La escritora Cristina Morales.

La escritora Cristina Morales. EFE.

Cultura Entrevista a la escritora

Cristina Morales: "Las comisarías ardiendo me parecen luz; la acción política directa aún existe"

“El último horizonte emancipador es la abolición del trabajo” / “Iglesias se siente moderno y guay rentabilizando los mensajes antirracistas y feministas de las casas okupas” / “El Código Penal será duro, pero se queda corto comparado con el poder editorial”/ “El 15-M enseñó a los españoles que la policía pega, que no está ahí para indicarte dónde está la catedral”. 

14 junio, 2020 02:56

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Cristina Morales dice que, como no tiene un fusil, lo que puede hacer para combatir a la autoridad es atacar al canon cuando escribe. Dispara Morales desde la tecla, desde la palabra diáfana y rabiosa con la que encuentra el nombre exacto de las cosas -que diría Juan Ramón Jiménez-, contra todos los patrones -contra todas las patronas-, contra los poderes verticales, contra las violencias arrastradas por los siglos -que toman tantas formas, grandiosas a veces, otras sibilinas, como un monstruo cíclope capaz de volverse invisible-, contra todas las jerarquías. Dispara al aire, Morales, para que no quede nadie por arriba. Ninguna orden más. Nada de pedagogías, qué agotador: es hora de morder. 

Cristina Morales escribe porque se atreve. Escribe porque desobedece, porque es mujer y es autora y en las yemas de los dedos carga también la guerra de todas a las que les prohibieron escribir. A las que intentaron domesticar. Escribe en rebelión, Morales, y también en fiesta, porque desde sus ficciones, cada vez que cuestiona, cada vez que señala, cada vez que juega, cada vez que desordena el mundo que nos fue dado, resulta ofensiva para muchos. Una buena noticia, un gesto alegre, teniendo en cuenta que es el antónimo de inofensiva.

La sienten temible, a Morales, y eso es una conquista, porque a cada punto y final se sacude la cáscara del discurso "macho-facho" que nos ha fragilizado, que trata a las mujeres como dependientes. Su voz feminista, anarquista y brillante, que invita a la destrucción, desarma a la grada porque interpela, porque pone espejos, porque en su escritura nos encontramos las vergüenzas, porque nos desafía y nos incomoda. 

Escribe Cristina Morales, inevitablemente, como diría Adrienne Rich -y como repicó Marta Sanz-, con el "lenguaje del opresor", que también es suyo -es nuestro-, y "lo necesito para hablarte". Lo revuelve y ahora corroe. Lo revuelve y ahora escuece. Como un caballo de Troya que viene -legítimamente tramposo- a reventarte la casa. La RAE se contrae en sus sillones. 

Ganó los premios Nacional de Narrativa y Herralde por su novela Lectura fácil, y ahora Anagrama reedita sus obras Los combatientes -es decir, los que saltan a la comba- e Introducción a Teresa de Jesús -ojo, una auténtica anarcofeminista a reivindicar-. Este último título se llamó en 2015 Malas palabrasConversamos con Cristina Morales sobre violadoras editoriales, sobre violencia policial, sobre este "falso" Gobierno "de izquierdas", sobre dónde encontrar la transgresión en plena modernidad, sobre trabajo sexual y guerrilla. 

Teresa es una mujer que lo cuestiona todo, a la que nada le satisface, y que teme por su vida por leer, por escribir. Por pensar. Está intentando decir lo que quiere sin jugarse la vida. ¿En qué os parecéis ella y tú?

En primer lugar, decir que intentar decir lo que una quiere sin jugarse la vida parece un riesgo que siempre está presente: una escribe con riesgos, otra cosa es que ella los sorteara, otra cosa es que fuera una guerrillera. Lo que me une a mí a Teresa, como a tantas otras escritoras, es la voluntad de escribir al margen de lo que se espera de una, y empecinarnos en que eso sea así. No podría decir nada más contundente que haya trascendido a los siglos, es paradigmática como ejemplo de mujer que quiere escribir y no la dejan. Luna Miguel escribió El coloquio de las perras, un excelente documento acerca de todas las mujeres a las que no dejaron escribir, y no sólo en el siglo XVI.

¿Quién es la Inquisición ahora? ¿Quién controla lo que tú dices, lo que tú escribes?

Sabemos bien que las instituciones dedicadas a la represión se transforman. Ya no tenemos el tribunal de la Inquisición, pero se ha transformado también en lo literario, y digo lo literario porque es algo desconocido por el gran público lector. El primer límite sobre el que puede escribir una es el Código Penal, que recoge claramente qué son los delitos de injurias y calumnias. La escritura sigue siendo un lugar donde no todo está permitido. Luego hay otras instancias que no tienen que ser públicas, del poder público e instituido, como la propia editorial, que decide qué se publica y qué no, y, posteriormente, la crítica, que decide qué es literatura y qué no.

Esto da para tesis doctoral, pero me gusta pensar en la escritura no sólo como lo que se escribe en los libros, sino también lo que se dice sobre el escenario, lo que se tuitea o lo que se escribe en una pared. Mira, esto sí que es candente: en las manifestaciones por el asesinato de George Floyd, en la plaza de las Tres Chimeneas, un colectivo llamado Black Wall convocó una acción de hacer grafitis, y un grupo de artistas, en vez de hacer algo ilustrativo, se pusieron a escribir en un fondo negro con letras blancas todos los asesinados racializados en España a manos de la policía de los noventa hasta ahora.

El colectivo escribió en letras grandes el título de la obra: “La policía aquí también mata”. Y llegaron unos Mossos d’Esquadra, se pusieron a hablar, tal… las fotos los muestran hablando, pidiendo que se identificaran por injurias a la policía, etc. Creo que no se quisieron identificar, pero a la mañana siguiente la policía había borrado el título, dejando los nombres. Eso pasó el viernes de la semana pasada en Barcelona.

Es curioso, ¿no? Porque al borrar sólo una parte, de alguna manera, está rebatiendo el mensaje pero, a la vez, dándole valor al diálogo del grafiti y continuándolo. “Contestando”, al censurarlo.

Sí, sí (ríe). Es un gesto pacato. No quiere parecer violento y se queda en un lugar como de pretendida corrección política. Da vergüenza.

Tú también fuiste censurada por Seix Barral, la primera editorial que tuvo en sus manos tu Lectura fácil. Has dicho en alguna ocasión que tú, que has estudiado Derecho, habías sido cuidadosa con que ninguna parte de tu texto pudiese identificarse con ningún tipo penal. ¿Entonces? ¿Qué censura hay encima de la censura jurídica?

No podría yo contestar a esa súperpregunta. A los estudiantes de Derecho nos enseñan que el derecho penal es un derecho de mínimos, al que siempre hay que recurrir en última instancia, eso nos enseñan, aunque muchas cosas son inoperantes, falsas. Pero alegan que el derecho penal no tiene que ser el método predilecto de resolución de conflictos, ¿no? Lo que ocurre en la práctica es que el Código Penal acaba siendo un lugar de mínimos legales tolerables, porque ya se encarga la sociedad, presionada por tantos factores neoliberales, racistas y machistas, de crear un corpus penal-social. Con la ley en la mano yo podría hacer mil cosas que ni siquiera la policía conoce: el agente tendría que examinar eso a la hora de multarme o no, pero a priori lo intentará hacer aunque no conozca la ley, por su posición de autoridad.

En la cuarentena lo hemos visto mil veces. En el Estado de Alarma se multaba a ciclistas diciéndoles que no podían ir en bici solos. Es un desconocimiento de la ley por parte de los propios agentes. O con las mal llamadas personas con discapacidad, porque salían a la calle y no eran capaces de tolerar el encierro, y eran linchadas, si no físicamente, con miradas, con reproches. El Código Penal será duro, pero se queda corto comparado con el poder editorial de decidir qué se publica y qué no. En el caso de Lectura fácil, el problema fue la crítica feminista tan radical hacia el mundo de la discapacidad intelectual, con sus palabras corporativas.

Hablas en la Nota de Introducción a Teresa de Jesús de “violencia editorial” ejercida por “nuestras patronas-editoras-violadoras”. Qué decepción, ¿no? Está esa idea romántica del sector cultural, y, en concreto, del editorial, al menos cuando lo mirábamos desde fuera, de que era especialmente aperturista… de que, núbilmente, iba a “estar de nuestro lado”.

Sí, lo pensamos siempre, las escritoras las primeras, y es difícil lidiar con eso. En mi caso ha sido un desengaño tras otro. Pero no está mal que se romantice, del mismo modo que el 15-M enseñó a los españoles que la policía pega -fue un evento masivo de gente que no había salido nunca a la plaza y, coño, se dio cuenta de que la policía pegaba… ¡parecía que estaban ahí para decirte dónde estaba la catedral!-.

El 15-M tuvo el valor de revelar la naturaleza violenta del sistema democrático y de la policía, y bien haríamos por pasar por el mismo proceso con el sector literario. Por no hablar de la edición de los textos científicos, con el interés que hay por ahí y tantísimo dinero de industrias farmacológicas, por ejemplo.

Utilizas el femenino. "Violadoras-patronas". 

Utilizo el femenino genérico igual que el masculino genérico. Marta Sanz lo dice cuando defiende el lenguaje como acto político, que choca porque el masculino es la norma.

Sí, no es eso lo que sorprende, sino que en esta ocasión no se utilice para decir algo bueno.

Ahí está, cuando el feminismo utiliza el femenino genérico parece que es sólo para referirse a bondades, ¿no? Bueno, pensemos que el mundo editorial está muy feminizado, la mayoría son trabajadoras, desde las grandes editoras a las falsas autónomas, las correctoras. Es como la enseñanza infantil, la enfermería o las agentes literarias. Y, bien: esto es una idealización, porque, como cuenta la filósofa boliviana María Galindo, las estructuras no cambian porque haya mujeres en el poder. No confundamos feminismo con patriarcado con faldas.

Una gran estructura neoliberal como puede ser la editorial Planeta o Penguin Random House, con mujeres al mando, no va a dejar de serlo. Eso no tiene por qué llevar consigo un “modo de hacer” feminista. No seamos inocentes. Es feminismo liberal, como dijo Inés Arrimadas, que ahí estuvo muy lúcida. Un concepto bien acuñado. Somos muchas las desengañadas y sabemos que tu explotadora o tu violadora puede ser alguien que se reconozca en su sexo-género como mujer.

Al final de esa misma nota, dices: “Patada en los huevos, navaja a la yugular y carcajada al aire”. ¿Cuándo es necesaria la violencia, por qué tan pocas veces se elige ese camino como rebelión? En alguna otra ocasión has dicho que escribes porque no tienes un fusil. ¿Cuál es, en ese sentido, tu relación con la violencia?

Mi relación con la violencia es que la padezco desde mil instancias, en el ámbito laboral, afectivo, por la calle como simple paseante, como administrada de un Estado como el Estado español… si soy algo, es víctima de la violencia. Mira, estos días de saqueos en EEUU, muchas activistas negras -como ya hacía Angela Davis en los sesenta- han cogido el micrófono y han dicho: “¿Qué está diciendo usted, que somos violentas? ¿Cómo me habla de violencia, si es lo que hemos vivido desde que fuimos traídas aquí por la fuerza, aniquiladas y expoliadas?”. Quien nos recrimina que exista la violencia y el saqueo parece que no tiene ni idea, parece que nunca la haya padecido. Aún era más fina Angela Davis: "Parece que lo diga usted desde una posición de privilegio". A quien cuestiona por qué se saquea un centro comercial, parece que nunca le hayan parado por la calle sin ninguna razón.

Cuando digo “patada en los huevos”: esa proclama lo último que sería es una llamada a la violencia. Sería una llamada a la respuesta, a la organización. Me gusta citar a Paulo Freire, el pedagogo de la liberación en Brasil en los años setenta, que enseñó a leer y a escribir a campesinos que eran analfabetos, y tiene textos magníficos. Uno de ellos dice que, aunque parezca mentira, el puñetazo que dan los oprimidos a sus opresores es un acto de amor, es un gesto que restituye la dignidad y la humanidad.

Respondiendo a tu pregunta: ¿por qué no usamos más esa herramienta…? Porque finalmente nos tienen el coco comido con que somos débiles e inofensivas, que, como mucho, somos reactivas, defensivas, y ya es mucho. “Virgencita, virgencita, que me quede como estoy; bastante duro es ya el mundo”. Está por todas partes ese discurso que nos fragiliza, que nos vuelve dependientes.

¿De qué está llena la radio, la televisión, respecto a la propaganda de sensibilización de la violencia machista? “Mujer, llama al 016, no dejes rastro en la factura”. Que al final sí dejaba rastro, tuvieron que corregirlo, por cierto, un despropósito. “Mujer, denuncia”. Eso dicen. Esa es la llamada de la política democrática hacia la violencia que padecemos las mujeres. No dicen “mujer, no llames, organízate y lucha”. “No llames al 016, que es pan para hoy y hambre para mañana, si es que llega el mañana. Organízate con las tuyas, con las de tu entorno”.

Esto de "el miedo va a cambiar de bando". ¡Claro! Existe un camino de desfragilización. Fui a unos talleres de autodefensa feminista que daba una mujer cinturón negro de kárate, una competidora olímpica, y contó que cuando tenía veintiochos años sufrió una violación. Se dio cuenta de que estaba sufriendo una violación por un hombre que era muy inferior físicamente a ella, pero igualmente no pudo reaccionar. No le sirvió para nada su fuerza, su imponente cuerpo y su entrenamiento porque estaba paralizada por otro tipo de violencia. A la hora de la verdad, seguía siendo víctima del sistema patriarcal. Y se puso a dar talleres de autodefensa feminista.

¿Dónde encuentras hoy la transgresión? En los setenta, una dragqueen vestida de Cristo en la cruz podía ser subversiva, pero ahora ya no. Cuando miras alrededor, ¿dónde encuentras el verdadero rupturismo, más allá del estético o de la provocación superficial?

Pues hay dos colectivos feministas que me resultan inspiradores y transgresores. Unas son dos cómicas, Las Raras, una es de Granada y otra sevillana y tienen mogollón de seguidores y bolos en toda España. Son un dúo cómico magnífico. Ellas hacen una parodia de nosotras como sufridoras y lo transforman. Dicen en un videoclip cachondísimo que tienen “estoy rara, me levanto contenta por la mañana”… de sentirse bien se tienen que ir al médico. Sentirse bien, guapa, querida, y con capacidad de amar, ¡es algo tan raro que se toman Lextatín, porque están nerviosas!

Por otro lado, pocas cosas tan punkis vi en la vida como a grupos de chicas bailando dancehall o twerk en mi barrio en las fiestas alternativas de Sants. Hay cantantes raperas, hiphoperas, feministas que llevan bailarinas de dancehall… son expertas en perreo, en twerking. Me gusta mucho el trabajo de Inés Tarradellas, creadora audiovisual y dj y bailarina de dance hall y reguetón feminista. Y el de los grupos de chicas que en su lesbianismo vuelcan acción política o que, sin ser lesbianas, son aliadas de sus compañeras lesbianas. Eso lubrica al personal, al público, de maneras que no se pueden conseguir de otro modo que con esa expresión de gozo, de la potencia del cuerpo que lo hace por propio placer.

Se exhiben sexualmente desde ese lugar de placer. No me gusta la palabra “empoderamiento”, pero ellas lo manejan, así que digámoslo, digamos lo que ellas dicen: se empoderan y se suben al escenario con un pantaloncillo, con unas bragas vaqueras, y restriegan el culo delante del público, y lejos de concitar comentarios machirulos o vergüenzas… ¡todo lo contrario!, nos dan gasolina a todas las demás para hacer lo mismo, para convertirnos en sujetos sexuales y sexuados.

Este tema me interesa. Venimos de 40 años de dictadura donde se entendía el cuerpo de la mujer como un pecado, donde se oprimía nuestra sexualidad, pero enseguida, con el destape y los albores de la democracia, llegó el rodillo neoliberal a poner precio a nuestros cuerpos. A aprovecharse de nuestra liberación sexual. ¿Realmente, en 2020, existe una emancipación en esa sexualización, o es lo que el patriarcado -el macho facho, como le llamas en Lectura fácil- desea?

Es complejo. Desgraciadamente, el medio influye. Lo de la venta, la capitalización del cuerpo de la mujer como símbolo de libertad, habitualmente se encuadra en el feminismo liberal y sigue siendo un lugar de opresión, lo cual lo quita que haya lugares en internet, por quedarnos ahí, donde una se reapropia de su fuerza de trabajo sexual. No es que me lo invente, ya lo decía Virgine Despentes, o lo dicen las actrices porno y las defensoras del trabajo sexual. Estas compañeras capitalizan su fuerza sexual, no dejan que otros la capitalicen. No es como tener un chulo. Hay que verlo, claro, porque las plataformas de internet te pagan una parte y hacen sus delicias, se llenan de publicidad porque están frecuentadas por chicas jóvenes y guapas… pero, en cualquier caso, la que se reapropia de su trabajo sexual está haciendo un gesto, si no revolucionario, sí subversivo.

Ya sabíamos que explotan nuestro cuerpo. ¡Lo hacen incluso desde las editoriales! Están deseando escritoras jóvenes y guapas y con un millón de followers como autoras. Yo no me he reapropiado de mi fuerza de trabajo sexual, quizás no es mi camino, pero creo que es importante cómo se negocia y con qué justicia. Hay actrices porno, que se supone que están haciendo un porno feminista, y que llegan al plató sin guión ni nada y ven que tienen que meterse en la boca o en el culo algo de lo que nadie las ha informado.

Por mucho que sean ellas las que rentablicen su cuerpo, la mirada misógina sigue presente. El consumidor de porno o de prostitución, en el fondo, las desprecia.

No creo que esté más ahí que en la mirada misógina del cliente del bar que escruta sexualmente a la camarera que le ha servido una cerveza. Me gustaría equiparar en términos sindicalistas a la trabajadora de la webcam y a la trabajadora del bar. Si, además, la trabajadora de la webcam es su propia jefa… tenemos que ganarnos la vida de alguna manera, no somos rentistas, tenemos que enfangarnos en algo. Todos pasamos por cosas: la camarera, por el patrón que la explota; la escritora, por el insulto de que un crítico le explique lo que es la literatura.

En cualquier caso, el último horizonte emancipador es la abolición del trabajo. Y creo que tenemos que ignorar la mirada misógina. Yo ya estoy fuera de esto. En algún momento estuve dentro, hacía pedagogía feminista y tal, pero ya no soy pedagógica, ahora muerdo. Ante la agresión que pueda ser pequeña, grande, gigantesca, cotidiana o excepcional… muerdo. Tenemos que morder. Dejar de percibirnos como frágiles y responder. No tanto preocuparnos por qué imagen damos. De nuevo recae sobre nuestras espaldas el juicio sobre nosotras mismas. ¿Cómo se va a aprovechar el ojo misógino…? Bueno, quizá es el momento de dejar de mirarnos en el espejo de los demás todo el rato y mirarnos desde un lugar más propio, más nuestro. Y esto se consigue en colectivo. Eso de “una sola puede, con amigas, más”.

Esto venía de La Bola de Cristal, ¿no? Me suena.

¡Sí! Es verdad.

¿Qué posibilidades tiene el arte con vocación política, transformadora, de transgredir el sistema desde dentro del sistema?

Eso es guerrilla u organización. Yo me he sentido sola en lo editorial. Cuando escribí Introducción a Teresa de Jesús, me vi en un ámbito tan hostil, donde no era posible la crítica… era una recién llegada, quería ser leída y valorada por su trabajo, y me di cuenta de que estaba bajo el mazo del poder y de que las relaciones de poder son feudales. Igual que hablan las doctorandas de que en la universidad hay feudalismo. En los grandes grupos editoriales, también. A mí me cabe la guerrilla. Lo sibilino. El engaño. la mentira. Lo decía mucho Anaïs Nin: “Me obligan a mentir, yo tengo que mentir, si no miento, mi casa sería un infierno, no puedo decir que me voy con ese amante y con ese otro…”. Hay que mentir por la supervivencia y por la autonomía. Estamos ante gigantes.

Es tan gigantesco el orden capitalista y el orden patriarcal de las cosas… pero, a la vez, creo que no está en sus mejores horas. Lo normal del gran capo o de un patriarca que las tiene todas consigo sería no dar pábulo, pero cuando alguien se molesta por un comentario o una declaración de un libro vemos que efectivamente no somos tan frágiles; hay un leviatán dominador, lo hay sin duda, pero nos tenemos que despertar y ver que no somos tan inofensivas.

Claro que una casa okupa, al final, está en una ciudad que está dentro del sistema, y que habita las mismas calles en las que ocurren los mismos accidentes de tráfico, las mismas agresiones racistas, pero de todos modos podemos ver ahí modos de vida que nos sirven fuera, modos de relacionarnos que ha usado la llamada “nueva política”, que ya es viejísima. Podemos tomó muchísimas consignas de espacios okupados o liberados. El “no es no”de “fuera babosos”, de “fuera agresiones machistas” se llevaba diciendo en las casas okupas diez años. Han hecho transactivismo. Se han aprovechado de nuestras prácticas autónomas y no al revés.

Tú has dicho que no te interesa el liderazgo, que eres anarquista, abstencionista activa, que son igual de machos-fachos Abascal que Iglesias porque ambos, en realidad, hacen uso de las jerarquías. ¿Crees, entonces, que Iglesias ha malogrado esos mensajes que se daban genuinamente desde los márgenes?

Sí, sin duda me parecen lo mismo. Hay que volver a donde se gestaron estos mensajes, porque ahí se siguen generando pensamientos reactivos frente a estos mineros. Iglesias se siente moderno y guay usando nuestros mensajes antirracistas y feministas, los rentabiliza. En cualquier caso, mi posición no es pesimista: la acción directa, aunque se había hecho durante muchísimo tiempo, se acuña con ese nombre en el siglo XIX. La solidaridad obrera, antes de que existiera la CNT y todo. La autoorganización.

En la modernidad, en Occidente, pasan estas cosas, lo que no significa que no haya ejemplos en otras latitudes, como los movimientos de resistencia en Latinoamérica contra el colono. Tenemos también el ejemplo en las manifestaciones por George Floyd: qué claro lo tienen las compañeras organizadas. Es una historia de opresión y de resistencia: ellas dicen que su genealogía viene desde la esclava a la que trajeron en un barco, de África para acá, con otras compañeras que murieron todas. La acción política directa aún existe. Veo comisarías ardiendo y me parece luz: ¡eso es luz! Vaya, vaya…

¿Te da la sensación de que, ahora que tenemos un Gobierno de izquierdas, gran parte de la cultura se domestica? Rebaja el nivel de crítica y rema a favor porque están los suyos en el poder.

Jamás podría hacer un diagnóstico de cómo se debe hacer la crítica, soy incapaz de hacer una receta de cómo se tiene que criticar. Que cada uno encuentre su camino. Pero sí es de risa que se diga que este Gobierno es progresista. Me parece tan gracioso. Cómo se vacía de sentido la palabra “progresista” o “izquierda”. Se dice “de izquierdas” para limpiarlo, pero que no, que este Gobierno te gobierna, que paga sueldos a los policías, que firma contratos para la explotación de armas. No le dedico ni tres segundos de mi tiempo.

Si yo tuviera que animar a algo a alguien sería a mis compañeras escritoras a revelar o denunciar las violencias editoriales. Llamémoslas por su nombre. Es lo mismo que cuando hace años se decía que que te pegue tu marido en tu casa era una cuestión privada: no, es una cuestión social, responde a cómo está montado el mundo. Haríamos bien en revelar las violencias que en este 2020 nos infligen las editoriales literarias tan romantizadas, donde nos hemos criado como lectoras, donde hemos leído a Virginia Woolf, a María Zambrano, a Highsmith, a nuestras escritoras feministas, para más inri… hay que hablar de los tragos por los que la violencia capitalista y patriarcal nos hacen pasar. Así seremos más libres y podremos escribir mejor, sea la libertad lo que sea. Cuanto menos patrones tenga una, mejor.