Martín Santos Romero, director del Instituto Zorrilla de Valladolid, tenía el rictus contrariado aquel diecisiete de enero de 1975. Los alumnos de COU no acertábamos a comprender bien los males que afligían a don Martín, pero debieran ser de índole política. Los politiqueos no estaban bien vistos entonces. "Hagan ustedes como yo, no se metan en política", aconsejaba Franco a sus ministros sin mover el bigotillo de cuplé.

La ciudad estaba igual de revuelta que las aguas del Pisuerga cuando crecía sin pedir permiso. Tenía nuestro director una pose elegante, con porte y cabellera blanca de patricio romano. Había sido alcalde de la ciudad con la apertura fraguista. Nunca pensé que aquel cátedro de Física y Química fuera de carne y hueso, sino solo el nombre comercial del laboratorio donde se elaboraban las inyecciones con las que me banderilleaba el practicante durante mis frecuentes afecciones de anginas. Me hice novio de la penicilina 'Laboratorios Santos Romero', que fermentaba el antiguo regidor.

Tras al atentado de Carrero Blanco comencé a escuchar cada noche Radio París, sintonizada en onda corta, con el volumen siempre bajito, no fuera yo a parecer un facineroso, sin serlo. A las veintitrés horas del dieciséis de enero sonaron los pitidos de rigor y tras la salutación habitual "ici Paris" comenzó el boletín informativo en español. La emisión se escuchaba con interferencias, pues la sintonía se hacía de tapadillo y a través de onda corta. El locutor narró que en la Universidad de Valladolid se habían producido unos muy graves disturbios. La policía entró por enésima vez en la Facultad de Filosofía y Letras. Los estudiantes se guarecieron en la biblioteca tras la suspensión de un recital de la cantante Elisa Serna. Al negarse a desalojar la misma, se produjo una violenta carga policial. Jarabe de palo, receta del ministro de la Gobernación.

Los estudiantes universitarios eran protagonistas del inconformismo político, al unísono con los trabajadores de la industria vallisoletana, igualmente en huelga día sí y día también. La rebelión estudiantil tenía una causa aparente en la falta de acuerdo con las autoridades universitarias para proceder a la elección de los dirigentes de la institución académica. Era solo la disculpa, pues se buscaba cambio, amnistía y democracia.

Era rector de la Universidad de Valladolid el doctor José Ramón del Sol, catedrático de Ginecología en su Facultad de Medicina. Era un profe de semblante agrio y cara de pocos amigos. Y si no lo era, lo parecía. El señor rector estaba sentado encima de un polvorín. Las aulas universitarias estaban dominadas por los partidos de la más extrema izquierda: troskistas, maoístas o anarquistas. Una parte del profesorado joven se había rendido también a la radicalización intelectual.

El veintinueve de enero, al salir Del Sol de una de sus clases que había sido boicoteada, un grupo de estudiantes lanzó una lluvia de huevos contra el rector. La Universidad de Valladolid y otras en España eran un hervidero de agitación. El régimen franquista reaccionó con dureza desmedida y el nueve de febrero clausuró las Facultades de Filosofía, Ciencias, Derecho y Medicina. El ministro Martínez Esteruelas y el presidente Arias Navarro, temían que en España se reprodujera la revuelta francesa conocida como "mayo del 68". La cadena de protestas estudiantiles y sindicales, condujo a la mayor huelga general de la historia de Francia, secundada por nueve millones de trabajadores.

El veinte de noviembre moría Franco. La Universidad de Valladolid, ocho veces centenaria, estuvo también en el germen de ese gran proceso de acuerdo y reconciliación que supuso la Transición española. Antes, hubo un mayo vallisoletano que floreció en febrero.