Ayer el fútbol volvió a presidir la tarde de domingo en Madrid y yo a los quince minutos estuve a punto de salirme del cine porque pensé que esa película ya la conocía. En Valdebebas, en el silencio del Alfredo Di Stefano, cuando habían pasado solo cuatro minutos de partido, Toni Kroos, "el ingeniero de Greifswald", sacó la escuadra y el cartabón para trazar un latigazo perfecto. 1-0. Algún día el Real Madrid se dará cuenta del rendimiento de un alemán casi perfecto en todo lo que hace.

El problema es que para el Real Madrid, marcar pronto en los partidos, lejos de ser una buena noticia, se ha convertido en casi una penitencia. Y eso el conjunto eibarrés lo sabía porque venía con la lección muy aprendida. Escuela Mendilibar. Correr 90 minutos y no mirar el marcador. Presión alta y pelear cada balón como si fuera el último. "Vamos a tenerlas, solo hay que meterlas".

En la primera media hora de partido no pasó absolutamente nada. Silencio, Casemiro como un ancla y mucho aburrimiento. Los últimos quince minutos de la primera parte fue lo mejor del partido. Hazard y Benzema bailaron claquet y Modric, Kroos o Rodrygo no son malas parejas de baile así que fue como descorchar una botella de champagne, unos minutos, nada más. 3-0. Ramos, de punta a punta del campo, -cuánto le gusta meter goles al camero- y Marcelo, un gol que ya he visto mil veces con las dos piernas, segunda jugada, frontal y a la saca.

Zidane da órdenes a Marcelo, Casemiro y Modric durante una parada para la hidratación

Zidane da órdenes a Marcelo, Casemiro y Modric durante una parada para la hidratación REUTERS

La segunda parte fue como ver una película mientras duermes la siesta, falta de ritmo de competición, cambios, la típica desconexión de Thibaut y el miedo en el cuerpo en los partidos de casa de los merengues. 3-1. Una película que ya conocemos. Al final lo de siempre. Fácil para el Madrid, calidad individual y mucha dosificación. Y que el Eibar no es el Bayer Múnich, claro, pero poco se les puede echar en cara.

Para terminar, algo que nunca cambia, Mendilibar en el banquillo como si fueran cero cero, qué pedazo de entrenador, madre mía. Su única filosofía es inculcarle a su equipo una identidad: "Sabemos lo que somos y no nos creemos más". Yo siempre que pienso en él no puedo evitar acordarme de una anécdota que tuvo con el japonés Inui hace años.

Mendi quería que Takashi fuera menos japonés y que a veces le llevara la contraria y tuviera picardía: "Tienes que ser más descarado", le repetía, pero Inui siempre se reía. Entonces Mendi, le preguntó un día, a renglón seguido: "'¿Sabes qué te he dicho?'. Y el pequeño nipón le contestó con una sonrisa: 'Que por la derecha, ¿no?'". Genio y figura. Ha vuelto el fútbol.