¡Aleluya!,  ¡Albricias¡: el  Ausente se hizo presente. En la España de Franco el Ausente omnipresente era José Antonio Primo de Rivera,  fundador de Falange Española, insensatamente  fusilado el 20 de noviembre de 1936 en la prisión de Alicante, al que ningún jerarca, y mucho menos los de medio pelo, dejaba de exaltar  en los discursos, ya políticos, ya futboleros. Prácticamente no hubo preboste en la durísima post-guerra  que no invocará su nombre en cualquier celebración.

Pues mal, a su imagen y contrasemejanza en estas elecciones de Castilla y León el Ausente de verdad ausente hasta este fin de semana ha sido Alberto Garzón Espinosa, ese ministro de la sinhueso  suelta contra los ganaderos que por fin se nos hizo Ausente tontipresente  en Aranda de Duero y  Burgos (lamentablemente con poquísimo éxito de audiencia),   liberado de la mudez  impuesto desde el gobierno. Como yo soy supersticioso y dado que este artículo hará el número doce más uno de esta serie electoral, se me ha representado lo más lógico dedicárselo a ese cenizo, tomando el toro por los cuernos de aquella embestida garzonesca contra las macrogranjas en la que el cuitado no pierde ocasión de reafirmarse, partidario acérrimo de sus meteduras de pata.  

Pero hombre de Dios, le diría de tenerlo al alcance (prefiero que no),  perdón, pero hombre de Marx, ¿no leíste en estas mismas páginas el artículo titulado “Extensivo e intensivo” de Miguel Cid,  socialista pata negra. Como allí se recuerda,   esa supuesta incompatibilidad  quedó resuelta en 1982 al constatarse entonces, hace nada menos que cuarenta años, la necesaria coexistencia de ambos modos de explotación.

Vengamos a la realidad, señor cenizo: en España vivimos cuarenta y siete millones y medio de personas, todas con derecho  a consumir carne e incluso a regalarnos cuando podemos y nos viene en ganas un chuletón de ternera, excelencias de cordero o suculencias de cochinillo. Lejos de ser malas per se, las macrogranjas son imprescindibles por la sencilla razón del imposible abastecimiento  criando los animales de uno en uno. ¿O acaso el mercado se surte de huevos a partir de las gallinas de corral? Esto es muy sencillo,  mera cuestión de sacar las cuentas a ojo de buen cubero, y de asumirlas. Los pequeños agricultores y ganaderos no cubren la demanda y nunca la cubrirán.

Por supuesto: en las macrogranjas es imperativa la  salubridad,  inadmisible el maltrato o el hacinamiento animal  y asimismo resulta de cajón que las balsas de purines, con olores insoportables y emanaciones dañinas de gases,  no pueden campar a sus anchas. Se trata de cuestiones suficientemente legisladas y de requisitos obligatorios. Pero entre la prohibición y el descontrol  siempre se abre una tercera vía, la única asumible: la del diálogo desde el respeto a la ley en busca de la coexistencia, lo que implica dedicación y trabajo, función esencial de cualquier ministro, cargo que no se justifica desde un frenesí parlero que sólo busca huecos en la prensa, espacio en las ondas y chupar cámara en los telediarios. Garzón parece uno de esos políticos que por la noche llegan a casa, entran en el cuarto de baño, se contemplan en el espejo y con asombro exclaman “¡todo el día con gente y hasta ahora no había visto a nadie que mereciera la pena y siempre tuviera razón!”

Janus Wojciechowski, comisario europeo de Agricultura, salió de inmediato al alcance de esas garzonadas  tan insensatas subrayando la calidad de la carne producida en España, así intensiva como extensivamente, y recalcando que “se necesitan todos los tipos de explotaciones. A pesar de lo cual, indiferente a réplicas juiciosas y argumentos incontestables, él sigue repitiendo cuando lo sueltan  “lo que dije es impecable, lo que dije es impecable, lo que dije es impecable”, disco rayado que hasta este último fin de semana había dejado de sonar. 

El Ausente se ha hecho Tontipresente, cómo se le echaba de menos. Que hable, que hable.