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Mula

Dirigiendo Banderas de nuestros padres.

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La reciente caída en desgracia de Woody Allen ha dejado a Clint Eastwood, a sus 88  años, como el único representante en activo de una determinada generación de cineastas. Ambos son polos opuestos de una misma industria, pero ambos comparten el estatus de leyenda, y esto provoca que la mayoría de sus trabajos no sean puestos en duda y cosechen un sinfín de críticas positivas que buscan reconocer mas una trayectoria que un trabajo en concreto. A esto además se añade la admiración por la proeza física y mental de dirigir una película rozando los 90.

Creo que Clint Eastwood tiene una gran carrera y es un más que notable director que cuenta en su haber con películas extraordinarias como Bird, Million Dollar Baby o Los puentes de Madison entre otras, y que si bien en su actual etapa quizás no tenga el pulso y la tensión narrativa de antaño, es capaz de hacer películas tan solventes y efectivas como hizo hace un par de años con Sully.

Todo esto lo digo, porque si intentamos ser objetivos, la trascendencia, interés y buenas críticas que ha generado su última película Mula, está directamente relacionado con una personalidad tan incontestable, que en cierta manera agranda todo lo que hace y nubla el juicio objetivo de la obra concreta.

Mula es una película correcta, con una sólida historia que se sigue bien y se desarrolla con simpleza y naturalidad. Pero Mula es también una película con una falta evidente de ritmo en buena parte de su metraje, ausente de una tensión y emoción que la historia pide a gritos, y excesivamente ralentizada y repetitiva  con una duración que se alarga en exceso.

Mula narra la historia de un octogenario en quiebra que por casualidad acaba transportando mercancías para un cartel del narcotráfico. Un tema interesante que puede dar juego en el ámbito tanto del thriller como del drama personal y familiar del protagonista, pero que en ninguno de ambos acaba de resolver de manera convincente.

Los interminables y repetitivos viajes del protagonista cargado de drogas, se muestran, en la mayoría de las ocasiones, con una placidez y ausencia casi total de tensión que mantienen al espectador en un aletargado estado de autocomplacencia por el visionado de algo que no va a alterarnos.

Por otro lado, el ámbito personal del protagonista no se explica, no hay un desarrollo personal lógico, y el pasado es algo que se presupone y que debemos de imaginar para entender algo el presente, pero en ningún caso hay unas motivaciones ni un desgarro que nos hagan empatizar u odiar a un personaje que nos provoca de partida cierta simpatía.

De ahí que a los buenos mimbres del argumento base, hay que añadir estas deficiencias en las decisiones del director sobre la forma de contar la historia y el desarrollo de los personajes, a los que añade algunos momentos algo ridículos, como la condición de amante activo del protagonista, unos exageradísimos personajes latinos en el rol de malos de peli, y una trama policial paralela sin chispa alguna.

Hace poco vi la que parece que puede ser la última película protagonizada por Robert Redford, The old man and the gun un film con muchos puntos de conexión con la de Eastwood tanto en el tono como en el rol del protagonista. El film de Redford tenía emoción, momentos vibrantes, y destilaba un aroma de clasicismo genuino. El de Eastwood es un correcto artefacto con demasiada brocha gorda y donde el aroma clásico es sustituido por guiños anecdóticos al pasado. Punto para Redford.

En resumen, un film correcto sin más, moderadamente entretenido, funcional, pero plano en su ejecución y carente de garra. Una película un tanto otoñal, de un director y actor, que en ambos roles, ya dio con anterioridad lo mejor de sí mismo.