Partida de dardos, foto desenfocada, con neblina, palabras en diagonal, emoticonos de mucha risa. La producción online del mileniol puro que da la tabarra todos los días con lo mismo será considerado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Acémila de barrios del Sareb al que despojaron de la barra donde su padre se lamentaba porque Sonsoles no le dejaba ver a sus hermanos. Criados pintando en una mesa de San Miguel, perpetúan la estética adocenada de principios del nuevo siglo, propios de su mal llevada edad.
Peters Pan que conocieron la bonanza de finales y principios de sus milenios, y que hoy, antes de comprarse un techo, llaman a la puerta del banco para comprarse un coche. Cuando creías que el chavalito mediocre con el que jugabas al fútbol en el patio del colegio sería un formal y diligente padre de familia, como en otra época hubiese ocurrido, te encuentras con que su crecimiento se frenó a los diecinueve años. Esclavo de un bajo con patio de alquiler. Narrador ansioso de una vida anodina que toma por épica una cogorza un martes cualquiera.
Si el mileniol tiene que locutar su agrafía porque le han robado la cuota de participación que su padre le había dejado en la barra del bar, el zúmero sin pueblo guarda su intimidad y preserva su honor celosamente, divirtiéndose sin tratar de hacerse notar. El mileniocentrismo ha sido sustituido por una especie de pueblo en las redes donde un mismo feed y un mismo avatar los iguala.
Sin foto de perfil y sin publicaciones, los últimos zúmeros y los primeros alfas han apostado por la discreción que sus testadores despreciaron. Se siguen entre amigos que, como ellos, tampoco tienen una hortera foto de perfil con una moto ni publicaciones vergonzantes cenando un cachopo tras siete fotos en Las Letronas de Juan Jareño.
Como en un pueblo pequeño, recelan de su intimidad cuidando lo que hay de puertas hacia dentro. No quieren hacerse notar, ni quedar bien, pero tampoco mal. No quieren dar qué hablar. Quizá hayan entendido de qué va esto porque internet es parte de ellos, frente a las generaciones precedentes que han tenido que perfilarse un alter ego distante de la identidad real de su grotesco autor.
El zúmero y el alfa no tienen identidad en redes, detrás del avatar están ellos, sin trasuntos, lírica ni retruécanos. Están al acecho, como viejas de pueblo sin pueblo. Su ventana es el telefonino, pero ante cualquier mirada de fuera echan el visillo que guarda la intimidad de su casa. Ante nosotros tenemos una peculiar generación que sólo ha conocido decadencia y que en la foto y en el voto ponen la cordura que a las generaciones que escucharon historias de guerra, a las de la templanza y a las de la bonanza, les ha faltado poner. Hay esperanza.