Joseba

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Opinión

Piensa y no polarices

Joseba Bonaut, profesor de Comunicación en la UZ
Publicada

Está claro que vivimos en un mundo polarizado. Ahora mismo es casi imposible que cualquier debate serio ofrezca distintos puntos de vista, matices y que diferentes posturas puedan llegar a un acuerdo, o incluso reconocer opiniones contrarias. Todo es blanco o negro, positivo o negativo, bueno o malo.

No sé si esto se debe al ambiente crispado en el que nos encontramos, o bien es la forma en la que se ha construido nuestro entorno. Pensémoslo bien. Todas las aplicaciones informáticas, ya estén en nuestro ordenador o móvil, generan un contexto que obliga a decidirnos entre dos opciones. Es el sumun del mundo dilemático, que definiría Alfonso López Quintás.

Es decir, en todos nuestros pasos debemos escoger entre una u otra opción, sin matices. Dejamos fuera todo atisbo de creatividad, o, al menos, la creatividad se convierte siempre en dual.

Esto lleva a un callejón sin salida, tal y como explica el profesor López Quintás: “Si pienso que cuanto está fuera de mí es distinto, distante, externo y extraño a mí, no puedo colaborar con cuanto me rodea y anulo mi capacidad creativa en todos los órdenes”.

En el terreno práctico, es muy interesante ver que toda nuestra vida se reduce a escoger y rechazar lo que no me gusta, es distinto a mí o desconozco. De esta manera, le damos al botón “me gusta” o bien rechazamos un vídeo o mensaje con un emoticono de desaprobación. En aplicaciones de citas, con tan solo un movimiento de dedo, decidimos con quién nos gustaría estar y con quién no, solo en un momento, con un vistazo. No hay lugar para los matices, para la humanidad.

Esta construcción subterránea de nuestra forma de vivir explica mejor la simplificación de los mensajes que recibimos y que, por desgracia, transmitimos diariamente. Nos quejamos de la lucha de opuestos, de la falta de matices en el argumentario del discurso público, pero no tenemos en cuenta que nuestro entorno tecnológico, que es lo mismo que decir nuestro verdadero entorno personal en la actualidad, se basa en este choque de oposiciones.

De esta manera, nos alejamos de la posibilidad de encuentro entre posturas, la convivencia, la contraposición de argumentos, el diálogo, en definitiva. Tendríamos que darnos cuenta de la necesidad de transformar el esquema dilemático de nuestras vidas por uno en el que reinen los “contrastes”, que “indican —tal y como explica López Quintás— contraposición de vertientes de lo real, pero no oposición. La actitud del hombre ante estos pares de vertientes contrastadas no debe ser dilemática, sino integradora”.

La integración de posturas, aun siendo estas distantes a nosotros, solo puede generar enriquecimiento del discurso y enriquecimiento personal. Mejoramos, entendemos más y mejor, y avanzamos en favor de una sociedad más constructiva y democrática.

Todas estas reflexiones me surgen al hilo de uno de los últimos grandes estrenos cinematográficos del momento, Una batalla tras otra, del director estadounidense Paul Thomas Anderson, que ha generado controversia entre sus defensores y opositores, a partes iguales.

Por desgracia, el ámbito artístico, que debería ser el reino de los contrastes, del diálogo enriquecedor, de la maravillosa ambigüedad de la subjetividad de la obra de arte, se ha transformado, como todo su entorno, en un escaparate de la polarización.

No quiero decir que el cine y la opinión o crítica cinematográfica hayan sido siempre un paraíso del diálogo y del hermanamiento, pero la deriva de los últimos años es preocupante. Actualmente, azuzado por la polarización anteriormente descrita, el cine se mueve entre dos polos opuestos: las películas solo pueden ser “obras maestras” o “auténticos despropósitos”. No hay término medio, desaparecen los matices, los contrastes.

Esa tensión de opuestos, esa obligación de posicionarse a favor o en contra, esa necesidad de rápidamente valorar con estrellas una película en plataformas como Letterboxd, o describir con simpleza el valor de un filme, simplifica el pensamiento y la reflexión cinematográfica y, al mismo tiempo, por desgracia, empobrece un poco más nuestra forma de vida y el esfuerzo de los artistas por hacernos un poco más felices.

Es el momento de dar un paso atrás y, en consecuencia, permitir que reinen el silencio y la reflexión, para así dejar que el furioso ruido de la celeridad pase por delante y no nuble nuestra forma de mirar al mundo.