Llevo unos días abriendo y cerrando las hojas de mi balcón movido por mis deseos de contemplar con curiosidad el mundo que me rodea para aprender más o descubrir qué es el hombre. En este ejercicio de admiración, salta en mí un especial rechazo compulsivo a todo lo que está pasando en esta vorágine electoral. Abro con ilusión y cierro con decepción mi mente porque cuando observo este mundo y descubro la miseria humana, inconscientemente me recluyo en mi interior en busca de la verdad, en consonancia con la famosa frase de San Agustín: "No quieras derramarte fuera, entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior habita la verdad”. Claro está, sería necesario la existencia de una “vida interior” de calidad y muy intensa para poder refugiarse exclusivamente en ella, cuestión que reservo personalmente a las almas privilegiadas.

Por eso, porque no tenemos la perfección en el interior, la curiosidad nos mata y volcamos nuestro tiempo y nuestro empeño en saborear los amargos manjares de lo externo, más que en deleitarnos en nuestros pensamientos. Y así nos va. Una y otra vez tropezamos en la misma piedra.  Esta situación se agrava cuando confluyen en el exterior varios factores sociales publicitados exageradamente por los medios de comunicación, que nos impiden contemplar el mundo de una manera limpia. Me refiero a los largos (interminables) periodos preelectorales y electorales que estamos viviendo.

No hay tregua y cada vez que “abres el balcón” de tu curiosidad al mundo, tropiezas con eslóganes, promesas, palabras, caras, reproches, mentiras y burlas…. y la escenificación de un mundo de ficción puesto para atraer voluntades. Y en este ir y venir de personajes y propuestas, personalmente saco dos conclusiones contrapuestas. Por una parte, y esta es la buena, veo hombres y mujeres de muchos pueblos y ciudades que, con una gran voluntad de servicio público, echan horas y pierden dinero por buscar lo mejor para sus conciudadanos. Seres anónimos para el resto que luchan desinteresadamente por mejorar la calidad de vida. También me reconforta la posibilidad de que, al menos una vez cada cuatro años, tengamos en nuestra mano la posibilidad democrática de elegir a los que nos van a gobernar. Es un valor que no se puede perder.

Por otra parte, y aquí está lo negativo, también se perciben con más intensidad las luchas rastreras, las vergonzosas alianzas, desvelando las miserias humanas que se repiten una y otra por causa del poder.  Los “platos de lentejas” aparecen a la venta en esta feria. Una y otra vez se prometen inversiones para proyectos ya aprobados hace tiempo y nunca ejecutados, para gastos superfluos vendidos como dádivas generosas de un “rey mago” que paga con el dinero de los demás. No hay compromiso con el ciudadano. Aquel “apretón de manos” con el que los ganaderos y hombres de bien sellaban sus ventas en otros tiempos, se ha perdido. La honradez de la palabra dada no existe. El valor de lo prometido se ha olvidado. Ahora vale la imagen, el impacto en los medios de comunicación para mover voluntades a golpe de encuesta electoral. No hay proyecto a largo plazo. Todo depende de cómo vayan los sondeos diarios para vender una cosa u otra, para dirigirse a un colectivo u otro con mensajes agradables a los oídos de cada grupo.  

Y en este desquiciado fluir democrático aparecen comportamientos vergonzosos que no solo dañan la democracia, sino que la traicionan, la perturban y la matan. Lanzar soflamas contra colectivos o personas a sabiendas de que son falsas; ocultar miserias de los amigos para no perjudicar los intereses personales; agredir a los contrincantes de la batalla electoral llamándoles fascistas; la inclusión en listas electorales de personajes contrarios a la democracia que ellos han querido destruir y ahora quieren utilizar para sus fines espurios; la compra de votos, etc…, son hechos contrarios al comportamiento democrático.  Todos ellos que se han repetido en estos días se producen porque hay personas individuales y concretas corruptas y contrarias a los sistemas democráticos, y porque una parte de la sociedad lo consiente. Haber sido un asesino confeso y condenado, no arrepentido, es una decisión individual de ese sujeto, pero dejar que ahora se incorpore a nuestro sistema democrático y que se pacte con ellos por ese “plato de lentejas” que es el poder, es un comportamiento miserable y una responsabilidad de aquel que lo hace o lo consiente y de toda la sociedad, contraria a ese comportamiento deleznable, que no ponemos todo nuestro trabajo y empeño en luchar en su contra. Lo mismo ocurre con la compra de votos. Personas con poca catadura moral siempre las ha habido y las habrá (es una condición del hombre) en todos los partidos, pero corregir estos comportamientos con la expulsión de los implicados de las agrupaciones no es suficiente si, nuevamente, aparece el “plato de lentejas” del poder y se pacta con ellos la permanencia en el gobierno local, regional o nacional.

A pesar de todo, el domingo se vota. Se ejerce ese derecho y ese deber, y todos tenemos que ser conscientes de lo que un pueblo, una ciudad, una región o un país se juegan. Entre otras cosas que se pacte con asesinos o compradores de votos, o que, con nuestros impuestos, se dé más dinero a cuidar gatos callejeros que a las víctimas del terrorismo. Es un ejemplo. A votar.