Las democracias avanzadas valoran las prácticas de los cuidados como fundamentales para el bienestar social. El envejecimiento de la población es un hecho demográfico que avanza con fuerza. La esperanza de vida en España es de 84 años, la mayor de toda la Unión Europea. Sin embargo, las edificaciones dedicadas a los cuidados no están preparadas para responder a los desafíos de nuestra sociedad longeva, diversa y cada vez más consciente del valor del buen cuidado.
En Aragón, con un envejecimiento poblacional marcado en las zonas rurales y altamente feminizado, la atención a la longevidad se torna fundamental para el sector de la arquitectura. La mayoría de las residencias para personas mayores siguen respondiendo a un modelo institucional que recuerda más a un hospital militar que a un hogar en el que poder vivir con tranquilidad, humanidad y bienestar. Este modelo institucionalizado a lo largo y ancho del país ha mostrado sus costuras con especial crudeza durante la pandemia del COVID-19.
Estamos hablando de edificios sobredimensionados, impersonales, diseñados desde la lógica del control y la funcionalidad pragmática, y no desde la ética de los cuidados y el bienestar integral. Estamos hablando de edificios diseñados para morir y no para envejecer.
La arquitectura es una disciplina al servicio del bienestar social y, por ello, tiene mucho que aportar a esta situación. Los profesionales de la arquitectura tenemos un papel fundamental para diseñar espacios más humanos y vivibles: bellos, accesibles, seguros, inclusivos, sostenibles; espacios cuidadores que promuevan un envejecimiento digno y activo para residentes, que asegure un espacio laboral adecuado para profesionales de los cuidados y que facilite las relaciones entre personas diversas, naturaleza y otros seres sintientes. Todo ello es necesario para garantizar una calidad de vida que atienda a los retos sociales y medioambientales a los que se enfrentan nuestras sociedades longevas.
Hace unas semanas organizamos el primer encuentro sobre «Arquitectura y Democracia Cuidadora», un espacio de debate y reflexión que reunió a investigadores y profesionales de la arquitectura, del ámbito socio-sanitario y de los cuidados. El encuentro incluyó una jornada de participación ciudadana con más de 60 personas reunidas en el Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón (COAA).
En él escuchamos diferentes voces, todas necesarias para avanzar hacia una solución. Esta es, precisamente, una de las claves de la llamada «democracia cuidadora», un concepto acuñado por la filósofa moral y politóloga norteamericana Joan Tronto, quien posiciona a los cuidados como el corazón de las sociedades democráticas avanzadas.
El diagnóstico de este encuentro fue contundente: el modelo institucional de residencias para personas mayores ha fracasado. En Aragón, más del 70% de los centros son de titularidad privada con unas cuotas al alza inaccesibles para un amplio sector de la población. Además, están geográficamente situados en zonas urbanas (las más rentables), especialmente en la ciudad de Zaragoza (concretamente el 40% de los centros), dejando sin servicios a ciudadanos y ciudadanas que residen en otros territorios de nuestra comunidad; un problema preocupante en zonas rurales donde el envejecimiento es aún más acentuado e implica mantener una red de cuidados informal, precaria y minusvalorada, en la que nos encontramos principalmente a trabajadoras mujeres y migrantes.
El resultado es una red territorial desigual e injusta que deja atrás a miles de personas mayores y a sus familias. A esta realidad social se suma que más del 80% de los centros construidos en las décadas de los 80 y los 90 del pasado siglo son energéticamente ineficientes y partícipes de la actual degradación ambiental.
La solución pasa por idear nuevos modelos. No se trata únicamente de construir más residencias sino de transformar y mejorar las existentes, de rehabilitar con criterios de calidad arquitectónica ligados a la sostenibilidad social, medioambiental y económica. Afortunadamente hay pequeños avances. Desde hace unos años, se está impulsando la implementación de unidades de convivencia en centros ya existentes. Aunque todavía insuficiente es un camino a seguir, pues la evidencia científica demuestra su impacto positivo en la calidad de vida de los y las residentes.
Pero además es necesario ampliar el abanico de soluciones residenciales, pues no todas las personas tienen las mismas necesidades ni quieren envejecer de la misma manera. Es imprescindible impulsar modelos alternativos como las viviendas colaborativas o co-housing, las viviendas tuteladas o las viviendas intergeneracionales. Solo desde la diversidad de modelos habitacionales podremos dar una respuesta plural en la que cada persona, comunidad o colectivo pueda decidir dónde, cómo y con quién quiere compartir su vida tras años de trabajo y dedicación a la sociedad productiva y reproductiva.
Los cuidados no pueden seguir siendo una carga invisibilizada, mal remunerada y feminizada. Como sociedad nos merecemos envejecer en lugares donde nos sintamos «como en casa», seamos bienvenidos y bienvenidas. Toca dar el siguiente paso: convertir el discurso en acción, la reflexión en política pública y el plano en obra. Aragón puede liderar esta transformación si apuesta por modelos inclusivos, sostenibles y centrados en las personas. Porque el cuidado no es solo una cuestión sanitaria, es también una cuestión arquitectónica, territorial, económica y, especialmente, ética. Construir desde el cuidado es construir una sociedad mejor para todas las generaciones; y este futuro, afortunadamente, ya ha empezado a idearse en Zaragoza.
Lucía C. Pérez-Moreno (Arquitecta y Filósofa, colegiada del COAA y Profesora Titular de la Universidad de Zaragoza) e Irene González-Fernández (Arquitecta, investigadora de la Universidad de Zaragoza). Coordinadoras del primer encuentro sobre «Arquitectura y Democracia Cuidadora».