Niños iraquíes desplazados cerca de Mosul, Irak.

Niños iraquíes desplazados cerca de Mosul, Irak. Ahmed Jadallah Reuters

Investigación Psicología

Con cuatro años ya se puede ser racista

Los psicólogos detectan desde edades muy tempranas actitudes de rechazo al diferente, por la raza, el género o la obesidad.

1 febrero, 2017 02:14

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El caso de Carlos Arturo Sánchez, futbolista de origen colombiano del San Martín de Vilaxoán, de la Primera Regional gallega, saltó a los medios de comunicación hace pocos días, cuando el árbitro recogió en el acta de un partido los insultos racistas que recibió. A sus 32 años asegura que lleva más de dos décadas sufriendo agresiones verbales en los campos de fútbol por el color de su piel.

Aunque se ha planteado abandonar el deporte que le apasiona, no quiere que ganen los intolerantes. Su club le apoya y denuncia el lamentable ejemplo que se les da a los niños que hay entre el público. A veces, imitando a los adultos, los pequeños se suman a la tropelía.

¿A qué edad se empieza a ser racista? "Los niños entre tres y cuatro años son conscientes de que el color de piel es un aspecto relevante para la sociedad y entre los siete y los ocho utilizan estereotipos negativos para referirse a minorías étnicas", afirma Raquel Bermúdez, especialista en psicología infantil de la Universidad Pontificia de Salamanca, en declaraciones a EL ESPAÑOL.

Allison Skinner, investigadora de la Universidad de Washington, recuerda que algunos estudios "demuestran que bebés de pocos meses prefieren mirar a las personas que son de la misma raza que sus cuidadores", pero duda de que esta "preferencia visual" tenga algún significado, sobre todo porque no ocurre cuando el niño está acostumbrado a ver a personas de distintas razas.

Por eso, ella también sitúa la aparición de prejuicios raciales entre los tres y los cuatro años. De hecho, una investigación realizada en España mostró que para los niños de tres años el color de la piel aún tiene una escasa relevancia, pero a partir de cuatro comienza a ser un atributo importante y sirve para describir y clasificar a las personas.

Skinner acaba de publicar un estudio que indica que para transmitir prejuicios a las nuevas generaciones ni siquiera es necesario hacerlo de forma tan explícita como los insultos que se producen en un campo de fútbol. Los niños son capaces de captar las señales del lenguaje no verbal de los adultos incluso cuando verbalmente están expresando lo contrario.

Un experimento realizado años antes revela el efecto que tiene. Un grupo de niños blancos observaron a un actor blanco que realizaba declaraciones positivas sobre una persona negra, pero al mismo tiempo sus gestos hacia ella eran despectivos. El resultado fue que los pequeños ignoraron las palabras y se quedaron con el lenguaje no verbal, mostrando rechazo no sólo hacia la persona negra original, sino también hacia un nuevo individuo de la misma raza que no habían visto antes.

El rechazo a los gordos

Aunque el racismo sea un ejemplo clásico, los prejuicios son muy variados. "En el caso de la discriminación por obesidad, varios estudios coinciden en que alrededor de los 3 años ya existen preferencias hacia figuras corporales con peso normal frente a las figuras con sobrepeso y este prejuicio se consolida entre los 5 y 10 años", destaca Raquel Bermúdez. Curiosamente, este rechazo parece estar directamente influido por la madre.

Aunque habitualmente los prejuicios se manifiestan hacia grupos a los que no pertenecemos, una investigación que acaba de publicar Science demuestra que algunas personas pueden desarrollar un sesgo negativo incluso hacia su propio colectivo: las niñas de entre 6 y 7 años aprenden a subestimar su propio género, ya que asocian conceptos como la genialidad y la brillantez a lo masculino.

Niñas que se creen inferiores

"A una edad tan temprana ya tienen ideas preestablecidas y rígidas sobre lo que son capaces de lograr y lo que no", comenta Raquel Bermúdez, "estos estereotipos tienen claras implicaciones sociales, porque determinan las oportunidades profesionales de las niñas y la posición de la mujer en la sociedad".

Parece que la semilla del machismo comienza a germinar escandalosamente pronto. La pregunta es si se puede hacer algo para evitar este y otros prejuicios o si son inherentes a la condición humana. "A nivel evolutivo, establecer categorías sociales tiene la función de simplificar la realidad compleja en la que vivimos, y además sirve como ayuda para identificarse con un grupo social y tener un sentimiento de pertenencia al mismo", reconoce la psicóloga.

Sin embargo, "al transmitir a los niños estas ideas estereotipadas sobre personas o grupos, contribuimos a que se conviertan en adultos con ideas rígidas e inflexibles", lo cual hace más difícil la convivencia en una sociedad diversa y cambiante. "Un niño con menos prejuicios tendrá menos conflictos y llevará a cabo comportamientos más adaptativos", añade.

¿Se puede evitar?

Allison Skinner confía en que su investigación sobre la transmisión no verbal de los prejuicios pueda contribuir a superarlos. "Nos estamos planteando realizar una nueva investigación sobre qué pueden hacer los padres al respecto", afirma. Por el momento, aconseja esforzarse por prestar mayor atención a los mensajes que mandan a sus hijos y, "si creen que sus señales no verbales pueden estar sesgadas, tratar de comportarse de manera diferente".

No obstante, recuerda que la socialización depende de muchos factores y cree que la educación puede corregir muchos prejuicios. "El problema es cuando hay sesgos sistemáticos a los que los niños están expuestos repetidamente, por ejemplo, cuando un grupo racial es estigmatizado y devaluado en la sociedad", advierte.

"Para que padres y educadores puedan evitar transmitir prejuicios a los niños lo primero es ser conscientes de sus propios prejuicios", comenta Raquel Bermúdez. Es decir, que deberían detectar las ideas preestablecidas y rígidas que tienen hacia personas o grupos sociales y replanteárselas como pensamientos sesgados que pueden condicionar a los menores.

"En el caso de la transmisión de normas sociales o culturales no basta con controlar lo que se dice a los niños, hay que acompañar el mensaje verbal con una actitud coherente y sin caer en la contradicción, teniendo presente que padres y educadores son modelos", añade.