Entre las maldiciones atribuidas a los faraones de Egipto destaca la de Tutankamón. Tras el descubrimiento de la tumba de este faraón por Howard Carter en 1922 se sucedieron diversas muertes en circunstancias misteriosas que alimentaron la leyenda.

En Castilla y León se habla desde hace años de la maldición de los vicepresidentes de la Junta, expresión que hace referencia a la mala suerte o las dificultades que han enfrentado quienes han ocupado ese cargo en la comunidad autónoma.

Y es que hasta cuatro vicepresidentes y dos vicepresidentas han terminado envueltos en polémicas, escándalos o han visto truncadas sus carreras políticas. El último, el controvertido y estridente Juan García-Gallardo Frings.

El primero que alimentó la "maldición" fue el segoviano Jesús Merino Delgado (PP), vicepresidente con Juan José Lucas, implicado tras dejar este cargo en la denominada "trama Gürtel", una de las mayores redes de corrupción política en España, basaba en el pago de sobornos y elamaño de contratos públicos.

Luego le siguió Tomás Villanueva (PP), fallecido en 2007, investigado en sus últimos años por diversas tramas urbanísticas y energéticas (edificio Perla Negra, parques eólicos, polígono de Portillo) relacionadas con la Consejería de Economía.

Más tarde fue la soriana María Jesús Ruiz Ruiz (PP), vicepresidenta con Juan Vicente Herrera, quien acabó dimitiendo ante el ruido de algunos escándalos urbanísticos, como el de la Ciudad del Medio Ambiente de Soria, absurdo proyecto en el que se enterraron ingentes cantidades de dinero público.

La sucesora de Ruiz en la vicepresidencia de la Junta fue Rosa Valdeón Santiago (PP), quien llegó al gobierno regional tras ocho años como alcaldesa de Zamora. Muchos la vieron entonces como la persona que sustituiría a Juan Vicente Herrera al frente de la Junta de Castilla y León. Pero todo se fue al garete cuando en 2016 fue interceptada por la Guardia Civil por conducir con una tasa de alcohol superior a la permitida.

Todavía está fresco el caso de Francisco Igea Arisqueta(Ciudadanos), vicepresidente entre 2019 y 2021. Su mandato estuvo marcado por los enfrentamientos con su propio partido y con el presidente Alfonso Fernández Mañueco (PP), lo que acabó con su destitución fulminante y en directo, mientras participaba en un programa nacionalde radio, tras la ruptura del pacto de gobierno entre PP y Cs.

Lo acaecido con Juan García-Gallardo Frings (Vox) alimenta este dilatado y dramático historial e invita a pensar que la maldición de los vicepresidentes de Castilla y León es, tal vez, algo más que un simple mito político.

García-Gallardo dejó la vicepresidencia de la Junta en julio del año pasado. Lo hizo a regañadientes, por imposición de los dirigentes nacionales de su partido, que optaron por la estrategia política de romper los pactos de gobierno con el PP en cinco comunidades autónomas. Y el pasado día 3, por sorpresa, dejaba también la portavocía de su grupo y su escaño de procurador en las Cortes de Castilla y León. Su renuncia ha puesto de relieve las disensiones internas en Vox.

García-Gallardo se despidió con una frase enigmática:"Gracias y hasta pronto". Una despedida abierta que quedó mariposeando en el aire y está dando lugar a especulaciones.

Aunque afirmó que seguirá como militante de base en Vox, hay quien interpreta que acaso se esté cocinando alguna formación política de nuevo cuño auspiciada por algunos integrantes de esa ristra innumerable deajusticiados por Santiago Abascal.

En Vox existen dos corrientes internas que se identifican con los modelos de Viktor Orbán (Hungría) y Giorgia Meloni (Italia), aunque el partido no lo reconoce abiertamente. Estas diferencias han sido más visibles en los últimos años a medida que el partido ha tenido que definir su estrategia dentro de la derecha europea.

Los partidarios de Orbán, línea más dura y euroescéptica, entre los que se halla Abascal, frente a los de Meloni, más pragmáticos y europeístas. Precisamente, los dos procuradores expulsados en Castilla y León se inclinaban más por esta segunda opción.

En el ocaso de Ciudadanos sucedió algo parecido. Algunos dirigentes regionales siguieron manteniendo viva la débil llama naranja, otros se subieron al carro del PP y otros, como Francisco Igea y Soraya Rodríguez, se enrolaron en esa nueva formación política de izquierdas denominada El Jacobino.

En Castilla y León se atisban, a mayores, otros ruidos de fondo en el espacio político regional entre el centro y la ultraderecha, que podrían derivar en nuevas formaciones políticas en las elecciones autonómicas que ya asoman en la lontananza.

Y, quién sabe, acaso alguna de esas presuntas nuevas formaciones, si la aritmética lo permite, le evite a Fernández Mañueco el mal trago de tener que volver a lidiar con el Vox asilvestrado de Santiago Abascal.