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Las heridas del terrorismo de ETA

ETA consulta a sus bases el fin de su ciclo y función

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43 años de horror y crueldad; 829 víctimas mortales, decenas de miles de heridos y exiliados y un inabarcable mapa del dolor, la coacción, la muerte civil y la persecución social, política y personal. El terrible balance de ETA nunca se podrá describir con la dimensión que tiene, en presente, porque nadie como los damnificados y sus seres queridos podrá acercarse jamás a su tristeza, su rabia y su impotencia.

El macabro historial de ETA incluye a víctimas de todas las edades, oficios y procedencias. Y puede resumirse, a modo de homenaje de todas ellas, en un puñado de impactantes imágenes que simbolizan a todas por igual y apelan al único broche decente de tanto drama: memoria, recuerdo, justicia y un relato correcto de la barbarie.

La primera víctima. Se llamaba María Begoña Urroz Ibarrola, tenía 22 meses y fue asesinada por una bomba en la estación de trenes de San Sebastián. Aquel trágico 27 de junio de 1960 comenzó un derramamiento de sangre que no paró durante cuatro décadas. ETA nunca asumió que su víctima germinal fuera un bebé. Pero lo fue.

En lo más alto. Carrero Blanco era el presidente del Gobierno con Franco al frente del Estado cuando un coche bomba acabó con su vida. Se acercaba la Navidad de 1973 y aquel 20 de diciembre, cuando el entonces almirante circulaba por el centro de Madrid en su coche, un potente explosivo elevó el vehículo hasta una azotea.

Un 10 de septiembre de 1986 era ejecutada Yoyes en su pueblo, a escasos metros de su hijo, de un disparo en la cabeza ejecutado por quien, no mucho antes, fue su compañero. Un año antes, la también terrorista abandonó las armas, un pecado imperdonable para ETA, que no hacía rehenes ni admitía arrepentidos. Su asesinato fue un mensaje interno que perduró y evitó, seguramente, un alud de fugas.

Lluch, Buesa, Ordóñez, Tomás y Valiente o Múgica son 5 de los 38 políticos asesinados por ETA, siempre del PP o del PSOE, los dos partidos de Gobierno en España. La lista es larga; en esos cinco nombres se condensa el dolor de los años de plomo, de las ejecuciones por la espalda, de las bombas lapa y del tiro a bocajarro.

Un 12 de julio de 1997 fue ejecutado Miguel Ángel Blanco, un joven concejal del PP en Ermua, tras un secuestro que tuvo en vilo a toda España y provocó la derrota política definitiva de ETA, hasta entonces no tan clara. La cara del chaval, raptado y asesinado en unas horas interminables, lo cambió casi todo y el miedo dejo de presidir la respuesta ciudadana al horror. Nació el Espíritu de Ermua, clave en la marginación del horror.

Sevilla, enero de 1997. El matrimonio compuesto por Alberto Jiménez-Becerril, de 37 años, concejal del PP en Sevilla, y Ascensión García Ortiz, de la misma edad, procuradora de profesión y también afiliada al mismo partido; volvía de madrugada a su casa en Sevilla tras tomar algo con un grupo de amigos. Sus tres hijos dormían con los abuelos cuando dos pistoleros se acercaron por detrás y les dispararon en la nuca. El nombre de Alberto ya aparecía en una documentación incautada a ETA tres años antes en la que, como a tantos otros, se le señalaba como objetivo. El resto es historia, bien triste.

La lista es interminable, más de 200 guardias civiles asesinados, y muchos otros políticos y civiles, personas inocentes que no sólo asesinaron, también mancharon su nombre más tarde en los juicios, en la cárcel… Hay tantas personas que hicieron desaparecer que no podemos olvidarlo, no podemos dar la espalda a las víctimas y no podemos dejar que vuelva a ocurrir.

No quiero acabar este artículo sin recordar a Ángel Facal Soto, asesinado de un tiro en la sien en el año 1985, su asesina ya está en libertad, el perdón no se pide en un comunicado por tres personas encapuchadas, el perdón tienen que pedirlo las personas que apretaron el gatillo mirando a los ojos a la víctima para que sepa que de verás lo siente…