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Redes sociales y fake news

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Es evidente, y en general debemos congratularnos por ello, que el desarrollo tecnológico y el ecosistema digital en el que estamos inmersos nos proporciona innumerables aplicaciones y mejoras en nuestro desarrollo y calidad de vida.

Dentro de este ecosistema digital merece especial atención el gran auge que las redes sociales han tenido en los últimos años por su uso masivo en diferentes vertientes y especialmente en lo que respecta a la vertiente socio-política, convirtiéndose de facto en un ágora virtual donde prácticamente todo el que lo desee pude participar libremente.

Sin ánimo ni mucho menos de matar al mensajero, en este caso las plataformas digitales, sí que merece la pena cuestionarse hasta qué punto el uso y los grandes intereses que pivotan entorno a las redes sociales están provocando grandes alteraciones disruptivas en el comportamiento y desarrollo de nuestra sociedad tanto a nivel individual como colectivo.

El modelo de negocio que sustenta a las redes sociales, basado fundamentalmente en la gratuidad o coste marginal cero para los usuarios a costa de ser inundados de publicidad y exponer nuestros datos y hábitos al servicio de las plataformas digitales, propicia unos stándares muy laxos referenciados a la regulación, rigor y calidad que se debería exigir a un medio de comunicación que se precie.

A los factores reseñados, hay que añadir que tanto el pseudo-anonimato como el escaparate de protagonismo que facilitan las redes sociales han permitido su gran auge y repercusión mediática, señalándose y resaltándose en exceso su valor y, por tanto, y en gran medida, convirtiéndose en un poder fáctico nada desdeñable.

Hoy en día no es fácil encontrar un debate, artículo de opinión o científico, acontecimiento, o simplemente noticia que no esté trufada, aderezada o complementada por “lo que dicen las redes sociales” como si se tratase de un referente casi indispensable a tener en cuenta, e incluso quizás exagerando, que dice nuestro “gurú/brujo” de la “tribu”.

Aparte de la vertiente puramente mercantilista y de marketing transaccional que desempeñan, el gran auge y grado de amplificación de las redes sociales ha sido capitalizado por políticos y lobbies para teledirigir de forma tendenciosa a la audiencia hacia intereses y objetivos concretos, e incluso en determinados casos difíciles de descifrar a primera vista.

Observamos como fenómeno cómo los políticos y lobbies venden y direccionan sus productos apoyándose el poder de tracción de las redes sociales, así como en el gusto por el “barro y los bajos instintos” que a veces nos invade sin remediarlo, mientras que los proveedores logran adeptos para incrementar el binomio publicidad-ventas.

Es en este campo de la política y de los lobbies donde las redes sociales están causando más daño ya que están absorbiendo la propagación de bulos y consignas interesadas, así como el insulto fácil y descalificador provocando la crispación y polarización de la sociedad: “Estás conmigo o contra mí”.

Resulta llamativo en la actualidad las campañas electorales están siendo cada vez más dirigidas y controladas a través de las redes sociales por el alto impacto que éstas tienen. De alguna forma la democracia y el voto libre, soberano y crítico está siendo socavado de forma creciente por la gran influencia que las mismas desempeñan, sobre todo en las nuevas generaciones.

Se viene hablando mucho de las “fake-news” -noticias falsas- de forma quizás simplista como el mal que está aquejando a las redes sociales, cuando quizás deberíamos hablar más de “biased-views” -opiniones segadas- puesto que es el efecto predominante en muchos casos como medio para conseguir determinados objetivos más o menos evidentes.

Estas opiniones segadas no se quedan en muchas ocasiones en corrientes de opinión aisladas, sino que constituyen avalanchas o tsunamis de opinión difíciles de procesar tanto a nivel de control tecnológico como a nivel de intelecto individual, provocando con ello efectos negativos y dañinos.

El conjunto de estas reflexiones nos debería ayudar a conseguir que hagamos un uso más positivo de las redes sociales fomentando, por un lado, el espíritu crítico individual y por otro estableciendo una regulación que evite el abuso y la gratuidad de la manipulación tendenciosa, la ofensa y la crispación.

Desde luego, y dado el boom social que han provocado, no es fácil a estas alturas el arbitrar soluciones y pócimas mágicas que alivien la enfermedad autodestructiva que están padeciendo las redes y plataformas sociales, pero habría que concienciarse que realmente existe para que, entre todos, sociedad, intereses privados y públicos podamos poner voluntad y medios para atajarla.