Alrededor de una mesa se entiende la gente, en 1494 en Tordesillas y hoy. Tengo tres amigos portugueses en casa y cenando en La Mudarra anoche nos entró esa necesidad de revisar un mapa y el mundo, quizá porque Tordesillas cae cerca y ya no hay territorio que repartir, ni al oeste ni al este de las islas de Cabo Verde porque todo está repartido ya y no quedan descubrimientos que hacer más allá de mirarnos a nosotros mismos. Aquí todo el territorio que queda es el nuestro: Este jardín, este páramo, mayo, 2025, Portugal y España que mantienen la misma relación que un matrimonio que se ignora. Cualquiera diría que los españoles pensamos que la Península Ibérica termina en Zamora, como si Badajoz lindase directo con el mar. Vivimos con esa miopía desde Felipe II.
No quedan exploradores, pero estamos rodeados de buscavidas que ya no cruzan el Atlántico para tener una oportunidad. Ahora se embarcan en la política que es un océano calmo, pero feroz. Y allí, como antes se jugaban los polizones la vida para llegar al nuevo mundo, ellos se juegan el tipo para llegar a una nueva vida y se reparten un territorio cada vez más pequeño. La política de altura ha quedado consagrada, por obra y gracia del sanchismo, a repartirse lo que hay allende las instituciones que no es un continente pero es el sector privado que es donde de verdad se halla el dorado y lo conquistan de manera sistemática, ya sea Telefónica o Air Europa y pagan la empresa con dinero público, que para eso está.
Es curioso porque sentados tres portugueses y tres españoles en una mesa redonda, sin nada que repartir más que un par de botellas de tinto que es la única forma de diplomacia que conozco, llegamos a la misma conclusión: Resulta que los portugueses piensan en su mayoría que en España estamos socialmente mejor y los españoles pensamos lo mismo, pero al revés.
Dicen que sus políticos mienten a diario, que la población lo sabe y lo tolera; como aquí. "Es lo mismo", dice José. Ya, pero es que nuestros ministros contrataban con dinero público una legión de prostitutas, colocaban a la mujer y de paso al hermano que tenía el don de la bilocación: vivía en Portugal y trabajaba en España sin pisarla por lo que parece.
Y su cara lo dice todo. Como si acabásemos de echar los españoles un órdago con todas nuestras miserias. "¿De verdad?", preguntan. "Vale, en Portugal estamos mejor". Y así se reparte de nuevo el mundo, seis siglos después. No hay nada que repartir, más que estas miserias de ver quién tiene a los políticos menos honrados, un apagón como si fuésemos Ecuador y quince gigavatios perdidos que nadie sabe dónde están.