Paco Salazar.

Paco Salazar.

Hermana, creen más a Salazar

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Hay feminismos… y feminismos. Y luego está el feminismo del PSOE y de cierta izquierda que es un feminismo de escaparate, de frase tipo "soy feminista porque soy socialista" rebuznada por un putero entre rejas. Bastó que el nombre de Paco Salazar —ese asesor omnipresente, discreto, íntimo del poder— apareciera junto a la palabra abuso para que el partido de la igualdad automática entrara en el modo "no es lo que parece".

En situaciones parecidas, pero con otros protagonistas, especialmente rivales políticos y de la derecha, las frases eran rápidas, rotundas, afiladas. "Hermana yo sí te creo." No hacía falta esperar a nada. Bastaba un tuit, un titular, un gesto de indignación perfectamente ensayado. Pero ahora… ahora todo es "prudencia", "mesura", "no adelantemos juicios". Qué casualidad tan conveniente. Porque aquí, hermana, la única certeza es el doble rasero.

El feminismo del PSOE y de esa izquierda funciona como los paraguas de souvenir: muy bonitos, pero se rompen en cuanto llueve. Y ahora llueve. Y de qué manera llueve. Tanto llueve que nadie pronuncia su nombre, pero todos saben quién es. Nadie sale a defender públicamente a las denunciantes, pero sí hay quien filtra que "quizá exageraron". La maquinaria del poder es experta en eso: en hablar sin hablar, en proteger sin decir que protege, en envolver el silencio con palabras suaves para no parecer cobardía.

El PSOE ha presumido siempre de ser el guardián de la igualdad, el partido que inventó la conciencia feminista, el gran faro moral del progreso. A veces da la impresión de que creen que el feminismo nació en Ferraz y que todos y sobre todo las mujeres, deberíamos pagarles derechos de autor. Pero cuando la denuncia roza la moqueta del despacho propio, el discurso cambia de color. La foto se vuelve borrosa. La convicción se convierte en estrategia. Y el feminismo… en un accesorio que uno se quita cuando estorba.

Hermana, creo más a Salazar, no es una frase más, no es una provocación gratuita. Es un espejo. Porque eso es exactamente lo que el ecosistema de la izquierda y ultraizquierda transmite: que, llegado el momento, al hombre del poder se le cree más que a cualquier mujer que ose señalarlo. Ocurrió lo mismo cuando la ultraizquierdista Mónica Oltra encubrió presuntamente a su ex marido por los abusos cometidos y los casos de Errejón y Monedero son exponentes también de cómo el feminismo izquierdista es, según los casos, a conveniencia.

Ese es el feminismo real del PSOE y de la izquierda. El de los mítines y la pancarta morada, el de los pasillos: "si es de los nuestros, cuidado." "Si es cercano al presidente, más cuidado." "Si esto puede salpicarnos, muchísimo cuidado." Es un feminismo que no protege mujeres: protege estructuras. Un feminismo de cartón piedra que se deshace en cuanto deja de servir para golpear al adversario.

El problema no es Salazar. El problema es lo que su nombre revela: que detrás del discurso hay un mecanismo perfecto destinado a blindar a los suyos. Que las mujeres solo importan cuando no incomodan. Que las denuncias se escuchan… si conviene escucharlas.

Por eso, hermana, el problema no es que Pedro Sánchez crea más a Salazar.

El problema es que ellas también lo hacen. Y ni siquiera lo disimulan.