Arde España como una tea. Y no por una sofocante canícula. España es una pira como la Roma de Nerón. El último gran incendio ha sido provocado por seis magistrados del Tribunal Constitucional , que han vendido nuestro gran país por un plato de lentejas y así poder seguir pastando en el pesebre del poder. Seis jueces que pasarán a la historia de los grandes traidores españoles, como el conde don Julián o Vellido Dolfos.

En el sucio barro de la traición se remueve camaleónica, una magistrada vallisoletana, pura “gauchee divine”. Muy asidua al terraceo de la gente “guapa” de su ciudad . Pura izquierda de pega. Gran parte de los autodenominados progresistas, aspiran a formar parte de la alta burguesía y llenar las arcas. Y progre que sea tu tía o la vecina del cuarto.

Ser progresista es de pobres, para esta izquierda Loewe. A la magistrada señora Segoviano, dedica Luis María Salado en sus redes sociales, un letrado de Valladolid, con impecable perfil centrista y vieja militancia en el PDP de Óscar Alzaga, la siguiente perla: “La traición carcome, corroe y afila los rasgos”.

Acostumbrados a la política de lodazal, a la xenofobia, a la exclusión, regresan cada verano a Castilla y León miles de “maquetos”. Gentes del medio rural, que emigraron al País Vasco en búsqueda de un futuro que pintaba negro en nuestra tierra.

No viajaron en patera, pero como los subsaharianos soñaban con un mundo mejor y se toparon con una pesadilla bautizada como Euskadi. No conocían la lengua vasca, como no hablan en el idioma de Cervantes los inmigrantes de Senegal o de Mali. Cambiaron el arado y el ordeño de ovejas por un trabajo en las grandes industrias que el desarrollismo español logró en el País Vasco.

Aquella generación que llegó a Vizcaya o Guipúzcoa a comienzos de los años 60 son ya octogenarios. Encontraron trabajo en Altos Hornos de Vizcaya, Astilleros Españoles, de Sestao o en Euskalduna. Por supuesto los batasunos, pero también los señoritos de la derecha vasca del PNV apodaron a nuestros paisanos de Castilla y León como “maketos”, que traducido del vascuence viene a ser tonto o majadero.

La burguesía vasca del PNV rezaba y comulgaba en las iglesias. Pero a Dios rogando y con el mazo dando, practicaba con aquellos castellano y leoneses la xenofobia y el supremacismo racial. Las señoronas peneuvistas tomaban un bollo de mantequilla de Bilbao en “La Suiza” antes de la función de ópera en el Teatro Arriaga. Y miraban de reojo por la calle a los “maquetos” como si acabasen de salir de un "lazzaretto" de leprosos.

Los castellano y leoneses soportaron en el País Vasco los años de plomo de la ETA, con sus asesinatos a sangre fría, bombas y tiro en la nuca. Criaron a sus hijos en su lengua materna, el castellano. Pero sus vástagos hubieron de manejar como pudieron el vascuence, si no querían ser mirados mal en cualquier tasca echando unos potes.

Cada verano como cigüeña a su torre regresan nuestros queridos “maquetos”. Vienen ya con sus nietos, que lucen cortes de pelo a tazón y flequillo abertzale. Los jóvenes se integran en las pandillas de los pueblos y hablan en castellano, proscrito cual perro sarnoso en su ikastola. Respiran el aire de la libertad. En dos semanas se peinan con raya y se quitan el piercing de la nariz.

Que disfruten de la libertad. Es probable que cada vez sea un bien más escaso. El Gobierno y sus jueces mercenarios han dinamitado el Estado de Derecho y el imperio de la ley, por menos de treinta monedas, tan solo por siete votos de Junts per Catalunya. Como la bruja del cuento de Blancanieves deben mirarse cada mañana al espejo. Ya lo dice Luis Salado: “La traición carcome, corroe y afila los rasgos”.