Quienes pagamos nuestros impuestos, cedemos el asiento en el bus, saludamos a los vecinos, contestamos a los correos electrónicos, paramos en los semáforos en ámbar y soportamos huelgas que, ni nos van ni nos vienen, tenemos todas las de perder.

Qué le vamos a hacer: la educación no mueve montañas. La educación no te aporta ninguna ventaja para que se haga justicia y se reconozcan tus tristes derechos ciudadanos.

La educación se topa de bruces con la realidad, encarnada en la persona que te atiende en citaciones de un ambulatorio y se enfrenta a su trabajo con la misma amabilidad y sonrisa que otorgaría un bulldog malcarado. Porque, ojo, hay bulldogs, la mayoría, superamables, supermajos y supercuquis. Por eso es necesario precisar: estamos hablando de un bulldog malcarado.

Cuando te topas con un bicho de esta especie, comprenderá su colectivo sindical profesional que no me brote empatizar con sus causas para hacer huelgas, ya lo siento (o no). Con las huelgas de sanitarios, me pasa algo parecido a con las huelgas del autobús urbano de Zaragoza, o con las de profesorado: salvo que me las expliquen despacio y me convenzan, como diría Risto, tienen “mi no”.

El derecho a la huelga es constitucionalmente sagrado, por supuesto. Todo el mundo tiene derecho a no trabajar y no cobrar por ello, faltaría más. También quienes exhiben su extrema seriedad cuando entras en un bus urbano o un ambulatorio, dicho queda.

Pero yo, pagador de impuestos, saludador de vecinos y cumplidor de normas miles, me reservo el derecho a ser recíprocamente borde, que ya se cansa uno de interpretar siempre el empalagoso papel del bueno de cualquier película random.

En este estado de simpatía social, ayuda poco el malhumor que escenifican nuestros administradores públicos, otrora llamados gobernantes. En el Congreso de los Diputados, en el Senado, en las asambleas autonómicas, en los plenos municipales, donde sea… hay políticos de medio pelo que no tienen más recursos que el vocerío, la charlotada y el salirse del guión para aspirar a captar su minuto de gloria. “Rompemos con el acuerdo que nunca hemos cumplido”, podrían proclamar: al menos, sería más limpia y valorable esa ostentación de sinceridad.

El aroma de situación prebélica que se esparce por todo el mundo, desde la educadísima Unión Europea hasta el imprevisible depredador Trump SA, o su colega el asesino zar imperialista Putin también decoran el moméntum de malhumor, de ley de la selva, del agrede que algo queda.

En la otra orilla, se mueven los que se autoproclaman del bando de los buenos, con su dignidad culturalmente impoluta y sus contradicciones del mundo rico, faltaría más: antes morir que pecar; antibelicistas, antiloquetoque, antiloquesea. Qué pereza dan todos.

Así que, amigos y amigas perdedores del mundo, uníos o extinguíos. Seguid pagando impuestos, ceded el asiento en el bus, saludad a los vecinos, parad en los semáforos en ámbar y soportad huelgas que ni os van ni os vienen. En suma, dejad que continúe la evolución. A fin de cuentas, siniestramento, ya no hay trilobites en el mar, y en Siberia no queda ni un mamut.