Emiliano Bruner es investigador en el Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC e investigador afiliado a la Fundación CIEN.

Emiliano Bruner es investigador en el Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC e investigador afiliado a la Fundación CIEN. Daniel González EFE

Ciencia

Bruner, el científico que susurra a los homínidos: "No creo que los jóvenes lo tengan ahora más difícil que hace 50 ó 500 años"

 "A la evolución le ha venido muy bien este mono inteligente y triste" / "La distracción siempre ha existido, pero han cambiado las herramientas" / "Nuestro cerebro está constantemente imaginando cómo nos podría ir peor" / "El móvil es uno de los distractores más poderosos que tenemos hoy en día"

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El paleoneurobiólogo Emiliano Bruner (Roma, 1972) siempre tuvo claro que quería dedicarse a la zoología. Trabajando con los animales descubrió la etología animal (la rama que estudia el comportamiento) y, más tarde, la humana.

Su problema fue que, en la época en la que iniciaba su carrera, resulta casi imposible estudiar la cognición humana siendo biólogo. "En 'el reparto' nos tocaron los gatos y los ratones", bromea en un perfecto español.

A su llegada a la Universidad de Roma La Sapienza pudo desquitarse de su destino y comenzó a trabajar con el cerebro humano reconstruyendo los de homínidos fósiles. Es lo que se conoce como paleoneurobiología.

Como los fósiles dan poca información, siempre se necesita comparar con modelos modernos. Así fue como Bruner, investigador en el Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC, se especializó en los aspectos anatómicos y cognitivos del cerebro de especies extintas así como de la actual.

En los últimos 15 años ha incluido entre sus diversos intereses científicos la arqueología cognitiva (aplicar modelos psicológicos actuales al registro arqueológico). Aunque no se pueda saber, cree que es probable que los neardentales no tuvieran todas las rumiaciones que tenemos ahora.

Este exceso de rumiación y vagabundeo mental, como explica en su libro La maldición del hombre mono (Editorial Crítica, 2025), afecta a nuestra calidad de vida hasta el punto de convertirnos en "monos inteligentes pero con una insatisfacción continua".

Pasó de estudiar el comportamiento animal al humano. ¿Los primeros se comportan mejor que los últimos?

No, el ser humano es un animal como todos los otros. Lo que sucede es que ha tenido mucho éxito como primate. Ninguno ha conseguido tener 8.000 millones de individuos en todo el planeta. El éxito reproductivo —diferente del personal, el que llamamos bienestar— ha sido bestial.

La selección natural criba en función del éxito reproductivo de una especie. Además, había perfilado a los humanos para trabajar bien en un grupo de 150 personas. Al crearse territorios demográficos más grandes, nuestro modelo evolutivo genera efectos secundarios y conflictos bastante problemáticos.

Esto pone en discusión el valor adaptativo de muchos rasgos evolutivos y, sobre todo, la calidad de vida, el bienestar de muchos de nosotros que a estas alturas es realmente problemático.

¿Qué tipo de conflictos genera el modelo evolutivo actual?

Por ejemplo, está bien que un campesino neolítico tenga cierto afán de amontonar. Pero, hoy en día, este afán ya no se aplica a una familia, sino a una multinacional. Las armas de combate ya no son lanzas, sino son bombas. Todo esto puede irse de las manos y generar conflictos totalmente nuevos.

Tenemos muchas obsesiones y compulsiones evolutivas que tienen el fin de protegernos, de hacernos acaparar más energía para tener más hijos. Esto genera un cierto tipo de desequilibrio emocional. Está bien cuando la competición es para almacenar más recursos o generar más hijos. Pero también nos puede poner la cabeza como un bombo.

Somos capaces de recordar nuestra historia pasada y de hacer previsiones muy complejas porque podemos proyectar imágenes y palabras en el tiempo. Esta capacidad ha sido una de las claves del éxito de Homo sapiens.

El problema es que está implantada en un mono que tiene compulsiones y obsesiones emocionales (agresividad, miedo, inseguridad o competición), por lo que crea un mono continua y eternamente insatisfecho. Nuestro cerebro está constantemente imaginando cómo podría ir peor o mejor de lo que está pasando en el momento actual.

Bruner se especializó en los aspectos anatómicos y cognitivos de cerebros humanos de ayer y de hoy.

Bruner se especializó en los aspectos anatómicos y cognitivos de cerebros humanos de ayer y de hoy. Daniel González EFE

¿No hay forma de reducir esa insatisfacción permanente?

Sí, la hay, sobre todo porque lo que genera esta presión es estrés y ansiedad. No sólo hablamos de casos en los que pasan un umbral clínico. Nos referimos a todos nosotros, que constantemente vemos en el mundo que nos rodea una fuente de insatisfacción que siempre va a restar calidad de vida.

Lo que sucede es que esto viene de fábrica. La selección nos ha dado una gran capacidad mental, pero asociada a una compulsión emocional que no podemos controlar. ¿Por qué? Porque aumenta el éxito reproductivo, hace que seamos monos inteligentes y tristes.

¿Esta capacidad de proyectar imágenes y palabras en el tiempo se ha visto deteriorada en las nuevas generaciones por el uso de los móviles?

Primero, hay que dejar claro que no tenemos comparación. Y las que podamos hacer te pueden llevar a una conclusión o a su opuesto. Es imposible compararlo. No sabemos si los jóvenes ahora tienen una situación más difícil que hace 50 ó 500 años. Yo diría, a botepronto, que no.

El vagabundeo mental, que es la base de la insatisfacción y genera una sed constante de deseos y rechazos, es un paquete evolutivo. Con lo cual tenemos el mismo de hace 300 ó 1.000 años. Además, no creo que un chico en la Edad Media se haya desarrollado tranquilamente.

Tendemos a preocuparnos demasiado por lo que pasa en nuestra sociedad, olvidando que todas han tenido sus propios problemas. La nuestra, en este momento, es la que menos conflictos tiene. Comparado con la Edad Media o con el Imperio Romano, nosotros estamos bastante relajados y tranquilos.

Dicho esto, se focaliza muchas veces sobre los jóvenes. Y es verdad que no sabemos qué resultados cognitivos pueden dar los móviles, pero no debemos olvidar que provienen de padres y abuelos que están enganchados a otros tipos de distractores atencionales muy poderosos, como la televisión o el alcohol.

No estoy seguro que los padres en este momento estén en la posición de apuntar el dedo en contra de sus hijos y de sus móviles porque la verdad es que no son buenos ejemplos de una alternativa.

¿Estamos seguros de que están sufriendo un nuevo tipo de presión y estrés? Probablemente nos lo parece porque las herramientas son nuevas. Las viejas (ya sea fútbol, política o religión) lo son tanto que ya las tenemos asumidas pero, en realidad, hacen tanto daño como los móviles de hoy.

La distracción, en el sentido de la falta de desarrollo atencional, creo que siempre ha existido. Aunque han cambiado las herramientas y el nivel de complejidad. Antes, un joven tenía como nivel de complejidad su pueblo. Ahora es todo el mundo.

¿Cuál diría que es el factor que más está mermando esta capacidad de atención?

El escritor y periodista Johann Hari, en su libro El valor de la atención, identifica 12 factores muy concretos cuyo marco general es el sistema económico, que se ceba y vive gracias a la falta de atención.

Nuestro sistema económico vende continuamente distractores que, por un lado, disminuyen la capacidad de atención y esta degradación, a su vez, fomenta el éxito de la misma empresa que ha generado esta falta de atención. Es un círculo vicioso.

Basta con entrar en un centro comercial para comprobar a lo que me estoy refiriendo. Cuanto mayor es la carencia atencional de la persona, más fácil sería de manipular. Esto le viene bien a la política, a la religión de turno o al sistema económico de turno.

Dice que el proceso mental que produce la inteligencia tiene que pasar a través del cuello de botella de la atención. ¿De qué forma se puede mejorar para, por tanto, ser más inteligentes?

En el momento en el que alguien se plantea una alternativa tiene que saber que está luchando contra la selección natural. No va a ser fácil. Es probable que no podamos eliminar este tipo de presión, pero sí lo podemos reducir muchísimo.

La mayoría no sabemos que existe este exceso de vagabundeo mental. Lo interpretamos como una situación natural y nos abandonamos a compulsiones automáticas emocionales.

Todas las tradiciones filosóficas del mundo han llegado a la misma conclusión: si quieres limitar este efecto, tienes que desarrollar habilidades mentales que, por defecto, no tenemos. A esta gimnasia mental se le ha llamado meditación. Es una palabra muy general, que implica prácticas y técnicas bastante distintas.

También han detectado un mínimo común denominador: apostar por la atención. Entre las muchas habilidades cognitivas, la atención es donde más flaqueamos y, sin embargo, es la más necesaria para poder tomar las riendas de nuestra vida mental.

¿Entiende a quien le pueda impactar que un científico recomiende la meditación?

Tenemos 50 años de investigación científica sobre las prácticas meditativas. Hay publicaciones que presentan los efectos cognitivos que tiene. No es nada raro. Todos decimos que un poco de ejercicio físico viene bien a todos.

Sin embargo, ¿por qué pensamos que el ejercicio mental no es necesario? Todos nos duchamos diariamente porque la higiene epidérmica es importante. Pero pensar en dedicar unos 20 minutos a una práctica meditativa nos parece algo esotérico.

Es posible que al estar vinculadas a un contexto religioso se le haya puesto una etiqueta que es muy difícil de quitar. También apuntan el dedo hacia ti. Te dice "ya basta de echar todas las culpas del mundo a tu pareja, a tu jefe, a tu cuñado y a los políticos". Pero sabemos que a los humanos no les gusta mucho mirarse al espejo porque no les gusta lo que ven.

Las librerías también son otro factor limitante. Bajo la etiqueta de autoayuda entran todo tipo de libros: desde los que tienen respaldo científico hasta los que te venden cómo volverte millonario o cómo consultar las estrellas.

¿Al sistema económico le interesa que con los móviles se dificulte la posibilidad de mejorar nuestra capacidad de atención?

No es una cuestión de complot, pero el sistema se aprovecha de la debilidad atencional porque no les gusta nada que se refuerce esta capacidad que puede tener un efecto sobre su control a nivel colectivo.

Y el móvil, desde luego, es uno de los distractores más poderosos que tenemos hoy en día. Es la principal fuente de distracción. Se puede empezar tranquilamente a considerar tu propio desarrollo personal en función del uso que haces de él. Si no tienes tiempo, es que te has metido en una situación de vida bastante problemática.

Muestras de los cerebros almacenados en botes con formol en la Fundación CIEN.

Muestras de los cerebros almacenados en botes con formol en la Fundación CIEN. Sara Fernández

¿Si lo confiamos todo a la evolución estaríamos abocados a ser monos inteligentes pero tristes?

Totalmente. A la evolución le ha venido muy bien este mono inteligente y triste. La inteligencia ha generado una complejidad tecnológica y social asombrosa. Pero también una tristeza implícita a la que muchos filósofos llaman sufrimiento existencial.

Somos monos inteligentes y tristes. No se trata de 'iluminarse' como un Buda ni de encerrarse en una cueva 50 años. Es una cuestión de cuidarse, como se hace con la alimentación o el deporte, con un entrenamiento personal que te lleva a una condición de bienestar.

Como científico que ha estudiado cerebros humanos de especies que nos precedieron y de la actual. ¿Cómo diría que hemos cambiado desde el punto de vista cognitivo?

Evidentemente no lo podemos saber, pero apuesto que todo lo que acabamos de hablar sólo lo tenemos nosotros como Homo sapiens. Probablemente un neandertal no tenía todas las rumiaciones que tenemos nosotros ahora.

Pero tampoco tenían una vida demasiado despreocupada con todo lo que tenían que enfrentarse a diario. Hay que recordar que los neandertales no eran antepasados nuestros, sino una especie paralela. Y así como nosotros hemos evolucionado nuestras propias habilidades, ellos habrán evolucionado las suyas.

¿Qué es lo que podemos hacer? Ser consciente. La conciencia es la propiedad que depende estrictamente de la atención. Si la desarrollamos, implementamos la conciencia para poder diseñar nuestra propia receta individual.

¿Por qué no sabemos desde cuándo hemos evolucionado a la insatisfacción constante?

El linaje de Homo sapiens tiene entre 200.000 y 300.000 años. Pero a lo largo de los primeros 100.000 tenía la misma cultura que los neandertales.

Y también la misma forma cerebral. Es alrededor de los últimos 50.000 años cuando se ha convertido en la que tenemos ahora.

En mi opinión, es en este momento cuando ha evolucionado a una condición como la nuestra. Es probable que ahí haya empezar a generar el estado continuo de insatisfacción al que llamo "radio sapiens".

En un reciente estudio ha descrito una red de diminutos canales del cráneo humano. ¿Por qué podría tener un papel clave para algunas enfermedades neurológicas?

Estos canales se revelaron en una pequeña publicación a finales del siglo pasado. Recientemente, se descubrió que son los que se encargan de la respuesta inmunológica e inflamatoria del cerebro.

Este año, decidí estudiar, con mis ojos y una lupa, los rasgos de 100 cráneos de la colección Francisco Pastor que se encuentran en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid. Por primera vez se ha descrito la distribución de estos canales dentro del cráneo y la dimensión según su distribución.

Ahora podemos empezar a estudiarlos a nivel biológico para ver qué sucede cuando se habla de inflamación o respuesta inmunológica en enfermedades como el alzhéimer, el ictus o la depresión.

También podemos ver qué pasa con otros primates o con fósiles humanos para comprobar si ha habido una evolución de estos canales.

Bruner ha descrito una red de diminutos canales del cráneo que podría ser clave para enfermedades neurológicas.

Bruner ha descrito una red de diminutos canales del cráneo que podría ser clave para enfermedades neurológicas. Daniel González EFE

En su libro Antropológica Mente recopila artículos suyos que desaparecieron después de que Springer Nature cerrase la revista Investigación y Ciencia al poco de comprarla. ¿Tiene la sensación de que prima más el interés económico que el científico?

En los últimos 20 años ha habido un cambio muy importante en este mundo. La ciencia se ha hecho mercado. Se ha creado un círculo vicioso que, en otras ocasiones, se le ha llamado burbuja. No hay que olvidar que suelen explotar.

Cuando prima el interés del mercado, los otros (culturales o científicos) se vuelven secundarios. Esto se ha visto también en las universidades, donde el estudiante ha pasado a ser cliente, y éste siempre tiene la razón.

Luego pasó lo mismo con la investigación. Me atrevo a decir que la mayoría de las veces un científico no se valora según la cantidad de estudios, sino que se valora la cantidad de dinero que ha sido capaz de mover. No es cierto que si eres un buen mercante también seas un buen científico.

Y finalmente, le tocó a las revistas, que son un pilar de la ciencia. Antes había muchas publicaciones locales, mientras que ahora pocas multinacionales controlan la mayoría de la publicación científica y tienen, evidentemente, su prioridad, que es el crecimiento económico.