Hemos visto estos días en la prensa que los promotores han detectado una demanda no cubierta de viviendas unifamiliares (chalés y adosados) en Zaragoza y buscan suelos para construirlas. Parece que vivir en el centro, rodeado de asfalto, quizás en una vivienda interior, ya no es "lo mejor" para un amplio sector de la población.

El año 2020, con el encierro de la pandemia, muchos ciudadanos sufrieron las carencias de espacio habitable, de luz natural, de terrazas o balcones amplios, etc. Sobre todo en los pisos interiores. Cuando acabó, la mayor parte de los promotores que no habían sucumbido a la crisis anterior, cambiaron la configuración de sus promociones y se han impuesto, entre otros ejemplos, las amplias terrazas. Fue el inicio de un cambio de tendencia que ya se intuía.

Hay que recordar que desde hace muchas décadas, el modelo de ciudad en este país es el de "ciudad compacta". Nos hemos cansado de escuchar sus bondades y sus ventajas en relación con el consumo de suelo, la reducción del coste de la movilidad, la accesibilidad a los servicios y equipamientos, etc.

En este esquema, sin embargo, hace mucho tiempo que son pocas las promociones que contemplan manzanas cerradas. La mayor parte se configura mediante bloques aislados, que garantizan mejores condiciones de habitabilidad, aunque a costa de un espacio urbano a escala del ciudadano y reconocible por él, como Actur, Valdespartera, Arco Sur o cualesquiera otros.

La rigidez del planeamiento hace también que la transición entre ciudad y campo sea abrupta, cosa que no ocurre en casi ningún país de Europa, en los que hay una suave transición mediante edificaciones de poca altura. En nuestras ciudades el crecimiento ha sido en vertical y, de hecho, somos el país con más ascensores por habitante del planeta. En los ochenta se redujo la altura de los edificios con carácter general en la ciudad, medida que fue muy discutida, pero acertada.

Uno de los problemas actuales, con el calentamiento global y las temperaturas estivales muy altas durante mucho tiempo, es el de la reintroducción de la naturaleza en las ciudades compactas. Haciéndome eco de un artículo reciente, seguramente si Zaragoza pudiera hablar diría (o gritaría) que necesita más árboles. Y más ahora que, seguramente por causas muy justificadas, se están talando muchos ejemplares en la ciudad.

Introducir la naturaleza en la ciudad compacta es muy difícil por no decir imposible. Esa contradicción es irresoluble.

De ahí que se empiece a pedir (o exigir) que se arranque el suelo artificial, que salga la tierra otra vez a la luz, porque reduce el efecto isla de calor, porque poca cosa más se puede hacer en un modelo de ciudad que ha apostado desde hace mucho tiempo por el asfalto. Y sobre todo se pide que haya más árboles en todas las calles, que el más pequeño espacio libre de la ciudad se reverdezca, que todas las viviendas puedan tener un espacio verde a no demasiada distancia.

Que se pueda sentir la naturaleza en la ciudad. No hace falta recordar que vivir entre árboles, rodeados por el verde son todo ventajas y es mucho más sano incluso. Pero la ciudad heredada es la que es y recuerdo que cuando desde el Ayuntamiento se propuso derribar algunas manzanas del barrio de Delicias para "esponjarlo", la negativa fue unánime.

Y volviendo al principio, los promotores han detectado esa necesidad de tener la naturaleza cerca de la vivienda para darle respuesta, algo que supone, como hemos dicho, una flagrante contradicción con el modelo de ciudad compacta, entre los deseos de los ciudadanos y el de los planificadores, que seguramente pudieron pasar los meses de encierro en viviendas amplias y con amplias vistas.

Finalmente, en este sentido, es loable la labor que realiza desde hace cinco años el denominado "Bosque de los Zaragozanos". Plantando árboles en la periferia de Zaragoza, con la intención de plantar uno por habitante, al menos.