El ejército desarmado de Cataluña, el club que apoya las propuestas nacionalistas y sirve de argamasa social y refrendo del supremacismo catalán, no necesita un entrenador para salir del cataclismo. No le bastaba el Emery de turno -por citar un preparador con prestigio y de moda. Ni siquiera le bastaría con un Zidane. El Barça necesita un profeta.

La tradición de cambio en el banquillo cuando los pañuelos -reales o virtuales- se vuelven hacia el palco es tan antigua como el propio fútbol. Sin embargo, asistimos a un caso poco común: la crisis de mucho más que una entidad y la pérdida lacerante de carisma de un presidente, Joan Laporta, que prometió una arcadia y, hoy, arrastra su proyecto por un césped yermo de fútbol y de recursos.

La ocurrencia de Laporta tiene antecedentes. Tras el motín del Hesperia (1988), Josep Lluis Núñez recurrió a Johan Cruyff, el alquimista que había conseguido una Liga para el Barcelona en los 70 y un cambio insólito de dinámica tras años de sequía. Si bien Xavi no tiene la personalidad fascinante del holandés, a cambio, es de la casa y predica el derecho a decidir.

Tampoco vamos a pedirle a nadie que iguale el genio futbolístico y gestor del Johan, capaz de concitar personajes y manejarlos con presteza: primero, fue Messi; luego, jugó como Xavi, y terminó siendo Piqué.

Xavi Hernández, con sus títulos cosechados en el Barcelona

Xavi Hernández, con sus títulos cosechados en el Barcelona FC Barcelona

En cualquier caso, la solución encaja casi de forma dinástica. Johan señalaba a Xavi como el artífice de los años gloriosos, cuando todo el mundo adoraba sin cesar a Leo Messi. Cruyff se hartó de decir que el argentino era muy bueno, pero que "todo empieza en Xavi". Desde entonces, en la cancha, y hasta hoy en los medios, Xavi ha proclamado hasta la sociedad su fe en el estilo del toque y la verdad de la posesión.

Tanta insistencia desencadenó en una afirmación, asimismo, profética: el Madrid no juega a nada, como si fuera incapaz de desentrañar la clave de los éxitos del club más laureado del mundo después de tres Champions. Al cabo de los meses, vino la cuarta.

Asombra esta prédica de la única verdad futbolera, la suya, el dogma que mamó en La Masía y que, hay que reconocerlo, llevó a su máxima expresión el Barcelona de Guardiola y las Españas de Luis y Del Bosque.

Precisamente, después de hablar muchísimo de fútbol con Luis -"con nadie he hablado tanto de fútbol", declaró en más de una ocasión- y de sus éxitos con la selección, Xavi comenzó a despotricar contra España y a anunciar la peregrina idea de que Qatar funciona mejor que nuestro país. Hombre, no diré yo que no tengamos nuestras grietas institucionales, pero hay que tener mucho cuajo sesgado para comparar una monarquía del Golfo con una democracia de la Unión Europea.

Xavi viene al rescate afiliado a su forma de entender el fútbol, compartida por gran parte de la afición y por el club. Asimismo, los nuevos frutos de la cantera son la réplica de esta visión del tiki-taka, aunque con alguna carencia para el fútbol moderno. Messi e Iniesta eran pequeños, pero rapidísimos.

El panorama culé no parece concordar con los equipos y selecciones que han dominado el continente: Alemania y Francia; los equipos de la Premier y el Bayern de Múnich. También el Real Madrid, como continuación de un modelo de dominio -el que no entiende Xavi-, apuesta por jugadores de enorme presencia física que emulen a los Cristiano, Bale, Varane y Sergio Ramos. Por aquí va el nuevo fútbol, del que imagino que Xavi, amén de profetizar, habrá tomado nota. ¿Se caerá alguna vez del caballo?