“En Castilla no hay mar, pero su cielo y su azul a veces tiembla como el agua”, nos decía Miguel Delibes. Para Delibes “el campo es una de las pocas oportunidades que restan para huir”. Tratamos de buscar la paz en las montañas de León, en la Tierra de Campos vallisoletana, en el campo charro de Salamanca, en el Aliste zamorano, en las Tierras Altas sorianas, en la umbría del Hayedo de la Pedrosa segoviano, en los sabinares del Arlanza burgalés, en la Sierra de Gredos abulense o en la escondida Laguna de los Peces en las tierras sanabresas de Zamora. Creemos haber huido del pesado fardo de la cotidianeidad. Pero la vida es sueño, como recalcó Calderón de la Barca.
De la siesta nos despierta Pedro Sánchez. Está hasta en la sopa. Alucinamos y puede verse su rostro “petreo” al remover las migas de pan y el pimentón de uno de los mejores condumios de esta tierra, la sopa de ajo castellana, incluida su versión leonesa de sopas de trucha. Sánchez chapotea entre espesos caldos, como si estuviera en una ciénaga. En eso se ha convertido el PSOE, en un lodazal donde se mimetizan los caimanes, para devorarse saturnales los unos a los otros.
Hace muchos años, Emilio Romero, el franquista maestro de periodistas y director del diario “Pueblo”, escribió un artículo titulado “La erótica del poder”. La frase se ha calcado hasta la saciedad tiempo después, acaso no fuera invención de Romero. ¿Estaría pensando don Emilio que el dictador Franco poseía alguna erótica?. No creo, Franco no atesoraba erotismo alguno, ni cuando era el “comandantín” en Oviedo y conquistó a Carmen Polo. El poder era su erótica, para derrotar la francmasonería y el comunismo.
Sánchez no va a soltar el poder. El líder del PSOE ha hecho del disfrute del poder el gozne de su vida. Un minuto mandando bien vale la amnistía para quienes proclamaron la república catalana, a los prófugos, a los enemigos convictos de España, a los independentistas de todo pelaje.
Un segundo más en el poder justifica acabar con el Estado de Derecho, con la división de poderes, con la independencia del poder judicial, uno de los últimos diques de contención para un régimen a la narcovenezolana, por mucho que Sánchez lo niegue y se maquille con ojeras de tuberculoso, para dar pena. De Venezuela lo sabe todo Zapatero. Dice el rún rún popular que allí tiene tan pingües intereses, que comparados con los de Ábalos, sus presuntas mordidas son calderilla de a perra gorda. Todo se sabrá, pues aunque la mentira corre, la verdad alcanza.
El PSOE huele a cadaverina y Sánchez lo sabe. Pero no soltará el poder hasta no convertirse en gusanera política. La “baraka” le ha abandonado, esa especie de suerte o protección divina que en el Islam disfrutan jerifes y morabitos. Pero el jerife Sánchez ya no tiene el cortafuegos de la “baraka”. Arde su partido por los cuatro costados: mordidas, comisiones, menganas y machismo. Dejó dicho Fraga: “A los socialistas les va mucho el alterne”.
Sánchez está entregado a la erótica del poder, esa excitación que sienten los poderosos al ejercer el mando. La psiquiatría lo encaja en las personalidades narcisistas. Está quemado política y físicamente. Su rostro se ha afilado con hieratismo de esfinge y espectro. Un microsegundo más en el poder, aunque acabe con sí mismo, ya que con su partido lo está haciendo jirones. Aclaraba Henry Kissinguer: “El poder es el último afrodisíaco”.
Pedro Sánchez tiene pocas balas en su cartuchera. Seguirá pasando por víctima y maquillándose su rostro para simular demacrado por España. Debiera fichar a Françoise Bettencourt, dueña de L’Oreal, y nombrarla Secretaría de Organización del PSOE. Así le pondrá cara de Nosferatu, para que comparezca compungido en la tele y como gramola vieja repetir cansino: máquina de fango y “fachosfera”.