitarse conflictos, pues esa opción habría acarreado la inmediata expulsión del esférico-, solo restaba la opción del rayo. En efecto: únicamente una descarga eléctrica procedente de las nubes, un relámpago intempestivo en medio del bochorno del verano precoz, invisible en su manifestación pero atroz en sus efectos, pudo dar en el suelo con los huesos del preclaro y ejemplar defensa del club de los valors.

Las imágenes son hipnóticas. Personalmente, no puedo dejar de verlas, máxime siendo como soy conocedor de que no se produjo tragedia que lamentar y que de hecho, al poco rato, Jordi ya estaba celebrando no sé qué discreto éxito deportivo. Menos mal, porque esa caída repentina y aparentemente incomprensible no auguraba nada bueno. Por suerte, ahora ya sabemos que se trató de un rayo fulminante pero extrañamente inocuo. Clos Gómez no pareció inmutarse, en crudo contraste con el lamento mancomunado del estadio semivacío (desde luego, sólo el Bernabéu reunía el aforo necesario para las numerosísimas hordas de ambos adversarios) y con la actitud mostrada hace una semana por Hernández Hernández ante otro autoderribo enigmático del afamado pelotero. En aquella ocasión, Hernández Hernández pitó penalti, muy comprensible decisión que ayer, sin embargo, no procedía por no figurar los elementos atmosféricos en ninguna de las dos alineaciones. Lo que sí hizo Clos en cambio fue dar por bueno el 2-1 de Neymar en fuera de juego a fin de poner un broche de oro de coherencia a su trayectoria tan… tan… tan trayectoria.

Me dicen por línea interna que se desbarata por minutos la hipótesis del rayo mientras se abre paso y cobra progresiva fuerza la de la telequinesis. Algún suplente del Alavés, ducho en malas artes parapsicológicas, podría haber empujado al suelo a Alba sin levantarse del banquillo merced a esa rara habilidad -muy documentada aunque muy pocas personas la atesoren- de desplazar cuerpos físicos de un sitio a otro sin que medie contacto físico y a veces desde largas distancias. Esto cambiaría mucho las cosas. De confirmarse lo que indican mis fuentes, y haberse debido todo a un desplazamiento extrasensorial como el que indico, es posible que Clos hubiera tenido que señalar penalti con el reglamento en la mano. Al fin y al cabo, un derribo macropsicoquinésico de un suplente es tan derribo como el tosco empujón de un titular. ¿Será que la parapsicología arrojó este postrero borrón de Clos en su ruta de servicios al Régimen, impoluta hasta la fecha?