Termino uno y empiezo otro y haciendo un símil con lo expuesto en el artículo anterior, la actualidad nos adelanta por la izquierda por la derecha, otra actualidad nos atraviesa el centro de nuestro corazón y nuestra alma que, violentamente, casi sin quererlo, nos revuelve el depósito de la ira y la rabia y nos deja los ánimos para tenerlos que recoger del suelo, hoy los tenemos en Traspinedo.

La vida sigue y el asombro y la incredulidad (en algunos casos) se hace dueña de nuestras opiniones, el descrédito de la política desgraciadamente avanza a pasos agigantados. Entre Batet que no sabe o no quiere poner en acción mecanismos que son derechos de aquellos que nos representan -para eso precisamente- para una mejor representación y algunos de esos representantes que no aciertan a darle a un botón a 70.000 euros al año, tenemos lo que tenemos.

La justicia como garante final de la democracia no merece otra cosa, esta política que eso, judicializar todo acto político susceptible de merecerlo y lo que hizo Batet tras la votación famosa de la semana pasada lo merece,

Alguien decía que la problemática política se debe resolver en el campo de la política no judicializarla; dicen, decían  que: “judicializar la política daña la democracia y el buen gobierno”. Y eso aparte de ser una falacia, es un recurso fatuo, una excusa para dejar exenta a la política de uno de los elementos para su control pero,  cuando su natural controlador -la oposición- falla, la justicia debe salir al paso de los actos ilegítimos de quienes nos mal gobiernan.

No hacer uso del sistema judicial si es necesario para aclarar cualquier dilema o controversia que se de en la política o en el acto de gobernar sobre todo, si es extraño al imperio de la Ley, esa dejación de funciones, eso sí la daña.

La justicia cuando entra en juego dota a la política de una legitimidad superior, la dota de  coherencia, seguridad y credibilidad ante los ciudadanos que a día de hoy se están volviendo -agnósticos políticos- si es que existe algo similar y parafraseando la acepción“Estos son aquellos que sin negar la existencia de la política la considera inaccesible al entendimiento y al crédito humano y la noción de lo que de ella sale es despreciada por los mortales ciudadanos”

Vamos camino de ello y “al final de la escalera” ¡qué buena película! está el ático donde vive el fantasma del desgobierno más absoluto y el resultado suele ser fuego y destrucción que todo lo limpia pues no queda nada.

Al final, la realidad deberá ser, debe ser muy “puñetera” Ya me entienden.