El inglesismo es el marcador social de toda una generación. Nuestros niños miden su intelecto en base al inglés que saben. Hablan inglés en Plástica y en Educación Física, aprenden a sumar tardíamente y leer con fluidez en castellano se les complica. La pedagogía mileniola de los stickers, los memes y las series molonas son la continuación de la ingenua enseñanza del inglés que desde los 90 sufre la adocenada educación española.
Mientras la Geografía era impartida con puño de hierro en innumerables salidas al mapa para señalar la isla de Formosa, el inglés era enseñado a través de unos muñecos de colores por los que se han introducido como una serpiente todos los males de una época. El estatus que otorga saber inglés ha calado en niños, hoy ya mocitos, y también en sus padres, que ven como el caballerete sigue en casa pasados los treinta pero al menos sabe conjugar el verbo to be. Saber inglés es ya tan básico como saber contar, pero aún así, cuando el español más diestro en el habla inglesa sale al mundo, tiene que leer los labios despacito para seguir una conversación de I like play football with my friends in the park. El inglés es un idioma que se nos complica a los romanos que jamás hemos compartido nada con anglos y sajones. Hemos vivido tranquilos hasta la aparición de un libro maldito que por su candidez nunca levantó sospechas.
Steve apareció en mi vida a los siete años. Nada más dejar decomer arena en el recreo nos plantaron en el pupitre la magna forma del Novus Ordo a través de un niño rubio, lechoso y débil que capitaneaba un grupo de niños de colores. De los pocos negros que había visto hasta entonces era a Ariza Makukula. Steve y sus amigos siguieron apareciendo en mi vida y en la de mis compañeros, cambiando de nombre pero haciendo las mismas actividades, hasta comenzar la edad adulta. El amor por unas costumbres comunes a las lenguas diferentes nació y se asentó en la hora de inglés. Subrepticiamente, entre phrasal verbs y el past participle, se colaban nuevas formas de socialización que se replicarán unos años más tarde en lo que es la continuación del rito unificador: el programa Erasmus.
La ecuanimidad, las conversaciones inocentes y las relaciones superficiales conviven con las más siniestras perversiones. Somos piedra pero el agua lleva décadas filtrando. Seguimos mirando con orgullo a nuestro presidente intervenir con un B1 de inglés en una cumbre europea como una familia de Novi Sad viendo a Slobodan Milosević saludar a Bill Clinton en diciembre de 1995. El inglés será la tumba de Europa, el Students Book, su guadaña.