Hace más de diez años, un 31 de enero de 2010, el Real Madrid acababa con la maldición de Riazor cuando Guti solo frente a Aranzubia, dejó un taconazo para enmarcar en el Museo del Prado en una colección permanente. El joven de 22 años que empujó aquel regalo a las mallas del Deportivo de la Coruña era un francés recién llegado al club de la Avenida de Concha Espina, que estaba escribiendo sin saberlo un poema de Cernuda. Karim Benzema.

Florentino Pérez se había plantado en su casa del modesto barrio de Bron, en Lyon, Karim acaba de renovar en el Olympique y había que echar toda la carne en el asador para que el francés vistiera la camiseta blanca. El presidente le contó los planes (en francés, por cierto) y las ansias del jugador de compartir vestuario con Cristiano, Raúl o Kaká hicieron el resto.

Benzema pronto mostró sus credenciales en el equipo, se amoldó en silencio al rigor de un club en el que si eres delantero centro, con mucha suerte te harán un hueco de extremo derecho, de extremo izquierdo o de segundo punta. Y a callar. Karim respondió siempre con una magistral dosis de versatilidad, aguantó carros y carretas de tinta por su escasa sangre, gatos y perros y demás historias, la carencia para algunos de punch para finalizar las jugadas como un sicario fue debate de sobremesas y cafés con cuñados.

Casemiro y Benzema celebran el gol ante el Espanyol

Casemiro y Benzema celebran el gol ante el Espanyol

Es lo que tiene el Madrid, que solo vive del presente. El francés siempre respondió en silencio, siempre respondió en el campo. Baila sobre el verde como pocos, es callado, no da entrevistas y ama el contacto con la pelota. De hecho, si el partido se convierte en un desierto de patadas y barro, se le suele ver de puntillas por el océano del centro del campo para devolver una pared insulsa, como un niño que recupera la sonrisa cuando toca el balón.

Si le tiras un melón casi siempre te devuelve una caricia, es un maestro en el juego asociativo pero hay una parte de la afición que aún dice que es lento, que apenas mete el pie si el balón requiere testiculina, y que es cuestión de rachas. Cosas del entrenador que todos llevamos dentro.

El caso es que hoy es 29 de junio, han pasado más de diez años de aquel gol en Riazor que todos recordamos y la vida sigue igual, Karim sigue navegando en el mismo barco y ha pasado de grumete a capitán. Los periódicos bajan la cremallera del lunes hablando de una obra de arte, de caviar francés y de que Benzema le ha devuelto al madridismo aquel regalo de Guti en Coruña. Un taconazo para la historia. Champagne francés. C'est la vie.