Abierta hoy  la campaña electoral para las elecciones del 13 de febrero, está súper claro que estos comicios tienen un relieve nacional hasta ahora desconocido, porque los sufragios autonómicos de Castilla y León siempre registraron una incidencia menor en el panorama político estatal, en consonancia con nuestro desastre demográfico. Bastará con un dato para ilustrarlo: en la convocatoria de 2019 no llegamos a  dos millones de personas con derecho a voto, de las cuales se abstuvieron cerca del treinta por ciento, lo que dejó el total de papeletas contabilizadas en poco más de un millón trescientas ochenta y cinco mil. Y cómo el desastre de la pérdida de población no cesa, en esta ocasión aún seremos menos. Sin embargo, la importancia de estos comicios está disparada.

Las elecciones estaban cantadas desde meses antes de que el presidente Alfonso Fernández Mañueco asumiera que el pacto con Ciudadanos no funcionaba, porque a la hora de la verdad ese partido, auto pregonado como alternativa, en Castilla y León (pero no sólo en Castilla y León) se ha demostrado inútil. En vez de bisagra ha sido un estorbo, hasta el punto de unir en las Cortes al PP con el PSOE contra su reforma sanitaria, batacazo seguido por una cómica rueda de prensa de Francisco Igea, a cuyo desenfadado entender aquello habría alumbrado una demostración rotunda de la solidez del gobierno de coalición. Pretendía acabar con el bipartidismo, lo ha reivindicado.  

Así las cosas,  salen a ganar Alfonso Fernández Mañueco, político que nunca se descompone y que no da puntada sin comprobar antes que su cometa dispone de hilo sobrado para volar alto; y Luis Tudanca, vencedor en las últimas elecciones, logro que tiene muy complicado revalidar, y no por él, que sí da la talla, sino por el sanchismo y las garzonadas, camaradas que hunden a cualquiera.   

La campaña arranca con buenas expectativas para el PP, cifradas en treinta y dos/treinta y seis escaños por las encuestas que no son propaganda;  comprometidas para el PSOE, que ahora mismo obtendría un máximo de veintiocho;  funerales para Ciudadanos, lo que no implica (al contrario) que Igea reconozca ni el más mínimo error; halagüeñas para VOX, con no menos de ocho procuradores al alcance; de adelgazamiento  para Podemos, consecuencia de un dieta ideológica vegetariana; precarias para las formaciones de la España Vaciada, que son de aluvión, con la excepción de la soriana, consistente y al alza; de virgencita , virgencita que me quede como estoy en el caso de Por Ávila; y en cuarto creciente para Unión del Pueblo Leonés. 

En fin, tanto Sánchez, el tahúr de la Moncloa que dice Inocencio Arias, como Casado, Arrimadas y la cúpula airada de Podemos se tendría que quedar en Madrid o hablar poco cuando vengan si de verdad quieren apoyar a sus candidatos. Y es que, lejos de sumar, restan. Parafraseando al Quijote, electoralmente estamos en la hora del alba y todos los candidatos han salido, lanza de promesas en ristre, a por el molino de viento de las papeletas. De momento van contentos, gallardos y alborozados por estas tierras tan castigadas. Ya veremos cómo llegan de enamorados al Día de San Valentín.