Opinión

La Carrà é cosa nostra

Raffaella Carrà. / Efe

Raffaella Carrà. / Efe

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Lo leo y no me lo creo. La Carrà ha muerto. Lo vuelvo a leer y no me cuadra. Si algo hay contrario a la imagen de Raffaella Carrà, es la palabra muerte. Miro sus fotos en los digitales de diferentes etapas, con diversidad de arrugas y cirugías, pero solo consigo atraer la misma imagen mental y propia. La podríamos llamar "imagen icónica", esa que nos trae a la memoria una impresión permanente de edad intemporal surgida por un movimiento nervioso de rubia hiperactiva con ojos grandes y sumamente expresivos.

Me doy cuenta que Raffaella Carrà se descubre así en un mito. Un mito generado desde toda nuestra vida, como una niñera cachonda y divertida que parece formar parte integrante de la familia. La primera canción que oí era Fiesta. ¡Qué fantástica, fantástica esta fiesta! Nos cantaba en los 70 con un acento forzado y estudiadísimo, escote sin excesos y movimientos de melena entre un corte de Cleopatra y tinte de Gunilla von Bismarck.

El mérito de Raffaella es que caía genial a toda la familia a pesar de unas letras, vistas ahora en el contexto de antes, un tanto subidas de tono. Coplas como "Para hacer bien el amor hay que venir al sur", o "qué dolor, qué dolor una mujer en el armario", son axiomas que depende de cómo se canten provocan una cosa u otra. Las cantaba nuestra Raffaella con naturalidad y frescura, como quien no quiere la cosa. Y como lo cantaba Raffaella... iba a misa, claro, haciendo repetirlo desde la abuela hasta el bebé. Y todo entre risas porque, una vez más, si lo canta Raffaella, está bien cantado y punto.

Este mérito es de un valor extraordinario y sólo apto para los grandes del show business. Posiblemente, ante el análisis de un purista cantamañanas, te puede decir que cantaba mal, bailaba normal, se reía a destiempo... lo que quieran, pero esa serie de imperfecciones la hacían perfecta. Y eso es la definición del talento.

Vuelvo a mirar las fotos y me convenzo de que Raffaella está viva, más viva que nunca.

Descansa en paz, Raffaella.