¡Quién lo iba a decir! Dos años penando por la lluvia y justo va a caer en la Semana Santa. En todos los noticiarios se ha repetido una y otra vez que llevábamos años de sequía, que los pantanos estaban al límite de su escasez, que las restricciones eran una realidad ineludible y que el verano se preveía problemático. Hemos visto perderse cosechas y arruinados agricultores asidos a lo único que les podía salvar, el seguro agrario.

El cambio climático y el calentamiento global se han aferrado a la cátedra de todo viviente que quisiera justificar esta “pertinaz” sequía. Puestos al límite de la situación hemos recurrido a santos y santas de Dios para solicitar la deseada lluvia que regara campos, cosechas y llenara pantanos. Incluso se solicitó al papa Francisco su intercesión ante el Altísimo.

En fin, que nos hemos puesto tan pesados que los cielos han sido clementes con nosotros y se han abierto para descargar todo lo que llevaban años guardando. Pero claro, la famosa frase de que “nunca llueve a gusto de todos” se ha hecho verdad esta semana. Ni el Altísimo ni la Naturaleza han tenido la delicadeza de cumplir nuestros deseos dando gusto a todos y ha sido ahora, justo ahora, en plena Semana Santa cuando las “pertinaces” rogativas se han cumplido. Pues bien, los dos, Naturaleza y Dios, han cumplido y no han hecho caso omiso de nuestras peticiones. Lo que se nos olvidó fue poner la fecha más adecuada a nuestros intereses.

Todo el mundo se ha hecho la misma pregunta: Pero ¿no podía haber esperado un poco, una semanita? E incluso, a casi nadie nos hubiera importado que la naturaleza hubiera anticipado esa abundante lluvia a la anterior semana a costa de perder días de luz y calor.

Pues no, ha tenido que ser en esta Semana Santa, en la que todos soñábamos con vacaciones al sol, paseos por la ciudad y procesiones inundando las calles de pueblos y ciudades para “turistear” con nuestras devociones. Todos nuestros planes se han visto contrariados. Y todo esto ¿por qué? Personalmente he dado vueltas buscando una explicación. La primera de las razones explicativas es que la Naturaleza es caprichosa, que funciona según sus propias reglas. Nuestros deseos no son órdenes para ella y en nada condicionamos la oportunidad temporal de sus acciones.

Pero también busco signos explicativos más ajustados a la época vivida, sobre todo si hemos acudido a los Cielos para buscar ayuda y el propio Papa se ha puesto de mediador ante el Altísimo. Inmediatamente me afloran imágenes de estos días en muchos de los pueblos y ciudades: procesiones suspendidas y hermanos cofrades entristecidos, con lágrimas en los ojos incluso, por no poder pisar las calles con sus respectivos engalanados pasos.

Un año esperando ese momento y todo se ha truncado. Pero también he visto momentos de oración en las hermandades, en las iglesias, en sustitución de una explosión de gozo manifestado en los bulliciosos y multitudinarios recorridos callejeros. La versión exclusivamente turística de la Semana Santa se ha sustituido por la versión más intimista de esta Santa Semana.

La explosión callejera de la bulla, vocería, algarabía, jarana, alboroto, jaleo, escandalera, ruido, gritería, jolgorio en algunas tierras se ha cambiado por el rezo interior y la mirada suplicante ante las imágenes divinas. En otras tierras, la seriedad, el silencio, el llamativo recogimiento recorriendo calles y plazas se ha interiorizado en el templo en señal de súplica, rezo y oración. Este cambio de paradigma en la vivencia de la Semana Santa también tiene un porqué. No puedo admitir que solo sea fruto de la casualidad, de lo caprichoso de la Naturaleza y veo signos de los que los cristianos podemos sacar nuestras conclusiones.

Hemos pedido lluvia y se nos ha dado, y en abundancia. Pero también se nos ha dicho que la belleza de las imágenes no es lo único importante. Que junto a esa exaltación artística de Cristo está Él; que la mirada afligida de la imagen de la Virgen está siempre en Ella y no hace falta sacarles fuera de los muros del templo para verlos, procesionarlos y exhibirlos como una manifestación artística, sino que lo importante está dentro, en el interior.

Que no hace falta esperar un año para encontrarse con Él y volver la mirada hacia el interior del templo, como lo han hecho muchos cofrades y hermanos para rezar ante la imposibilidad, por la lluvia, de salir a la calle. Un signo del que podemos aprender y aplicarnos esas palabras de San Agustín: “No quieras derramarte fuera, entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior habita la verdad”.

Pues saquemos alguna buena conclusión de este desencuentro entre abundante lluvia y bullicio procesional aplicándonos esa frase que está recorriendo redes sociales estos días: “¿Alguien sabe a qué hora sale la procesión que va por dentro?”