El pasado mes de agosto recordé una vez más, la fotografía con la bandera española ondeando en Afganistán que me envió mi yerno, teniente de enfermería y hoy capitán, cuando estuvo allí destinado.

Me gustaría que ilustrara esta reflexión de la tragedia que vive aquel país después de 20 años de guerra con los talibanes que, finalmente, se han hecho con el poder.

Una tragedia no solo para aquel país, aunque especialmente para las mujeres y las niñas tratadas como esclavas de un fundamentalismo que no está ni en El Corán ni en las palabras de Mahoma, sino inventado por unos fanáticos que en su arrogancia quieren alardearlo ante el mundo, que ve atónito lo que está ocurriendo.

Nuestra bandera ondeó allí como ejemplo de civilización y progreso. Ahora ya arriada muchos la echarán de menos. Ojalá pronto volvieran a ondear las banderas de la paz y se arríe definitivamente la del fanatismo, el atraso y la barbarie, que ostentan los talibanes.

Esto lo escribí en su día. Pasa el tiempo y la barbarie de los talibanes se consolida y asienta. Nadie hace nada, ni siquiera diplomáticamente para evitarlo. Todo el mundo hace como un mal Pilatos: lavarse las manos.

Por ejemplo, existe un Tribunal Penal Internacional que persigue crímenes de lesa humanidad. ¿A qué se espera para que éste intervenga y al menos la justicia eleve su voz? Y no digamos la ONU, que está para eso, y que tiene compromisos y competencias en la materia. El mundo civilizado y democrático no puede ni debe callar. De lo contrario todos seremos cómplices de esta terrible situación que ofende las conciencias humanas.

Ahora se habla mucho, y con razón, de Nicaragua, al igual que de Cuba y Venezuela y pronto se hará lo mismo de otros países del área latinoamericana. Sin embargo, Afganistán, donde estuvimos representados como fuerza internacional, donde tuvimos víctimas mortales y donde hicimos un gran esfuerzo humanitario, montando hospitales y curando a la población civil, empezando por los niños desasistidos totalmente, el silencio es atronador. Y valga el oxímoron.

Pero la situación de aquel país donde estuvimos con nuestras tropas como misión humanitaria y donde defendimos la libertad y la democracia, está dando al traste con todo lo que hicimos: ¿Otra vez de Quijotes? Ojalá no fuera así, pero desgraciadamente lo parece cada vez más. Por quienes dieron sus vidas en aquellas lejanas tierras, deberíamos no consentirlo y, sobre todo, no callar.