Aunque el día se presenta frío, siempre es recomendable reclinarse sobre la barandilla del balcón para contemplar el transcurrir de la vida y extraer de estos acontecimientos percibidos las adecuadas conclusiones para poder vivir reflexivamente. Es cierto que los vientos helados del ambiente que nos rodean hacen que acudamos a esta cita diaria parapetados por una prenda de abrigo y así evitar males mayores.

Hoy, en el horizonte de mis pensamientos, probablemente por la cercanía al día en que se celebra su aprobación, se ha hecho presente la Constitución española.  Si en muchas ocasiones este hecho se ha manifestado como festivo, ahora se me presenta como problema. Y no es que la Constitución española lo sea para mí, no. Lo preocupante es que algunos la hayan convertido o la estén convirtiendo en un problema. 

En anteriores artículos insistía en que es necesario que los hombres tengamos problemas porque es síntoma de que estamos vivos. Ahora bien, tenerlos y saberlos afrontar, resolverlos, es propio del hombre inteligente, vivo, despierto y responsable.  Otra cosa es hacerlos o crearlos donde no los hay. Esto es síntoma de mentes irresponsables, inmaduras, escasos de inteligencia y, generalmente, desconocedores de la historia. La Constitución española del 78 fue la solución que nos ha permitido vivir en paz y en convivencia democrática muchos años. Considerarla un problema es una irresponsabilidad de mentes movidas más por las ideologías que por las ideas. Y creo que aquí puede estar una de las claves de esta desorientación reinante en la sociedad española.  Nadie puede renunciar a tener una u otra ideología que le permita afrontar su personal existencia como mejor le convenga. Son modelos de vida. Pero otra cosa es sustituir las ideas por la ideología. La vida hay que afrontarla con ideas que nos permitan desentrañar nuestro quehacer en este mundo. Si no es así, caeremos en las ataduras de las ideologías que prejuzgan y empañan la vista haciéndonos percibir la realidad un tanto deformada.

La Constitución española se pergeñó por un grupo de personas de la política que afrontaron la realidad existente en la España del 78 no con su particular ideología, que cada uno la tenía y bien conocida, sino con ideas. Analizaron la situación existente en ese momento y dieron una solución al problema. Podremos estar de acuerdo o no con esa respuesta dada en aquel momento, pero no podemos juzgarla sumarísimamente desde nuestras posiciones actuales y con un desconocimiento absoluto de la historia. Esta estrategia, además de ser peligrosa, es engañosa.  Peligrosa porque se pueden poner recetas encima de la mesa cuyas consecuencias acarreen hechos negativos para la convivencia; y engañosa porque cuando no se manejan premisas ciertas, las conclusiones son siempre erróneas.

Después de 44 años de vigencia de esta norma, nadie puede poner en duda que es necesario someterla a una revisión sosegada, seria y profundamente reflexionada, pero no convertirla en un problema. Pero, si las razones de la necesidad de cambiar la Constitución se deben solo a que mi ideología no "comulga" con algunos de sus postulados o porque se necesita introducir modelos de convivencia diferentes, entonces es cuando la convertimos en un problema. Sobre todo, porque excluiremos a muchos españoles.  No se puede afrontar una reforma con los remedios de los que se atribuyen un papel mesiánico en la política, ni con los que dicen ser sanadores de los males que ellos señalan como tales, pues son los mismos que los han causado en otras ocasiones y lo que pretenden no es reformar la Constitución, sino derogarla. Camuflan sus intenciones con propuestas supuestamente democráticas,  cuando el interés es,  no solo cambiar la Constitución, sino cambiar España, lo que ha sido (interpretando la historia a su antojo, destacando acontecimientos  que les son favorables y ocultando sus vergüenzas) y lo  que es. Tergiversan la realidad para conseguir sus objetivos.

Así no se puede hacer nada en política ni en ningún aspecto serio de la vida del hombre.  No me imagino a la ciencia haciendo cambios antojadizos a sus principios y leyes para poder llegar a conclusiones ya presupuestadas. Sería un desastre para ella. Lo mismo ocurre en política.  Por eso, se necesitan hombres y mujeres libres de prejuicios ideológicos que afronten con ideas un estudio sosegado de nuestra Carta Magna y que presenten soluciones fundamentadas en este estudio. Fuera intereses, descartemos imposiciones ideológicas y apoyemos las ideas frente a las ideologías.