Lo único que necesita agosto es un libro bajo el que pasar las horas de sol y una piscina. Agosto es el mes preciso para dar salida a todo lo que lleva varado en la mesilla como un andamiaje que sostiene lo que pesa el tiempo durante el año. Ahora todo se vuelve liviano, incluso el tiempo. En agosto todo es mediterráneo, incluso en mitad de Castilla donde no llega el mar. Aquí el tiempo se para y ya si eso en septiembre volverá a andar. Los relojes parados a la hora de la siesta, a la hora del serano... En una mañana eterna porque en verano se come tan tarde que la mañana tiene más horas que el día y está bien. Agosto es un mes que no anda. Uno no sabe si es día 1 o 31 y así se pasa el mes hasta que de repente es septiembre y llega el mundo con prisas y se nos olvida agosto y todo lo que hemos construido –este dolce far niente de libros y piscina y aperitivos y cines de verano y cosas que no pueden esperar más después de todo un año–.
El correo electrónico en agosto es una botella y uno lo lanza lejos con la esperanza de que llegue, pero de que llegue despacio, ya en septiembre si eso. En agosto los problemas se tienden al sol y se secan. En agosto no hay nada que hacer y eso es precisamente lo que hay que hacer: nada. Porque el resto del año la nada es sospechosa, pero en agosto, es un derecho adquirido, una ley elemental.
Los días largos, las noches breves, las madrugadas eternas. El tiempo se pliega sobre sí mismo. Se cena más tarde de lo que se desayuna en invierno y está bien. En agosto se puede conversar. La gente no te informa como durante el resto del año, en agosto los amigos se explayan, vuelven a tener vida y tiempo para pensar en ella, porque en agosto el reloj es un adorno. Pasas una semana sin saber nada de ellos y de repente te cuentan su año entero.
En agosto hay constantemente un sonido de agua salpicando: de olas, de fuente o de manguera. Como riegan en Sevilla los rincones a media tarde con la manguera para dar de beber a la ciudad para que no desfallezca. Agosto no es real. Existe de milagro entre julio y septiembre. Es tiempo que se le roba al año, a la urgencia, a las ojeras, a la vida en general.
En agosto los libros huelen a sol y todo es posible mientras el tiempo se está muy quieto. El problema de que el tiempo se quede detenido, como contaba Ewan McGregor en 'Big Fish', es que "cuando vuelve a ponerse en marcha se mueve aún más rápidamente para recuperar lo perdido".