Pep Guardiola, en el banquillo tras la derrota del Bayern.

Pep Guardiola, en el banquillo tras la derrota del Bayern. Reuters

Fútbol

El fracaso que Guardiola no quiere ver (y los aficionados sí)

El técnico cae derrotado por tercer año consecutivo en las semifinales ante un equipo español y cerrará su etapa en el Bayern de Múnich sin levantar la ansiada Champions.

4 mayo, 2016 02:12

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Tres años, cinco títulos… Y la nada. Esa es la sensación que deja Guardiola, la que queda en Múnich después de su descalabro (uno más) en las semifinales de la Champions. Es así de amargo, de triste o de injusto. El adjetivo para calificar su etapa (o su era) lo puede poner cada aficionado a su gusto, en función de sus intereses. Pero para la gran mayoría de ellos -y sobre todo para los muniqueses- su ciclo se cierra con la palabra “fracaso” en mayúsculas. “¿Triplete? No para el Bayern”, titulaba el Süddeutsche Zeitung. Y tampoco para Pep, que dejará el Allianz Arena a final de temporada sin consumar el orgasmo, sin cumplir su objetivo, el de igualar lo hecho por Jupp Heynckes antes de que él llegara. De ahí su cara tras la derrota, sus ojos buscando lágrimas que expulsar y sus pocas palabras. En definitiva, su impotencia después de haberlo dado todo por el club. De eso no hay duda, pero…


Toca retroceder, explicar todo detalladamente y analizar sus días en el Bayern. Guardiola, ya saben, llegó hace tres años a Múnich, con su traje inmaculado, su camisa planchada para la ocasión y un nivel aceptable de alemán. Y con aquello dejó boquiabierto al mundo del fútbol. “Willkommen Pep”, reprodujo algún diario germano. Y a partir de ahí, a pesar de convivir con el fantasma del triplete conseguido por Heynckes, le fue sencillo crecer. En la capital de Baviera valoraron su esfuerzo por aprender el idioma y su capacidad para inventarse variantes. Incluso, se divirtieron comentando cómo Lahm pasaba al centro del campo o cómo Pep se disfrazaba de bávaro para la Oktoberfest. Pero eso, ya decimos, fueron los comienzos, casi siempre agradables en múltiples ámbitos de la vida.


Ocurre que, de primeras, en cualquier relación amorosa -y ésta lo fue- las cosas siempre funcionan bien: los defectos del otro no se aprecian, las imperfecciones se perdonan y los desplantes se consienten. Sin embargo, la magia siempre termina capitulando con los años y los días grises. Y con Guardiola, además, todo se aceleró cuando llegó la Champions League y el Bayern sufrió su primer gran correctivo a manos del Real Madrid, el rival histórico del Bayern, el equipo a batir (5-0 en el total de la eliminatoria). “El infierno es para Pep”, tituló aquellos días algún diario, haciendo un guiño a las declaraciones de Rummenigge, que entonces dijo que en “Múnich se quemarían los árboles” en pos de la remontada.


Pero aquel resultado podría haber quedado en anécdota, en un simple traspiés. Sin embargo, no fue así. En Múnich se empezó a cuestionar su forma de jugar, muy diferente de aquella que había hecho grande históricamente al conjunto bávaro. “Yo sé que aquí la cultura futbolística es otra, pero el Bayern me fichó a mí”, reconoció el catalán, en referencia al contraataque, más del gusto de los germanos. Y, por lo tanto, no cambió su forma de hacer las cosas. Pep siguió apostando por el toque y luchó por establecer su idea de fútbol pese a la oposición popular. Y así, en parte, le fue bien. En su primera temporada ganó la Bundesliga, el Mundialito de clubes, la Copa de Alemania y la Supercopa de Europa. ¿Alguien da más?


SÓLO UN TÍTULO EN SU SEGUNDA TEMPORADA Y DUDAS


Guardiola saldó su primer curso con sobresaliente, pero se complicó la vida en su segunda campaña. Su fútbol de toque, bendecido en Barcelona, empezó a aburrir a los popes de la corte del Bayern. Kahn, Matthäus, Effemberg y otras leyendas del club arremetieron contra él. Consideraron que el estilo del técnico catalán era para echarse a dormir. Y con esas críticas tuvo que convivir día tras día. Sin amedrentarse, pero luchando contra ellas y, al mismo tiempo, tratando de resolver todos los problemas futbolísticos que se le presentaban, como, por ejemplo, las múltiples lesiones de sus jugadores. Y por todos esos motivos entró en conflicto con el club. Motivó la salida del doctor Hans-Wilhem, una institución del fútbol alemán, y empezó a estar cuestionado su método.


Eso en el plano futbolístico; en lo social, su deriva independentista no fue del todo bien vista por parte de la opinión pública (no es necesario explicar los porqués: en Alemania huyen del nacionalismo desde la Segunda Guerra Mundial). Y su imagen de deportista comprometido dejó de perder atractivo con el caminar de los días. Y aun así, todo lo anterior habría pasado a un segundo plano si Guardiola hubiera ganado la Champions. O, al menos, se hubiera hecho con dos títulos. Pero no fue así. Su segundo curso lo cerró con un único trofeo, el de la Bundesliga, y tras caer derrotado contra el Borussia Dortmund en las semifinales de la Copa Alemana y ante el Barça en las semifinales de la Champions. Y ese único trofeo dejó un regusto amargo…


Así comenzó su tercer año. Y su Bayern volvió a cometer los mismos errores. Nadie le va a negar a Guardiola que lo dio todo por la institución, pero la cronología en cada temporada se repite. Su equipo comenzó bien en la Champions, con sendas goleadas en sus tres temporadas ante Manchester City, Roma y Arsenal. Pero, una vez pasadas las Navidades, todo se vino (y se ha venido) abajo. Lo hizo la primera temporada ante el Madrid, la segunda ante el Barcelona y este curso contra el Atlético de Madrid. “Si no entrenas al 200% no puedes competir al 200%”, decía Arrigo Sacchi. Y el Bayern, en las segundas partes de cada temporada, no sale a ese ritmo en su competición nacional y tampoco, en Champions.


“Esto es duro, muy duro”, reconoció Guardiola tras su último varapalo ante el Atlético. Y así lo vivió. No hay quien le quite de la cabeza al catalán que para la opinión pública su etapa se cierra con un fracaso. Él no lo considera así, pero es lo que la afición piensa. Él llegó para hacer más grande al club y mantener el nivel de su antecesor y se irá sin haberlo conseguido. “No trates de ser mejor que otros, trata de ser mejor que tú”, decía William Faulkner. Pero el problema, en este caso concreto, es que no compitió para superarse a sí mismo, sino para superar a Heynckes. Y así quedará en el recuerdo. ¿Fracaso? Eso ya que lo juzgue cada cual.