Quincy Jones ha hablado de todos los mitos de la música reciente.

Quincy Jones ha hablado de todos los mitos de la música reciente. EFE

Nick Cave es el autor de una de las frases más cautivadoras, poéticas y elocuentes de la historia de la música: «Siempre que estoy cerca de un altavoz y digo “¿qué cojones es esta mierda?”, la respuesta siempre es los Red Hot Chili Peppers". Hay algo emblemático en ella. Define con precisión la franqueza con la que se suelen tratar las estrellas del rock. Ni rastro de fingimientos o palabras hipócritas. Un remanso de sinceridad.

Resulta admirable esa sencillez con la que los músicos opinan alegre y públicamente los unos de los otros, llegando incluso a desacreditarse entre sí. Lo hacen sin miramientos. Valiéndose de los calificativos más hirientes y las apreciaciones más despiadadas. Como los buenos amigos. Sus rajadas constituyen todo un género en sí mismo, quizá sólo comparable a las bravuconadas de los boxeadores durante los careos previos a un combate. Y es que, en el fondo, si atendemos a su carácter rudo y primitivo, puede que no haya mucha diferencia entre el boxeo y el rock.

Los ejemplos de las lindezas que se han dedicado los grandes nombres de la música a lo largo de la historia son innumerables. En esta ocasión, le ha tocado el turno a Quincy Jones. Durante una entrevista para Vulture, una web de la revista New York Magazine, el periodista David Marchese cometió la imprudencia de pedirle al productor su opinión sobre diferentes asuntos. El resultado no es muy diferente a una bolsa de porquería siendo agitada frente a un ventilador.

Trump sólo les está diciendo lo que quieren oír. Yo solía pasar el rato con él. Es un loco hijo de puta. Mentalmente limitado

Quincy carga contra todos porque los conoce a todos. Es historia viva del siglo XX. A mediados de los años 50, cuando era trompetista de Dizzy Gillespie, ya se codeaba con Billie Holiday, Thelonious Monk, Miles Davis y Ray Charles. Ha escrito grandes canciones. Ha sido nominado a los Grammy 79 veces. Ha compuesto bandas sonoras para Hollywood. Él produjo el último álbum original de Sinatra y fue el responsable de tres de los discos más exitosos de Michael Jackson: Off the Wall, Thriller y Bad. Todavía recuerdo la sorpresa que me llevé cuando me di cuenta de que el taxista de la cabecera de El Príncipe de Bel Air —serie que también él producía y cuya famosa sintonía es de su autoría— era el propio Quincy Jones.

A sus casi 85 años, lo ha visto todo y lo sabe todo. Tal vez por eso se haya permitido el lujo de colocarse frente a una grabadora y decir la verdad, sea ésta cierta o falsa. Hace unas semanas, en otra entrevista, ya cargó contra Taylor Swift cuando, al ser preguntado por la cantante, contestó: “Necesitamos más canciones, tío. Putas canciones. No anzuelos”. Ahora el objetivo de sus dardos han sido, entre otros, los Beatles, Michael Jackson, Marlon Brando y hasta el mismísimo Donald Trump.

A su presidente se ha referido mientras mostraba su preocupación por los crecientes episodios de racismo ocurridos en Estados Unidos, alimentados por Trump “y su panda de paletos sin educación”. En su opinión, “Trump sólo les está diciendo lo que quieren oír. Yo solía pasar el rato con él. Es un loco hijo de puta. Mentalmente limitado. Un megalómano. Un narcisista. No lo soporto”. Es en ese punto de la entrevista donde consideró perfectamente oportuno comentar que él salió con su hija, Ivanka Trump.

Qunicy Jones.

Qunicy Jones. EFE

Hace doce años —él tenía 72 años y ella 24—, Tommy Hilfiger, que trabajaba con mi hija Kidada, me dijo: ‘Ivanka quiere cenar contigo’. Yo dije: ‘Sin problema, es una buena hija de puta’. Tenía las piernas más bonitas que he visto en mi vida. El padre equivocado, sin embargo”. Alguien cercano a Ivanka se ha apresurado a confirmar en el Washington Examiner que la historia no es cierta. Es la palabra de Jones contra la de “alguien cercano a Ivanka”. Lo de siempre.

El rock and roll no le gusta demasiado. Dice que es “la versión para blancos del rhythm and blues”. Más mierda en el ventilador. Aprovechando la inercia, comentó que los Beatles “eran los peores músicos del mundo. Eran unos hijos de puta que no sabían tocar. Paul era el peor bajista que yo haya escuchado nunca. ¿Y Ringo? Ni me hables de él”. Explicó que, en cierta ocasión, después de tres horas intentando sin éxito que Ringo grabase una sección de batería muy sencilla sobre un compás de cuatro por cuatro, le recomendó que saliese a tomar algo y se despejase. Cuando Ringo se había marchado, llamó a un batería amigo suyo y grabaron todo en quince minutos.

Los Beatles eran los peores músicos del mundo. Unos hijos de puta que no sabían tocar. Paul era el peor bajista que yo haya escuchado nunca. ¿Y Ringo? Ni me hables de él

Tampoco tiene palabras amables para Irlanda, confesando que cada vez que viaja a Dublín, su amigo Bono le obliga a quedarse en su castillo porque es un país muy racista. Sobre si U2 todavía son capaces de escribir buenas canciones, duda: “No lo sé”.

Aunque ser amigo de Quincy, en realidad, no es garantía de nada. Al contrario. El ataque a uno de ellos, uno de los que no se puede defender, es despiadado: “Michael Jackson era tan maquiavélico como se puede llegar a ser. Robó un montón de canciones. State of Independence [de Donna Summer] y Billie Jean. Las notas no mienten. Era avaricioso, tío. Avaricioso”. Quién necesita enemigos.

Otro ejemplo de lealtad es su opinión sobre Marlon Brando. Sobre él asegura que era alguien “que se follaría cualquier cosa. ¡Cualquier cosa! Se follaría un buzón de correos”. Y para ilustrar su opinión, desliza tres nombres con los que Brando podría haber tenido relaciones sexuales: el escritor y activista James Baldwin, el músico y cantante Marvin Gaye y el cómico y actor Richard Pryor. Todos ellos bajo tierra, incapaces de emitir comunicado alguno para negarlo. La que sí ha hablado, sin embargo, es la viuda de Pryor, la actriz Jennifer Lee, quien ha declarado que “si esnifas la cantidad suficiente de cocaína, te tirarías a un radiador y le enviarías flores al día siguiente”. Acto seguido anunció la pronta publicación de los diarios de su difunto esposo. Cómo no.

Marlon Brando se follaría cualquier cosa. ¡Cualquier cosa! Se follaría un buzón de correos

Jones, manifiestamente ateo, habla en la entrevista sobre los católicos, cuya religión “está basada en el miedo, el humo y la muerte”. Sobre cuál fue su mayor innovación en el mundo de la música, el productor contesta que absolutamente todo lo que ha hecho. También comenta que el negocio de la música está acabado y no tiene reparos en dar nombres y apellidos sobre quién ha hecho las cosas bien y quién no. Cuando Marchese le pregunta sobre los casos de agresión sexual en la industria del espectáculo y, en concreto, las acusaciones de abuso sexual que recaen sobre Bill Cosby, Jones contesta que no quiere hablar de eso en público.

Es difícil conectar con Quincy Jones. Es difícil ponerse de su parte en muchas de las cosas que dice y es fácil hacerlo en muchas otras. Cuando un viejo mito como él se sienta frente a un micrófono, uno nunca sabe dónde termina la verdad y dónde comienza la provocación. En el fondo, como decía antes, a veces no hay mucha diferencia entre sus respuestas y las bravuconadas que uno puede escuchar durante un careo antes de un combate de boxeo.

Careos que se realizan, por cierto, para calentar la pelea. Para enfrentar a los púgiles antes de subirse al ring. Para disputar el primer asalto de todos: el de la moral. Pero sobre todo para generar expectación, conseguir publicidad extra y vender mejor el combate que se avecina. Quincy Jones estrena en breve un documental sobre su vida en Netflix y un especial en la CBS presentado por Oprah Winfrey. Dos datos que tal vez —y sólo tal vez— sirvan para aportar a todo esto algo de contexto.