Nicholas Senn fue el primer médico en detectar una perforación intestinal con gas de hidrógeno.

Nicholas Senn fue el primer médico en detectar una perforación intestinal con gas de hidrógeno. Wikimedia

Investigación

El médico que se inyectó seis litros de hidrógeno por el ano

El cirujano estadounidense Nicholas Senn estudió las perforaciones intestinales insuflándose una gran cantidad de gas por vía rectal.

25 septiembre, 2017 03:11

Quien suela padecer los tan frecuentes como molestos problemas de gases, conocidos genéricamente como meteorismo, podrá imaginar fácilmente el sufrimiento que soportó en el siglo XIX el médico estadounidense Nicholas Senn después de insuflarse seis litros de hidrógeno por el ano. Y aunque la tortura de Senn fue voluntaria y autoinfligida, el hecho de que lo hiciera en pro de la ciencia merece un cierto reconocimiento; si bien algunos de los experimentos que no ejecutó en sí mismo, sino en animales, hoy provocan espanto.

Como tantos estadounidenses, Senn era un inmigrante, trasladado a América con su familia desde su Suiza natal en 1852, cuando tenía ocho años. Se licenció en medicina en el Chicago Medical College y comenzó así una destacada carrera en la que combinaría estudios de doctorado con la docencia universitaria y una exitosa práctica clínica que le llevaría a presidir la Asociación Médica Estadounidense (AMA), además de fundar la Asociación de Cirujanos Militares de EEUU. Como médico militar, sirvió en Cuba durante la guerra de EEUU contra España en 1898. Tras su muerte en 1908, un obituario en la revista JAMA le definió como "probablemente el cirujano más conocido y universalmente estimado en EEUU".

Pero fue su inquietud por la investigación la que le llevó a publicar más de 300 trabajos, incluyendo 25 libros. A lo largo de su carrera, Senn experimentó con el uso de rayos X en el tratamiento de la leucemia, investigó la tuberculosis ósea, la pancreatitis aguda o la cirugía plástica, y sus obituarios cuentan que introdujo la cirugía antiséptica para prevenir las infecciones en los quirófanos.

Como tantos científicos a lo largo de la historia, Senn también fue su propio conejillo de indias. En una época en que aún no se conocía si el cáncer podía ser una enfermedad transmisible, el cirujano tuvo el valor de trasplantarse bajo la piel un trozo de tejido procedente de una metástasis de cáncer de labio. Por fortuna para él, los tumores humanos no son contagiosos, y el implante desapareció después de un par de semanas.

Una fuga en la tubería

Sin duda sus experimentos más estrambóticos, y tal vez por ello discretamente omitidos en sus obituarios, fueron los que llevó a cabo hacia 1886 para diagnosticar las perforaciones gastrointestinales. Por entonces aún no existía un método infalible para detectar estas lesiones, frecuentes en casos como las heridas de bala y que provocan la muerte si no se suturan.

La idea de Senn consistía en inyectar masivamente hidrógeno en el tubo digestivo y comprobar si escapaba, "del mismo modo que un fontanero localiza una fuga en una tubería de gas", según escribió en su estudio, publicado en 1888 en JAMA. El cirujano comenzó sus experimentos introduciendo el hidrógeno por la boca, pero descubrió que la capacidad de dilatación del estómago y la acción de las válvulas impedían en la mayor parte de los casos que el gas llegara al intestino. Así que probó el camino opuesto.

En cuanto a los sujetos de su estudio, como otros cirujanos inicialmente utilizaba cadáveres humanos, pero pronto comprendió que necesitaba ensayar sus técnicas en seres vivos. Senn era un convencido defensor de la investigación con animales, en los que conducía experimentos terriblemente crueles para nuestra mentalidad actual.

El reconocido cirujano Nicholas Senn.

El reconocido cirujano Nicholas Senn. Wikipedia

Según describía en su estudio, utilizaba perros a los que ataba a la mesa de operaciones, les afeitaba el abdomen, los anestesiaba con éter y después les disparaba a quemarropa con un revólver del calibre 32. A continuación les insuflaba el hidrógeno, les abría el abdomen y examinaba el daño en las vísceras, aplicando una llama para detectar si alguna fuga de gas prendía. "En todos los casos se intentaba salvar la vida del animal por el tratamiento quirúrgico, y en unos pocos casos los esfuerzos fueron recompensados por el éxito", escribía.

El uso de hidrógeno no era casual. Senn experimentó también con aire, pero descubrió que el hidrógeno no sólo era inocuo para los tejidos vivos, sino que además este gas inflamable permitía detectar fácilmente las fugas. Además, preocupado por la esterilidad durante las operaciones, "la quema del hidrógeno que escapa en la superficie de la herida externa es un medio muy eficaz para asegurar las condiciones asépticas de la herida”.

Curiosidad científica

De un total de 65 experimentos, varios se realizaron con pacientes humanos vivos, naturalmente sin incluir la herida abdominal provocada. Fue en el que hacía el número 52 cuando Senn sintió la curiosidad de ofrecerse como sujeto por hallarse "deseoso de experimentar las sensaciones causadas por la inflación con gas hidrógeno".

Así pues, Senn se sometió al procedimiento habitual, recibir por el ano un tubo de goma conectado a un balón de hidrógeno mientras su ayudante le apretaba los "márgenes anales" para impedir escapes. Según las lecturas del manómetro que medía la presión, el investigador recibió unos seis litros de hidrógeno. En un primer momento Senn sólo informó de una sensación de distensión del intestino grueso; "pero tan pronto como el gas escapó al íleon [la sección final del intestino delgado], se experimentó un dolor similar al del cólico, que aumentaba a medida que avanzaba la insuflación y sólo cesó después de que todo el gas hubiera escapado, lo que sólo ocurrió después de una hora y media", escribió.

Una vez que el gas llenó el intestino y el estómago, Senn sintió una distensión interna que describió como "angustiosa", acompañada de flojera y de una profusa sudoración. "Una gran parte del gas escapó por eructación, seguida de un gran alivio", relataba. Por decoro el estudio no describe cómo buena parte del gas volvía a expulsarse por el conducto de entrada, pero Senn escribió que los movimientos de su intestino pugnaban por expulsar el gas, y cómo sus dolores remitían cada vez que parte del hidrógeno escapaba por fin al aire libre.

Por fortuna, hoy contamos con métodos de análisis y diagnóstico por imagen, que permiten revelar las perforaciones gastrointestinales sin necesidad de que a alguien que ya ha sufrido un balazo o una puñalada se le torture además insuflándole gas por vía anal y quemándole la herida. Pero en tiempos de Senn, sus experimentos fueron muy aplaudidos. En 1888, un editorial en la revista Annals of Surgery (Anales de Cirugía, entendiéndose como publicación periódica de un campo del saber) elogiaba el método de Senn como "un procedimiento de gran valor diagnóstico". Aunque había un pero: según el autor, faltaba confirmar "si el hidrógeno inyectado no podría combinarse con ciertos gases producidos en el intestino y formar un compuesto explosivo que pudiera precipitar la muerte del paciente".