Es necesario reparar sobre lo infame, pero también es saludable contemplar lo edificante. El desolador paisaje político ya lo he tratado de abordar en múltiples columnas previas, así que hoy afrontaré otras realidades. Por higiene mental… y por sentido de la justicia.
La vida me ha regalado una extraordinaria familia, y la vida también me ha brindado maravillosas amigas y maravillosos amigos. Aprovechando que es su cumple, les hablaré de uno de ellos. Aunque voy a aludir a un amigo personal, el valor de la amistad nos incumbe a todos.
Su grandeza y su potencial vuelven bien pertinente ocuparse de la amistad en un medio de comunicación. La verdadera amistad es puro interés general; un bien común de primer orden.
Yo acababa de llegar al Calasanz. Aún no conocía a nadie y en el autobús escolar, por tanto, iba solo. Él me vio solitario y se acercó a preguntarme si me parecía bien que se sentara conmigo. Accedí, claro. Y desde allí surgió una enorme amistad que ya alcanza los 44 años.
Lo de menos es la duración. En este terreno, los parámetros son más cualitativos que cuantitativos, así que lo decisivo es que estemos ante una amistad auténtica y para siempre, al margen de que ésta sea más antigua o más reciente.
Si se acercó a mi asiento, no es porque él tuviera ninguna necesidad de hacerlo. No es que él también fuera novato y estuviera buscando un amigo. Él ya era veterano y, además, enormemente popular. En esas edades, un rasgo que suele otorgar arrastre y liderazgo es el deporte, y sus facultades atléticas le posibilitaban destacar en cada una de las disciplinas deportivas.
En consecuencia, esa primera interacción del autobús surge por su generosa forma de entender el mundo. Si él podía ayudar de alguna manera, si él podía contribuir a que alguien se sintiese mejor, él se las arreglaría para propiciar esa acogida, ese respaldo, esa mano tendida.
Él sigue siendo así. Una de esas personas que siempre merecerá la pena. Una de esas personas de las que siempre cabe aprender.
A partir de ahí fueron pasando los cursos: pupitres compartidos, recíprocas confidencias, inagotables experiencias scout, acordes guitarreros que él me enseñaba y yo nunca logré aprender, partidillos de frontón y baloncesto, clases de baile o imperecederos códigos de complicidad: desde Robin Wright al señor Miyagi, desde `El hombre de la Mancha´ a Radiopatio… y mil referencias más.
Fue avanzando la vida con sus tristezas (inevitables), con sus muchas risas (compartidas) y con su ejemplo humano (desplegado en variados derroteros, y que sería imposible detallar en un artículo).
Hace bastantes años, una hipoglucemia me dejó en coma sin que en ese momento hubiera nadie en casa. A su vez, las llaves habían quedado en la cerradura, de manera que no se podía acceder desde el exterior, y el tiempo en ese estado agravaba los riesgos de forma muy considerable. Ante esa situación, la primera llamada que realizó Nuria fue a ese amigo del que les hablo.
Él acudió a toda velocidad, como siempre que ha sido preciso a lo largo de estas décadas, y a través de la vivienda del vecino, saltando de un balcón a otro, pudo acceder a casa. Y pudo salvarme.
En `50 microcuentos para Luca y Lía´ se apunta: “Hay amigos de toda la vida. Y hay vidas que te las salva un amigo”. No hará falta añadir que ese cuentecillo lo origina Floren.
Y puesto que es su cumpleaños, anoto: felicitación, reconocimiento y gratitud. Para él y para María, su mujer, que le mejora y complementa. Siempre, dije. Cuestión de justicia, subrayé.