El Congreso recibió el único abrazo que parece posible en este momento.

El Congreso recibió el único abrazo que parece posible en este momento. Efe

Arte

El abrazo llega tarde

La pintura icónica de Juan Genovés entra en el Congreso de los Diputados y sale del olvido del Museo Reina Sofía con cuatro décadas de retraso. Demasiado tarde para la política y el arte.

8 enero, 2016 02:28

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Las puertas del Congreso de los Diputados más triturado, troceado y repartido de la historia de la democracia española se abren para recibir El abrazo, que pintó Juan Genovés en 1976. Ya cuelga de un parlamento sin diálogo con cuarenta años de retraso: mientras la imagen pide reconciliación, perdón y esperanza, cuatro décadas más tarde hay traición, partidismo y beneficio.

El Parlamento rescata el El abrazo de la clandestinidad a la que fue condenado nada más crearse. Es la política la que arranca a la oscuridad de los almacenes del Museo Reina Sofía una obra que deberían haberse encontrado los visitantes del Guernica, dos lienzos que ilustran la historia contemporánea de este país.

La gente quería cambiar el país. Ahora sospechan de los políticos, que se enfrentan con un lenguaje de párvulos

El abrazo ha despertado del olvido justo ahora, cuando la etapa inaugural que ilustró está en acoso y derribo. Ni una pintura ni un abrazo parecen suficientes para devolver la ilusión con la que Genovés recuerda aquellos días en los que un nuevo mundo se ponía en marcha. “Hacía mucho que no veía el cuadro y me ha recordado inmediatamente la alegría de aquellos días”, cuenta el pintor a EL ESPAÑOL. “La gente quería cambiar el país. Ahora sospechan de los políticos, que se enfrentan con un lenguaje de párvulos. No pueden tener fe en los políticos porque están fuera de la sociedad”.

Es cierto, ha estado tan dormido y se ha perdido tantas cosas, que hacer de él un símbolo de un pacto de Estado es un anacronismo. No es un símbolo del pacto, sino un gesto para lograrlo. La política siempre ha tenido un interés especial en el arte.

Juan Genovés (en el centro), con Jesús Posada, Íñigo Méndez de Vigo y Celia Villalobos.

Juan Genovés (en el centro), con Jesús Posada, Íñigo Méndez de Vigo y Celia Villalobos. Efe

La herida de la corrupción, el descrédito de las promesas y la aparición de nuevas fuerzas políticas empujan a un paisaje en el que ese abrazo de 1976 volverá a tener sentido si se le mira sin su historia, sin nuestra historia. “No es un abrazo entre todos los españoles, sino entre los que estuvieron martirizados”, habla el crítico de arte Jorge Luis Marzo, que explica el porqué de su desaparición de la escena pública.

El arte cómodo

“Cuando los abrazos se los dan los que están al margen del relato nacional quedan excluidos de él. Genovés no hizo un homenaje a la Transición y el cuadro desvela cuestiones que siguen sin resolverse. Pero al colgarlo se convierte en un objeto estético y todo queda olvidado”, añade el historiador. El arte realizado en la clandestinidad ha quedado inmovilizado y deja de incomodar.

Jaime Brihuega, profesor de historia del arte de la Universidad Complutense, explica que este cuadro representa el punto álgido del arte comprometido y, al tiempo, el punto final del mismo, porque “con la Transición desaparece el compromiso y llega la era del champán y las mujeres”. En referencia a la regeneración frívola de las artes plásticas en democracia. “Es una obra muy emotiva, que marca el final del proceso antifranquista. A los intelectuales de los ochenta todo esto les olía a berza y lo escondieron”, cuenta.

Eduardo Madina dice que este cuadro sirve para recordar la Transición y mientras la nueva generación de políticos no demuestre nada convendría bajar el nivel de la crítica

El propio Genovés confirma esta visión cuando revive la historia de su lienzo: en una exposición itinerante por varios países un coleccionista norteamericano se encapricha y lo adquiere. Años más tarde la entrada de Felipe Garín en Bellas Artes recupera el acrílico para al patrimonio español. Consigue cambiárselo al coleccionista por otro cuadro de Genovés (más grande). Llega al antiguo Museo de Arte Contemporáneo, pero los responsables le dicen que no, que no ha llegado y tarda en encontrarlo meses. Está escondido dentro de varias cajas y en una esquina. Lo exponen tres meses y lo vuelven a guardar. Los fondos de aquel museo los hereda el Museo Reina Sofía, que también opta por ocultarlo. Dice Genovés que lo han mostrado tres meses, el resto en los sótanos. Está dolido.

Gente corriendo (1975), obra de Genovés en el Reina Sofía.

Gente corriendo (1975), obra de Genovés en el Reina Sofía.

Eduardo Madina sale del Congreso cargando unas cajas con sus objetos personales el mismo día que llega el cuadro. El PSOE de Pedro Sánchez no ha tenido escaños para él. Cree que la llegada de la pintura ha sido sobreinterpretada y que es un cuadro más político que artístico, “es mejor que esté en el Congreso que en un museo”. “Mucha gente ha hablado del game over de la Transición. Este cuadro sirve para recordar aquello y mientras esta nueva generación de políticos no demuestre nada convendría bajar el nivel de la crítica”, asegura a este periódico.

Es la reconciliación que vio Juan en su día la que quiere volver a ver. Pero parece que llega con retraso

Toni Cantó, de Ciudadanos, se había encontrado con el artista tiempo atrás, cuando su escaño era de UpyD. “Estuve en su estudio y me pareció alucinante que el cuadro estuviera olvidado”. De hecho, fue una petición de hace tres años de José Luis Centella, de Izquierda Unida, la que ha devuelto el cuadro a la vida (política). El museo lo ha cedido por tres años renovables. Para Cantó la obra es un guiño a lo que nos espera: “Es un encargo que los españoles nos han hecho para llegar a acuerdos”.

Es la reconciliación que vio Juan en su día la que quiere volver a ver. Pero parece que llega con retraso. Pablo, el hijo del pintor, artista también, es menos suave en la reconstrucción de los acontecimientos que han mandado al ostracismo al cuadro de su padre. “No ha sido casualidad: ha habido mucha gente interesada en silenciarlo. Tanto del PP, como del PSOE. Todavía no entiendo cómo el Museo Reina Sofía no le ha hecho una retrospectiva, ni ha investigado el arte de entonces. No se quiere investigar el papel de la Transición, porque en el fondo está inacabada, no rompió con el poder económico heredado”, asegura.

Algo que una

En el estudio de Juan Genovés se reunía la Junta Democrática (PSOE, sindicatos, PCE, etc). El pintor les cedía el espacio. Aquellos días de principios de los setenta necesitaban un símbolo gráfico de la actividad democrática. Algo que uniera la disparidad de intereses. De un día para otro vieron El abrazo y lo convirtieron en póster. La maquinaria de la creación del icono se había puesto en marcha y la Policía arrestaba a Juan y a otras tres personas más por su distribución. Cerraron la imprenta y los llevaron a los calabozos de la Puerta del Sol, sede de la Dirección General de Seguridad. Juan no fue torturado.

En cuanto salieron de la cárcel pusieron en marcha una tirada de medio millón de ejemplares, que vendían puerta a puerta. A la imagen le acompañaba el lema: “Amnistía, amnistía, amnistía”. Las habitaciones de la España recién democratizada se forraba con imágenes del Guernica y El abrazo. A Genovés le gusta pensar que así se convirtió en una imagen de todos y que por eso no lo han reivindicado nunca, porque todos la tenían en su casa. No la echaban en falta.

El abrazo (1976)

El abrazo (1976)

Juan encargó a Pablo que saliera a la calle a fotografiar personas. La mujer que aparece de espaldas, abrazando a la nada (la “esperanza”, según el propio autor) es la que limpiaba en casa de un amigo. “Quería gente abrazándose”, con “ropa neutral”. Con las fotos componía la escena sobre el fondo blanco y las figuras en ese tono marrón inconfundible, del color de la melancolía. La familia Genovés acababa de regresar a España. Vivían en Inglaterra, lejos del franquismo, hasta que el dictador se puso enfermo. “Nos fuimos a Inglaterra para que mi padre no acabara en la cárcel”, dice Pablo a este periódico.

Mi generación empezó a hacer informalismo porque era un lenguaje que nació en países democráticos. Nosotros también queríamos ser libres

Otro superviviente a la ola de represión y olvido es Rafael Canogar. Su camino artístico es diferente: viajó desde el informalismo al realismo de denuncia para volver al informalismo. También se queja de su ausencia en el Museo Reina Sofía, donde sólo cuelga una obra y no es de las políticas. “Mi generación empezó a hacer informalismo porque era un lenguaje que nació en países democráticos. Nosotros también queríamos ser libres en nuestro país bajo una dictadura. Fue un lenguaje en libertad que terminó por convertirse en académico. La gente no lo entendía y la preocupación política crecía. Yo no quería academizarme así que evolucioné hacia el realismo”, cuenta.

Canogar trabajó bajo este lenguaje desde los sesenta hasta 1975. “Luego regresé a la abstracción y a la búsqueda trascendental. Otro artistas siguieron fieles al informalismo, pero para mí eso estaba fuera de contexto y de su tiempo. Necesitábamos conectar más con el espectador”. Cuando llegó la democracia colgó los pinceles del compromiso y se olvidó de aquello. “Me sentí liberado de ese compromiso con la defensa de la libertad”, recuerda. Genovés, Canogar y la España de la resistencia y la reconciliación ya están en el Congreso, siguen a la espera de un lugar en el museo.