Antonio Ríos, psicoterapeuta y médico.

Antonio Ríos, psicoterapeuta y médico. EFE

Ciencia

Antonio Ríos, psicoterapeuta, sobre la felicidad: "Hay que aprender a vivir con un 20% - 25% de frustración"

El experto asegura que no existe el 100% de satisfacción en la vida y, por tanto, debemos aprender a gestionar la frustración.

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Las claves

Antonio Ríos, psicoterapeuta, propone aceptar entre un 20% y un 25% de frustración en la vida para alcanzar una felicidad realista.

La expectativa de alcanzar una felicidad total es irreal; la clave está en desarrollar flexibilidad psicológica y tolerancia al malestar.

Las intervenciones como la Terapia de Aceptación y Compromiso han demostrado que aprender a convivir con la incomodidad mejora el bienestar.

Aceptar cierto grado de frustración no implica resignarse a situaciones dañinas, sino ajustar expectativas y actuar para el propio bienestar.

La cultura del "todo se puede" ha puesto la felicidad en modo checklist: pareja estable, trabajo con sentido, cuerpo funcional, ocio estimulante, cero dramas. Y, cuando algo se sale del guion —un rechazo, una bronca, una factura inesperada, una relación que no cuaja—, no solo duele: parece un fallo del sistema. En ese paisaje de expectativas altas, el médico y psicoterapeuta Antonio Ríos lanza una idea que corta el aire como una tijera: "En la vida… no se tiene el 100%". Y lo remata con una propuesta casi matemática: aprender a convivir con "un veinte o veinticinco por ciento de frustración".

Este médico no habla desde un púlpito motivacional, sino desde años de consulta y formación. En la plataforma Aprendemos Juntos (BBVA) se presenta como licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Alicante y doctorado en la Unidad de Psiquiatría de la Universidad de Valencia; especializado en orientación y psicoterapia familiar, de pareja y con adolescentes. En ese contexto insiste en que muchos conflictos "se generan en las familias" y que, para resolverlos, hace falta método, práctica y una mirada menos idealizada de lo que significa "estar bien".

Su tesis, en realidad, no es pesimista: es anti-fantasía. "Podemos tener atisbos del 100%, pero no se pueden mantener", dice. Y ese detalle importa, porque no niega los momentos luminosos: los reconoce, solo que les quita la obligación de durar. La vida, viene a decir, incluye necesariamente una zona que no encaja con nuestras preferencias. Ese "20-25%" no pretende ser un dato clínico exacto, sino una forma de ponerle marco a algo cotidiano: habrá planes que salgan regular, gente que no te entienda, metas que se retrasen y días sin energía. La clave, para él, es no "vivir mal por ello".

La psicología lleva décadas encontrando razones para desconfiar del "100% sostenido". Un estudio sobre adaptación hedónica comparó el bienestar de ganadores de lotería y personas con lesiones graves: con el tiempo, muchos vuelven hacia niveles relativamente parecidos de satisfacción, aunque cambien las circunstancias. No significa que "todo dé igual", pero sí que el subidón o el golpe no se quedan congelados para siempre. Ese regreso parcial a un punto de equilibrio ayuda a entender por qué el "atisbo" es real y, a la vez, difícil de fijar como estado permanente.

Otra pieza encaja todavía mejor con lo que plantea Ríos: la flexibilidad psicológica. En una revisión muy citada, Kashdan y Rottenberg describen esta capacidad como un núcleo de salud mental: saber estar con emociones incómodas, ajustar la conducta al contexto y seguir actuando en función de valores, en vez de quedar atrapados en la lucha por eliminar cualquier malestar. Traducido al día a día: no es "me resigno", es "esto me fastidia, y aun así puedo moverme".

La tolerancia al malestar

Ese enfoque no es solo teoría. Las intervenciones basadas en Aceptación y Compromiso (ACT), precisamente centradas en aceptar parte del malestar y elegir acciones con sentido, han mostrado efectos positivos en síntomas y procesos como la flexibilidad psicológica en diferentes poblaciones. De hecho, un metaanálisis reciente en universitarios encontró mejoras pequeñas a moderadas en estos aspectos, lo que sugiere que "aprender a convivir" con lo incómodo se puede entrenar y no depende únicamente del temperamento.

También hay investigación específica sobre tolerancia al malestar. La Distress Tolerance Scale, validada por Simons y Gaher, mide justamente esa habilidad: cuánto nos desborda una emoción desagradable y hasta qué punto intentamos apagarla a cualquier precio. En general, puntuar bajo se asocia con más conductas de escape (evitación, impulsividad, consumo como anestesia emocional) y con una vida más estrecha, porque todo se organiza alrededor de no sentir. En ese espejo, el "20-25%" de Ríos suena a invitación práctica: dejar de vivir como si cada incomodidad fuese una alarma de incendio.

Este experto lo formula en modo entrenamiento: "Hay que prepararse y formarse para que podamos ser lo más felices posible". Ese "formarse" no es acumular frases bonitas, sino habilidades concretas. Una: aprender a nombrar el porcentaje inevitable. Cuando algo sale mal, en vez de convertirlo en juicio global ("mi vida es un desastre"), reducirlo a su tamaño real ("esto es parte de mi 25% de hoy"). Dos: pasar de la exigencia total al "suficientemente bien": decidir qué merece perfección y qué solo necesita estar correcto. Tres: practicar micro-reparaciones: dormir, caminar, hablar con alguien, ordenar un punto pequeño del caos. No arreglan el mundo, pero te devuelven agencia.

Hay una metáfora que ayuda sin romantizar nada: piensa en conducir con lluvia. No controlas el cielo, pero sí la velocidad, la distancia de seguridad y dónde pones la atención. La frustración sería esa lluvia: incómoda, a veces intensa, casi nunca negociable. La diferencia entre sufrir más o menos está en si pretendes que deje de llover para poder avanzar o si ajustas la conducción para llegar entero. En la lógica de Ríos, el objetivo vital no es blindarse contra lo imprevisible, sino "vivir lo más feliz que pueda" aun sabiendo que "todo no lo puedo conseguir".

Y hay un matiz importante: aceptar un porcentaje de frustración no equivale a conformarse con lo injusto, lo tóxico o lo dañino. Es, más bien, dejar de pagar un peaje extra: el de exigirle a la realidad que sea exactamente como la queremos antes de permitirnos estar bien. Si ese 25% se convierte en un 70% sostenido —por ansiedad intensa, tristeza persistente o bloqueo funcional—, ahí ya no hablamos de filosofía de vida, sino de pedir ayuda y cuidar la salud mental con un profesional.