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Aburrimiento en la RAE

Panorámica del Embalse de los Bermejales, localizado en Granada

Panorámica del Embalse de los Bermejales, localizado en Granada Arenas del Rey

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Que nadie se me rebote pues no estoy afirmando que la Real Academia Española sea aburrida. Y menos aún en estos últimos tiempos en los que algunas sillas con las letras del abecedario andan algo enfrentadas a causa de la intromisión de esa parte de la clase política defensora del lenguaje inclusivo; circunstancia  que, por otra parte,   viene a sumarse  a la endémica afición que tienen muchos españolitos de a pie, -los mismos que saben tanto de fútbol, política, economía y otras disciplinas varias-, de aconsejar sobre lo que debe o no debe figurar en nuestro preciado diccionario. A las redes me remito. Y yo, para no ser menos y ejerciendo mi derecho de opinador u opinante de guardia, quiero proponer la revisión de una palabra injustamente definida: aburrimiento.

Los que  tenemos ya una cierta edad y pertenecemos a esa generación sándwich aprisionada entre la disciplina paterna y la tiranía filial, nos vemos obligados a buscar el divertimento ininterrumpido para nuestros tiernos vástagos, especialmente en época veraniega, hasta que son capaces de volar solos. Y por supuesto, hoy en día, hay que publicarlo en las redes bajo el Hashtag QueNoSeMeTraumaticeElNiño .

Nosotros mismos, lejos de cumplir esa declaración de intenciones típica y tópica de “cargar las pilas” relajando cuerpo y mente, caemos en la trampa impuesta socialmente de que en verano hay que entretenerse sin parar, como en Navidad hay que ser bueno. Luego ocurre que, metidos en la vorágine y cuando queremos darnos cuenta, el tiempo ha pasado volando, deseamos volver al trabajo para descansar y sentimos esa sensación de no haber sido dueños de nuestro tiempo.
Así pues quiero reivindicar el aburrimiento. Pero el bueno, el de mis tiempos. Mientras el aburrimiento de ahora está provocado por un exceso de oferta  de sensaciones rápidas, pasajeras y vividas con escasa profundidad, el de antes era, a fuerza de carencias, hasta creativo.

A veces añoro, y me gustaría que las nuevas generaciones pudiesen experimentar por un momento, aquellos veranos calurosos, sin aire acondicionado, sin pc, sin teléfono móvil, ni fijo; con una Tv que cortaba la emisión al mediodía, con un revistero rebosante de tebeos releídos infinidad de veces y revistas del corazón de  tu madre a los que les pegabas una ojeada por hacer algo; con unos atareados progenitores que tenían bastante con lo suyo y te replicaban: “pues cómprate un mono (o un loro según versiones)” si se te ocurría informarles de tu aburrimiento. 

Entonces llegaba la inventiva. Rebuscando en el cajón de esos pequeños objetos que formaban tu pequeño tesoro, aunque carecían de valor alguno, eras capaz de fabricarte un pequeño artilugio. La imaginación unida a  lo que había a mano originaban algo más que un objeto con el que entretenerse. Producían la satisfacción que otorga  la creación propia, la cual se guardaba como oro en paño y se utilizaba infinidad de veces. Cosas que te llenaban. Por eso recomiendo el aburrimiento en su faceta positiva, ya que, como la soledad, tiene su parte mala y su parte buena en función de si es impuesto o deseado, de si es inane o productivo, de si crea desasosiego o satisfacción.

Zapeando hace unos días, solamente encontraba noticias sobre el conflicto catalán lo cual ya produce tedio, o sea aburrimiento del malo en grado sumo, por lo que dirigí la mirada hacia un reloj de los que llevan segundero que tengo junto al televisor y descubrí lo que tarda en pasar un minuto y cómo, con esa sencilla actividad, se puede  contrarrestar la velocidad con que el tiempo se nos escapa a diario. Si además se consigue, como yo hice, dejar la mente en blanco y eludir el sentimiento de culpabilidad por no estar haciendo alguna de las muchas tareas que se supone que tienes que hacer,  habrá dado el comienzo de la relajación, de encontrarse con uno mismo e incluso de madurar aquella idea genial que tanta satisfacción  produce simplemente pensarla, independientemente de que algún día seamos capaces, o no, de hacerla realidad. 

Así pues, señores de la RAE, está bien que se mantenga la acepción negativa del aburrimiento pero propongo una alternativa positiva que más o menos puede ser así: “Estado del ánimo capaz de producir relajación, inicio a la meditación e incluso estimulación de la capacidad creativa a quien lo practica sin remordimientos”. El placer de soñar despierto.

Eso sí, es un estado de ánimo en el que, por muy placentero que resulte, nuestro semblante permanecerá serio, sereno y relajado pero serio, lo cual es totalmente incompatible con un selfie publicable en las redes. No se vayan a pensar que no te lo pasas bien en vacaciones.