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Violencia y género

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Por Juan Miguel González Noriega

Ayer se recordó de nuevo la tragedia del maltrato con la etiqueta de violencia de género. En Madrid hubo una manifa el 14 sobre el mismo tema y resulta que los únicos que dieron en el clavo de la lucidez fueron mis amigos de VOX con su pancarta: La Violencia no tiene género. Era una mañana diseñada para la fiesta donde el sol de vermut y membrillo se teñía de morado y rojo. La excepción de esperanza verde se portaba por mujeres bajo el pendón grafitero del palacio de Gallardón.

Por supuesto la pancarta incordiaba por relevante llamando la atención a chicas de púrpura y gesto que gritan agrio hasta funcionarios de azul nada que no quieren líos. No querían verlos, sobraba la lucidez en estas manifas trampa –todas las de los últimos años– donde es complejo ver la diferencia entre el cebo del eslogan y el mensaje que se esconde.

El cebo en este caso es estar contra la violencia, el mensaje defender el género. La consecuencia: ideología en acción. Desde el contundente y eternoretornista No a la guerra se inauguró en las plazas de España una maquinaria de marketing formidable y espantosa que en apenas cuatro palabras proponía un camino que “no se podía rechazar” como diría mi querido Vito Andolini. El caso es que la convocatoria es contra la violencia machista –de género– ¿y quién se puede oponer? El circo de la democracia bailaba por Madrid su dogma en dogma. VOX no. Defendían, simplemente, la no violencia desahogando su apellido, que en si es muy violento y es coartada para más violencia.

Estamos hablando de el género, dogma asumido desde una ONU en Tokio, siglo XX, cuya bandera engalanaba a La Cibeles. Vocablo que supone lo que el feminismo radical americano acuñó en genialidad efervescente en esos años entre el hippismo y los post-beat en flores ya rancias que nacieron en invernaderos radiactivos de la posguerra mundial duplicada.

Mi amiga Jackie en boca de Firestone lo explicaba perfectamente en los 70: si el marxismo pretende emancipar la lucha de clases mediante la superación de las mismas, el feminismo debe sublimar dicha superación mediante, no la ingenua igualdad de sexos de las sufragistas, sino de la superación de los mismos mediante la creación del género. La excusa, ciertamente es radical: eso que se llama natural no existe, todo es una construcción cultural que se basa en roles diseñados una mentalidad patriarcal. Así la genitalidad no es ya referencia de nada y por tanto el sexo dual y fijo masculino-femenino es un concepto obsoleto. El nuevo ser marxista, emancipado de la naturaleza, se crea a si mismo rompiendo roles malvados hasta la liberación final encuadrándose en el género que considere oportuno. Hasta ahora hay cinco pero la lista está abierta… muy abierta.

Las consecuencias las pueden ver en los centros escolares dentro de nada, induciendo a la promiscuidad precoz como indicación efectiva de plasmación de la ideología. Esto es la joya de la corona del marxismo y el lazo perfecto con el que se cierra la dialéctica de Hegel, sublimación de la modernidad. Finale de la emancipación económica y sexual de la genialidad marxista. VOX lo sabe y se atrevió a mostrar las cartas marcadas. Naturalmente se le invitó a irse mientras se cantaba la victoria pidiendo aborto libre y gratuito. Quizá obligatorio.

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