Aquí no pasa nada y por eso precisamente ocurre todo. Estos son los muros de la patria mía con columnas para apuntalar el cielo. Si no tuviera columnas tal vez me habría salido un ensayo, quizá un soneto, pero estas columnas sostienen lo mío y la civilización. Estas columnas apuntalan los siglos, el Renacimiento, el Siglo de Oro. El siglo XXI se sostiene a la pata coja como una pilastra amputada que se balancea y Dios dirá. Este jardín ha leído todo y yo he dejado sin leer lo importante para que cada vez que ella me habla de un libro no le quede más remedio que pensar: "Señor, perdónale porque no sabe lo que hace".
Desde este rincón yo pido que el viaje sea largo, como Kavafis, ahora que el verano inevitablemente es corto. Pido artículos nuevos por si las musas no vuelven y un día se seca la columna y el jardín. Por eso este recodo lleno de cipreses, encinas, de pinos y de columnas es un altar en el que sacrifico los días a cambio de textos nuevos, de actualidad propicia con la que erigir nuevos artículos en piedra seca del páramo, en papel y en tinta que es el material más duro que se ha inventado. Los tapiales mullen todo el ruido de fuera y lo que dicen los políticos para que sólo se escuche con claridad lo importante.
Aquí, donde tremolan los árboles, yo escribo mientras le doy forma al jardín. La jardinería tiene mucho de escribir y –calculo– de rezar con las manos también. Me salen plegarias azules y lirios granates. Castilla es un cielo abierto que se toca con las manos y yo las hundo en la tierra para ir preparando el jardín para lo inevitable de la vida, que es el otoño. Siempre ocurre lo mismo, no sé si paso más horas trabajándolo o escribiéndolo... Mi jardín romántico empieza a ser como Platero, no "pequeño, peludo y suave" como señalara Juan Ramón, sino que "nos entendemos bien: Yo le dejo ir a su antojo, y él me lleva siempre a donde quiero".
Este jardín es el Yuste de Carlos V, la tumba de los siglos y el paritorio de las tardes alegres. Repleto de columnas místicas y conventuales, de columnas mundanas y de columnas largas con la cintura estrecha como rubias soñadas por Hitchcock. Este vergel está entero hecho de literatura más que de piedras, adobe, rosales y hiedra. Es el realismo mágico que tenemos en Castilla, el Macondo de lo alto de Torozos en el que crecen las araucarias, por eso digo sin lugar a equívoco que por este jardín pasaron Isabel la Católica tomando el té con Boabdil, Juan de Austria camino de la más alta ocasión que vieron los siglos, una novicia dispuesta a profesar a las órdenes de una santa andariega que fundaba palomarcicos buenos, Colón pensando que había llegado a un mundo nuevo, Góngora estrechándole la mano tonta a Cervantes y Goya, que finalmente pintó la pradera porque el jardín le venía grande.
A la hora del vermú devoró Saturno a un hijo y Pablo se cayó del caballo. Donde Mozart abría sus giras europeas y cantaba Adelina Patti para mí. Aquí se cultivan 'Las flores del mal' de Baudelaire. Es en esta esquina de la historia en la que se vistió Frascuelo de oro y verde esperanza y se santiguó antes de marchar a lidiar los toros que inauguraban la plaza de Medina de Rioseco en 1884. Y una Venus fugada que reclaman Bernini y Borromini... los dos. El jardín de La Mudarra es Nueva York sin Central Park, las columnas desordenadas del Partenón, el cielo que se ve desde Roma cuando asomas la cabeza por el agujero del Panteón. Si hay vida eterna, la plaza de los domingos del cielo tiene esta misma distribución. Aquí murió César González Ruano y perdió su gorrión la niña Yolanda un día que Delibes cazaba una linde más allá. Jaime Campmany, murciano de aquí, hacía crónica local y escribía sus diarios destinado como embajador Agustín de Foxá. Veraneaba Camba en la última habitación de la última planta cuando salía del Palace y Wenceslao Fernández Flórez escribió el jardín animado. Y pastan apacibles las cabras de Miguel Hernández, los toros de Cossío y hasta el minotauro de Creta. Pla bebía güisqui y a esto le decía Palafruguell porque no le entraba en la cabeza que pudiera ser otra cosa. Y es aquí donde Julián Ayesta escribió 'Helena y el mar del verano' ahora que se ha acabado.