
Jordi Riera, en el Hospital Universitario Vall d'Hebron. Imagen cedida.
Jordi Riera, el médico que trabaja en la frontera de la vida y la muerte: "Tenemos pacientes caminando sin respirar"
"La ECMO permite recuperar a un paciente en muerte súbita" / "La oxigenación extracorpórea ha cambiado mi percepción de la vida" / "Quienes organizan los recursos están muy lejos del día a día de los pacientes" / "Se podrían beneficiar más pacientes de los actuales, pero necesitamos investigación".
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El corazón y los pulmones son los motores de la vida. Su fallo puede hacer que la sangre y el oxígeno no lleguen a los órganos, el cuerpo colapse y la persona muera. La afirmación parece algo innegable e inamovible, pero puede no ser así.
Es lo que permite la tecnología ECMO (siglas en inglés de 'oxigenación mediante membrana extracorpórea'), una máquina que permite oxigenar la sangre del paciente e, incluso, mantener el riego sanguíneo. Sustituye el corazón y los pulmones en un paciente crítico y les da tiempo para sanar.
Aunque parezca ciencia ficción, es algo muy real. "Tienes a pacientes caminando sin respirar mientras esperan un trasplante de pulmón", cuenta orgulloso Jordi Riera (Vitoria, 1980), director del programa ECMO del adulto en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona.
El médico intensivista fue el creador de la unidad en su hospital, un proyecto no exento de dudas por parte de muchos compañeros. "Cuando empezamos, nos sentimos bastante abandonados". Con esa frase se refiere a él y a Elisabeth Gallart, la coordinadora del programa.
Ahora ha publicado Reanimación Extracorpórea (Destino), un libro en el que habla de las maravillas y los límites de esta tecnología y en el que cuenta unos pocos de los más de 630 casos que ha atendido en sus 15 años de experiencia con ECMO.
La ECMO es una tecnología escasa y que necesita una gran inversión de recursos. ¿Cómo se decide quién entra y quién no?
El primer criterio es la reversibilidad, que el paciente se pueda curar. La ECMO no es un tratamiento como tal. En patología respiratoria, por ejemplo, una neumonía, el que va a hacer eso es el antibiótico.
Una persona con problemas en los pulmones sin opción a trasplante y sin solución, no sería candidata. También se tiene en cuenta la edad: generalmente el corte está en los 65 años, pero tampoco es una cifra exacta.
Hemos llegado a tratar pacientes de 69 años y rechazar a otros de 63. Trabajamos en escala de grises, pero lo más habitual es tener pacientes jóvenes con una patología muy aguda.
En el libro habla de pacientes en ECMO que están plenamente conscientes, incluso pueden andar. ¿Cómo de habitual es eso?
Depende de cada hospital que lo ofrezca. Nuestro protocolo incluye despertar a los pacientes [sedados previamente para poder conectarlos a la máquina], siempre que sea posible, y que vayan haciendo ejercicios de rehabilitación.
Nuestro objetivo no es solo que el paciente salga de la UCI, sino que pueda recuperar su vida por completo. Algunos vienen después del alta y nos cuentan que han podido recuperar una vida de calidad.
En ECMO se pierden seis pacientes de cada diez, según cuenta en el libro. ¿Cómo es trabajar sabiendo que lo más probable es el fallecimiento de esa persona?
Incluso un 20% de posibilidades puede ser mucho si lo comparamos con 0. ¿Quién dice que es poco? Sobre todo, si hablamos de un 40% frente a un cero. Lo importante es investigar para poder ampliar esos porcentajes.
Evidentemente, es complicado. Te enfrentas a casos muy complejos, a las familias a las que hay que darles la información. Los casos que salen mal marcan al equipo.
Dice en el libro que la ECMO sigue siendo la última opción. ¿Es un error?
Es frustrante, pero no es un error. Es una tecnología muy compleja, asociada a muchas complicaciones y que requiere muchos recursos. Según la lógica, mi experiencia profesional y la evidencia científica, sé que se podrían beneficiar más pacientes de los actuales, pero necesitamos investigación.
Espero que conforme se vaya optimizando la técnica, disminuyan las complicaciones, se generará evidencia y se podrá ampliar su uso.
Usted sostiene que la tecnología ECMO ha redefinido el concepto de muerte. ¿Ahora morir es más difícil?
Depende, la muerte tiene muchas dimensiones: biológica, humana, social… como proceso biológico no es un proceso con botón de ‘on’ y ‘off’ y la máquina de ECMO no la evita por completo.
Puede redefinirla, en cierta manera. Por ejemplo, en un paciente con muerte súbita permite que lo recuperemos, pero tampoco la evita [la muerte] en todos los escenarios. Eso es imposible.
En el libro cuenta la historia de ocho pacientes. ¿Son las más especiales, las que más le han marcado o se ha dejado alguna bajo la manga para otro futuro libro?
Todos los casos tiene su peculiaridad. Seleccioné algunos, pero hay otros que son espectaculares también y no están ahí por cuestiones prácticas. A los seis meses del alta hacemos un seguimiento de los pacientes para nuestros registros, pero con algunos, mantenemos más contacto.
En el libro, le pregunta a sus pacientes si pasar por ECMO les ha cambiado la percepción de la vida. ¿Y a usted?
La respuesta es sí, ha cambiado mi percepción. No he pasado directamente por ella, pero he visto más de 630 casos. Muchos de ellos son jóvenes, se despiertan un día, van al trabajo y, de repente, se les para el corazón. Verlo te empuja a disfrutar cada minuto de la vida.

El equipo del programa ECMO del Hospital Universitario Vall d'Hebron en una imagen cedida.
He encontrado la felicidad en pequeñas cosas de la rutina, en mis hijos, en poder estar en el jardín tranquilamente. Muchas veces nos sumimos en la inercia de la propia vida y no valoramos lo que tenemos. Ver estos casos me ha hecho salir de eso.
También menciona varias veces a una nueva generación de médicos que prefiere estabilidad y comodidad frente a la entrega y la pasión de otras anteriores. ¿No se puede trabajar con pasión y querer tener una vida fuera?
Tal y como está el sistema, no. Yo respeto que haya compañeros que cuando cumplen las ocho horas reglamentarias se vayan a casa. Eso no es, para nada, escaquearse, pero, sin ir más allá del horario establecido, no habría casos como los del libro.
Ojalá se invirtiera en contratar personal para que unos puedan investigar, otros asistir y otros generar protocolos, pero eso no lo tenemos. Esa pasión se podría aunar con la comodidad si hubiera recursos.
Dice en el libro que los profesionales como usted no son héroes. ¿Cree que esa concepción les podría perjudicar?
Sí, porque no es real y eso perjudica. Otra cosa es que podamos lograr cosas extraordinarias, que lo hacemos, pero también fracasamos.
No creo que sea malo que la sociedad valore nuestro trabajo, pero no hay que pasar al heroísmo ni a pensar que podemos hacerlo todo, siempre hay límites.
Usted afirma que la medicina avanza a pesar de la gestión hospitalaria y las trabas para trabajar. ¿Cómo se consiguen superar esas trabas y no caer en la resignación?
Con pasión. Yo desarrollo mi investigación en mi tiempo libre y tengo suerte de que mi hospital sí apuesta por la investigación y se organiza a nivel interno para que tengamos algo de espacio para ello.
El problema es que quienes organizan [los recursos] están muy alejados del día a día de los pacientes. La investigación avanza a base de hipótesis y hoy en día, meter dinero en algo que puede confirmarse o no, no sale rentable.