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Némesis de Philip Roth, la gran última novela del eterno candidato al Nobel de literatura

Philip Roth, en Nueva York.

Philip Roth, en Nueva York. Reuters

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El pasado 22 de mayo nos dejó Philip Roth, uno de los más grandes escritores contemporáneos. Ganó el Pulitzer, el Man Booker, el National Book Award, el Príncipe de Asturias, pero, a pesar de sus innumerables méritos, se va sin el Nobel.



Su nombre flotaba en el aire los días previos al anuncio del Nobel -10 de diciembre-  pero siempre había otro ganador. Algunas veces el galardonado lo merecía, otras era un perfecto desconocido, que tras unos días de gloría, seguía siendo, con mérito, el mismo perfecto desconocido; y en otras ocasiones, para rizar el rizo, el premio recaía en alguien que ni siquiera practicaba el noble ejercicio de la literatura.



En 2018 no habrá Nobel de Literatura. Los gravísimos escándalos en la Academia han devastado sus cimientos y el próximo 10 de diciembre podremos seguir leyendo tranquilamente los libros del gran Ishiguro, merecido premio de 2017, sin que ninguna sorpresa nos trastoque el día. Me hubiese gustado que nada de eso hubiese sucedido. Hubiese preferido que Roth siguiese vivo, y que el encargado de nombrar el Nobel de 2018 hubiese pronunciado su nombre. Pero creo que eso sería una quimera. Comprendo perfectamente que, aparte del errático criterio de los académicos, podría haber una razón más oculta: muchas de las historias del escritor americano ponían en evidencia las debilidades y las miserias de gente como ellos, y probablemente la lectura de sus libros les creaba un desasosiego incompatible con la delectación necesaria para captar su genialidad.



Tras la publicación de su última novela, Némesis (2011), Roth decidió dejar la escritura. Pudo dedicarse, desde entonces, a disfrutar de la lectura y vivir tranquilamente, teniendo como única preocupación la muerte, como confesó en una entrevista.


Némesis tiene un particular interés para los amantes del deporte, entre los cuales me encuentro,  y muy concretamente para la familia de las Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, pues su protagonista, Bucky Cantor, es un joven licenciado en Educación Física e Higiene por la Universidad Panzer en East Orange, una institución, que más allá de la ficción de esta novela, realmente existía en la época, pues fue fundada como centro de formación superior de educación física en 1917. El amor por el deporte y la actividad física y sus posibilidades como elemento para la formación del carácter de la juventud son un elemento central de la obra. 



“Quería enseñar a aquellos niños para que sobresalieran tanto en actividades deportivas como en sus estudios, para que valorasen la deportividad y cuanto podía aprenderse mediante la competición. Quería enseñarles lo que su abuelo le había enseñado: resistencia y determinación, valor y buena forma física…” (pp. 31 y 32)



“…pensaba exactamente lo mismo que cuando empezó a estudiar en la universidad, que no existía trabajo más satisfactorio que el de enseñar a un muchacho la práctica de un deporte, junto con el adiestramiento básico, la seguridad y la confianza de que todo irá bien, y ayudarle a superar el temor a una experiencia nueva, tanto en natación, como en boxeo o en béisbol”. (p.138)



La trama, muy en la línea del autor, sitúa al protagonista ante una situación difícil, incluso angustiosa, en la que se mezclan dos escenarios antagonistas: La impotencia cuando no se puede hacer nada por cambiar la dura realidad, y el temor a elegir cualquiera de las dos opciones que se te abren ante una difícil decisión. Una epidemia de polio está asolando la ciudad de Newark –próxima a Nueva York- en el sofocante verano de 1944. Muchos de los niños del campamento de verano que dirige Cantor sufren esta grave enfermedad, que afecta al sistema muscular y respiratorio. ¿Puede hacer algo nuestro protagonista por mejorar la situación? ¿Tiene alguna responsabilidad por lo sucedido? ¿Debe abandonar? Son algunas de las cuestiones que se proponen.



Son inevitables los paralelismos que podemos hacer entre esta novela y La peste de Albert Camus, incluso en las posibles alegorías y segundas lecturas, pues las dos narran situaciones ocurridas durante la Segunda Guerra Mundial en la que otra gravísima epidemia recorría el mundo y lo amenazaba con la destrucción: La ola de los totalitarismos. En las dos se enfrenta al ser humano ante duras pruebas que hacen aflorar la verdadera condición de cada uno. En el caso de Némesis, Bucky Cantor representa la figura del compromiso, la integridad y el amor por sus semejantes, pero también de la inseguridad, la duda y la inculpación que tantas veces maniata a las personas excesivamente exigentes, y que convierten una virtud en un defecto.



La novela es magnífica, vigorosa e inolvidable. Sin duda, el perfecto colofón para otro deslumbrante escritor que murió sin su merecido Nobel, y que de haberlo recibido lo habría hecho con sabio escepticismo, pero con educación.