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Fin del bipartidismo político español

Pablo Iglesias aplaude y es aplaudido por el grupo de Unidos Podemos en el Congreso.

Pablo Iglesias aplaude y es aplaudido por el grupo de Unidos Podemos en el Congreso.

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Cuando hablamos de bipartidismo nos estamos refiriendo al régimen de gobierno que se estableció en España durante las últimas cuatro décadas, derivado del rumbo real que tomo la famosa Transición a la Democracia. Transición realizada con sorprendente éxito por figuras del propio Régimen franquista, como Torcuato Fernández-Miranda, o Adolfo Suarez. Con su Ley para la Reforma Política, sometida a referéndum popular, consiguieron desinflar las exageradas perspectivas de triunfo que se les atribuían a los partidos que pretendían la ruptura con el franquismo, como los comunistas y socialistas, que habían constituido una alianza denominada la Plata-Junta. 

La Transición se hizo, en palabras de Torcuato, como una reforma de “la Ley a la Ley”, y no hubo ruptura, sino una evolución interna del franquismo que dio paso a una democracia, reconocida y aceptada entre las democracias liberales occidentales, de forma ordenada y pacífica, a pesar de las enormes tensiones y estallidos de violencia terrorista que se produjeron. La escalada de la violencia terrorista acabó dando pie al mayor peligro que amenazó la exitosa Transición: el Golpe de Estado militar del 23-F.

Con él se consiguió la dimisión de Suárez y el desprestigio de su política centrista, con lo que quedo el camino abierto para el famoso triunfo electoral del socialismo de Felipe González. A partir de entonces el centrista Suárez, con su nuevo partido CDS, no conseguirá volver al poder y será reducido por el electorado a una fuerza marginal. Lo cual provocó que se acabara creando un régimen político denominado como “bipartidismo imperfecto”, porque gobernarían en lo sucesivo dos grandes partidos, el socialista y el popular, que se turnaban en el poder requiriendo de forma acostumbrada de la ayuda de la bisagra nacionalista-separatista de vascos y catalanes. 

Dicho régimen, al principio permitía gobernar y crear mayorías en Madrid, aunque al precio de ir arrebatando competencias como las de educación, control de la televisión pública, embajadas, etc., que fueron utilizadas por los separatistas para aumentar considerablemente su peso político y electoral anti-español. Si a esto se une la desastrosa política de los dos grandes partidos en relación con el control de las Cajas de Ahorro, con la que desataron la famosa “burbuja” inmobiliaria, provocando una gigantesca quiebra de empresas y destrucción de empleo, de la que nació el movimiento político de izquierda radical podemita, tenemos las piezas que llevan a la final destrucción del bipartidismo. El paso del Rubicón de dicha destrucción se dio con la moción de censura contra Rajoy, presentada por el nuevo líder socialista Pedro Sánchez.

Con dicha moción triunfadora ha llegado al poder, sin pasar por las elecciones, una alianza de partidos de izquierda radical y separatistas que recuerda al Frente Popular de la II República. Entonces era la Revolución Socialista la que marcaba el rumbo a seguir. Hoy, desprestigiado el socialismo tras la caída del muro de Berlín, es el separatismo el que se presenta como la opción a realizar para satisfacer una presunta represión histórica de catalanes, vascos, gallegos, etc., por la nación española. Los socialistas disimulan su mera ansia de acceso al poder con la niebla ideológica del federalismo y la autodeterminación de los pueblos, y los podemitas apoyan a sus socios rivales con tal de ver como se destruye la Monarquía Constitucional del 78.

Mientras tanto, la situación empieza a violentarse en una Cataluña dividida, produciéndose la salida a escena de partidos como Vox, que empiezan a conectar con una resurrección ciudadana del sentido de España como nación histórica y política. A su vez el Partido Popular de Casado parece que cambia su política de décadas y rompe definitivamente con los socialistas, encaminándose, quiera o no, a una alianza con Ciudadanos y Vox en pro de mantener la unidad e identidad de España y sacar del poder al nuevo e incipiente Frente Popular anti-español.

En caso de que triunfase en unas próximas e inevitables elecciones esta nueva coalición política españolista, seguramente se abriría un nuevo arco parlamentario en el que, tras la prohibición de los partidos separatistas, que debería impulsar la nueva coalición y la reducción electoral de socialistas y podemitas a unas fuerzas residuales y alejadas del poder por su puesta en peligro de la soberanía nacional, surgiría una nueva derecha nacionalista encarnada por Vox, en disputa leal con una izquierda globalista y europeísta representada por una parte importante de Ciudadanos.

Quedaría quizás un centro con una parte de votantes del PP que ven a Vox como demasiado extremista en cuestiones como la supresión de las Autonomías y otra parte de Ciudadanos que no son tan globalistas, ni partidarios de las políticas radicales feministas o de LGTBI. Sería la única forma de crear un nuevo sistema político estable.