Opinión

Autonomía no es soberanismo

Muchas banderas de España colocadas a modo de pegatina en Barcelona han sido tachadas.

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Una de las confusiones más graves que han propiciado el actual conflicto separatista, que afecta a la Comunidad Autónoma catalana, es precisamente la cuestión de la Soberanía o capacidad que tiene un Estado sobre las decisiones últimas que atañen a su propia existencia como unidad política. Pues, el Estado se constituye, como señala Hobbes, cuando se reconoce en un Soberano, sea ya una persona (Rey) o un grupo de personas (Parlamento), el monopolio de la fuerza para mantener la unidad, la seguridad o el orden dentro de ese Estado. En relación con las relaciones exteriores de ese Estado, puede ocurrir que un Estado busque la alianza con otros Estados frente a terceros.

Así, si esa alianza se hace más estrecha y duradera, pueden surgir Confederaciones de Estados, como es la actual Unión Europea, en la que los Estados miembros pueden ceder Competencias, que siempre pueden recuperar, como estamos viendo con el Brexit inglés. Aunque el precio sea elevado, ello no es imposible. Pero, si la unión se hace más estrecha, como ocurrió en USA tras la derrota de los Estados Confederados del Sur en una cruenta Guerra Civil, la Soberanía cedida a Washington, parece ya irrecuperable para los antiguos Estados.

El caso de los Estados soberanos europeos, como España, Reino Unido o Francia, es que siguen siendo, por tanto, Estados Unitarios Soberanos, porque la UE no ha dado el paso hacia un Estado Federal europeo. Y quizás no lo pueda dar nunca. Pero dichos Estados, que han tenido un protagonismo histórico como potencias mundiales de primera fila, hoy han sido relegados, al perder sus Imperios, a potencias de segundo orden en la escena mundial, en relación con los llamados Estados Continentales como USA, China, Rusia, o pujantes potencias económicas como Alemania o Japón.

De ahí viene que su poder, tradicionalmente centralista, se debilite y empiecen a surgir tendencias separatistas en algunas de sus regiones. España lleva en esto la delantera, pues ya a finales del siglo XIX aparece el problema catalán y luego el vasco. En Inglaterra esto empezó ahora con Escocia (el caso de Irlanda es diferente). Francia, el país centralista por antonomasia, tiene problemas en Córcega y Bretaña.

Ortega y Gasset ya vio, por ello, la necesidad de regenerar o revitalizar a una España en decadencia. Para ello formuló un programa doble: integrar a España en una especie de unidad confederada europea (“Europa es la solución”) y, a la vez, descentralizar el Estado por medio de la generalización de las Autonomía. Ortega creyó que la división de las Competencias del Estado en Competencias Nacionales (Ejercito, Asuntos Exteriores, Justicia, Educación, Economía nacional, etc.) y en Competencias Autonómicas transferibles, en cuanto que tratan de asuntos locales, que no interfieren con los nacionales, podría servir para neutralizar el vicio español del particularismo o localismo, que se había manifestado como letal en el cantonalismo de la Primera República.

Dejando claro que las Competencias las otorga el Estado y, por tanto, pude también retraerlas o suspenderlas. Ortega defendió la generalización del modelo Autonómico (lo que se atribuye a la famosa frase de Suárez del “café para todos”, desconociendo que proviene del filósofo a través de Torcuato Fernández Miranda, gran admirador de Ortega) porque consideraba que, con ello, se habría creado el “alveolo” para alojar el problema catalán: todas las regiones al tener Autonomía no la verían como un privilegio solo catalán y, a la vez, Cataluña tendría una parcial satisfacción a lo que de justas pudiesen ser sus reivindicaciones particularistas o “nacionalistas”. Con ello quedaría sin fuerza su particularismo separatista, pues no se podría alimentar de motivos de queja razonables, acabando por degenerar en un movimiento utópico e irreal, que es lo que representa hoy el iluminado Puigdemont.

Inglaterra, después de observar la llamada Transición española, nos copió discretamente el modelo Autonómico, creando los Parlamentos regionales de Irlanda del Norte, Escocia y Gales. No es cosa banal que la inteligente Inglaterra copie hoy a la antigua temible rival y hoy tenida por atrasada, y en parte colonizada, España. Incluso, como Ortega preveía, cuando los enfrentamientos en el Ulster subieron de tono, Tony Blair suspendió su Autonomía por cinco años nada menos.

Sin embargo, Cameron, creemos, cometió un grave error al permitir el Referendum escocés pues, con ello, empieza el cuento de nunca acabar, pidiendo otro, como en Quebec. Debería haber negado la consulta y amenazar con intervenir la Autonomía escocesa, como, a trancas y barrancas, se está haciendo en España con Cataluña. Pues, ya decía Ortega que: “Ahí (en la Autonomía) está, señores, la solución, y no segmentando la soberanía, haciendo posible que mañana cualquier región, molestada por una simple ley fiscal, enseñe al Estado, levantisca, sus bíceps de soberanía particular”.