La joven, junto a la denuncia que interpusó tras su presunta agresión.

La joven, junto a la denuncia que interpusó tras su presunta agresión. Laurine Maurice

Educación

La terrible agresión que sufrió una joven en un colegio concertado de Alicante: "Me escupieron y lanzaron heces"

La adolescente y su amiga insisten en que los hechos ocurrieron primero dentro del centro y luego fuera, mientras la directora de la institución niega lo primero.

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Alicante
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A Alba (nombre ficticio utilizado a petición de la joven), 14 años, le duele todavía la cabeza y el costado derecho cuando gira el cuello. Pero lo que más le duele va más allá de lo físico.

Le pesa seguir yendo cada mañana al mismo colegio en el que, según su relato, el de su amiga y los partes médicos y policiales, dos compañeros presuntamente la golpearon, la humillaron y terminaron lanzándole excrementos de perro a la cara a la salida de clase.

El centro, el Colegio Concertado Plurilingüe Calasancio de Alicante, niega que nada de eso empezara dentro del recinto y reduce todo a "una agresión fuera del centro".

Mientras, la menor acumula una denuncia en el Grupo de Menores de la Policía y un parte de lesiones que califica su caso de "grave" y recomienda atención psicológica.

Del instituto al TRAM

La tarde del 18 de noviembre, la joven está en el cambio de clase de las 15.30 h. Cursa 3.º de ESO y tiene que desplazarse de un aula a otra.

Aprovecha el descanso para ir con su amiga a beber agua a los baños cercanos. Allí se cruzan con dos chicos a los que conoce desde hace años y con quienes asegura "nunca haber tenido problemas".

Según relata la menor en la denuncia y en una conversación con EL ESPAÑOL, uno empieza a "cogerla del cuello", primero "como de broma", pero enseguida la escena se oscurece.

Los chicos escupen hacia las dos niñas; a su amiga no llegan a alcanzarla, a Alba sí. Ella intenta salir del baño, pero no puede y ellos bloquean la puerta entre risas y empujones.

"Todo empezó en el pasillo, no entendimos nada porque siempre nos hemos llevado bien con ellos", asegura su amiga también a EL ESPAÑOL.

El pasillo está lleno de alumnos por el cambio de clase y nadie intervino.

Cuando por fin consigue zafarse, la joven vuelve hacia su aula. Uno de los chicos la sigue hasta dentro de clase y vuelve a agarrarla del cuello, por la espalda, en un gesto de dominación que ella describe como "sofocante". En ese momento, no se avisa a la familia. No se activa ningún protocolo visible. La jornada continúa en el centro.

A la salida, la agresión se recrudece. A la puerta del centro, en el Carrer del Pare Arrupe, en la zona de paso que los alumnos llaman "la ola de peatones", hay dos accesos: uno de entrada y otro de salida.

La puerta trasera del colegio en el Carrer Pare Arupe, donde ocurrió parte de la presunta agresión.

La puerta trasera del colegio en el Carrer Pare Arupe, donde ocurrió parte de la presunta agresión. Laurine Maurice

La joven y su amiga se quedan allí, esperando a la hermana de esta apoyadas en un coche. Es entonces cuando los dos chicos vuelven a acercarse.

Según consta en el acta policial, al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL, uno de ellos le pasa el brazo por los hombros y aprieta.

Ella le pide que pare, tira de la manga de su chaqueta para intentar soltarse y ambos acaban en el suelo. El chico, que la tiene rodeada con el brazo, la derriba. Cuando intenta levantarse, no puede y comienzan a darle patadas mientras ella se cubre la cabeza con los brazos.

En mitad del forcejeo le quitan un zapato. Se lo lanzan de un lado a otro, amenazan con tirarlo a la basura, lo escupen. Finalmente lo acaban arrojando debajo de un coche. La joven lo recupera, se lo vuelve a poner, pero el hostigamiento no termina ahí. Le abren la mochila, le quitan el cargador del móvil y se lo guardan.

"Aquí había gente y nadie hizo nada, luego en la zona de los pinos no había nadie", asegura la amiga.

Las dos amigas se marchan hacia la parada del TRAM de La Goteta, donde su amiga coge el tranvía de vuelta a casa.

La zona de la parada de TRAM de la Goteta, donde los chicos presuntamente le tiraron heces de perro a la cara.

La zona de la parada de TRAM de la Goteta, donde los chicos presuntamente le tiraron heces de perro a la cara. Laurine Maurice

Atraviesan un pequeño parque con pinos. Los chicos las siguen. Empiezan a coger piedras del suelo. En un momento dado, uno de los chicos recoge con un papel un excremento de perro y se lo lanza a la joven a la cara. Ella recuerda que le llegó cerca de la boca. Solo entonces, tras varios minutos de humillación y violencia física continuada, el otro chico le devuelve el cargador. Todos se dispersan.

El parte médico

Al día siguiente y tras contárselo a su madre, la adolescente es atendida en un centro médico que la deriva al Hospital de San Juan para proceder al parte de lesiones.

Tras coger cita para el día 20, acuden al centro para la realización del mismo, al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL.

En el informe médico por presunta agresión se detalla el lugar de los hechos: "Colegio Calasancio". En el apartado de "lesión o daño psíquico producido por", el facultativo marca tres casillas: "Insultos, menosprecios", "Hacerle sentirse inferior" y "Tirar heces en su rostro".

El estado emocional de la menor se describe con una lista de palabras contundentes: "Espantada/asustada", "Labilidad emocional", "Baja autoestima", "Miedo".

En la exploración física se señalan dolor a la palpación en la zona frontal de la cabeza y en el costado derecho, con un hematoma leve en la frente y dolor torácico.

En la valoración final, el parte marca la casilla de "grave". Y recomienda, además del tratamiento analgésico y el control del dolor, valorar derivación a psicología.

Contarlo

A pesar de la vergüenza, la adolescente hace lo que suele pedirse a cualquier alumno, contar lo que ha pasado al jefe de estudios, y lo hace incluso antes de contárselo a su propia madre.

El día después de la agresión, cuando llega al colegio a las 9.00, se acerca al jefe de estudios, y le explica "por encima" lo ocurrido. No quiere dar muchos detalles en el pasillo, pues tiene miedo de que se repita.

Según su declaración ante la Policía, él le responde que en ese momento no puede atenderla y que hablarán más tarde. Nadie vuelve a llamarla. No se convoca a la familia. No se produce, a ojos de la menor, ninguna medida inmediata para protegerla.

Esa misma tarde, ya en casa, es su madre quien descubre el golpe en la cabeza de la niña. Le extraña que no se haya quejado antes. "Le metí en la habitación y le dije: ‘Hija, ¿qué ha pasado? ¿Quién te ha pegado en la cabeza?’", recuerda. Entonces, poco a poco, empieza a contarle la historia.

La madre deja lo que está haciendo, llama al colegio para pedir explicaciones y, al mismo tiempo, prepara la visita al médico y la denuncia.

La lucha de la madre

Cuando la madre llama al instituto y solicita hablar con la directora, le dicen que no pueden atenderla. El colegio celebra esos días el 75.º aniversario y está volcado en los actos conmemorativos. Aun así, ella decide ir en persona con su hija.

En la puerta, la recibe una monja que estaba de guardia en ese momento. Le repite que no van a recibirla y llega a advertirle de que, si no se marcha, llamarán a la policía.

Finalmente, aparecen la directora y la orientadora. La reunión tiene lugar ya entrada la tarde. Según cuenta la madre, la directora asegura entonces que no sabía nada de lo ocurrido, pese a que la alumna lo había contado a primera hora al jefe de estudios.

La denuncia

El 20 de noviembre por la tarde, la joven acude a dependencias policiales del Grupo de Menores (GRUME) acompañada de su madre para ampliar su declaración.

En el acta se reconstruye con detalle la secuencia del día 18.

La menor explica también que conoce a uno de los presuntos agresores desde 6.º de Primaria y al otro desde 1.º de ESO, y que nunca había tenido problemas con ellos. No sabe por qué actuaron así aquel día.

En esa misma declaración deja constancia de lo que ocurre tras la denuncia: el viernes 20, al entrar al colegio, se cruza con uno de los presuntos agresores. Según el acta, él le dice que diga que "todo era mentira" y le pregunta por qué lo ha contado.

La joven explica también cómo le ha afectado todo esto: no puede dormir, tiene pesadillas en las que sueña que personas desconocidas la golpean en la calle, no descansa, ha perdido el apetito y se siente insegura cuando sale de casa. La Policía le informa de la posibilidad de solicitar una orden de alejamiento respecto a los presuntos agresores. Ella manifiesta su deseo de pedirla porque teme represalias.

La versión del colegio

Tras conversar con la adolescente y su madre el martes 25 de noviembre, este periódico se acerca al centro el día 26 con el fin de hablar con dirección y conocer la versión del centro.

Al llegar, nos recibe la conserje afirmando que "de agresión tiene poco". Finalmente, toman nota de nuestros datos y la directora del centro, Yolanda Nieto, llama finalmente a EL ESPAÑOL por la tarde.

La agresión "no ha sido en el centro". La directora, Yolanda Nieto, asegura que el caso ya se ha puesto en conocimiento de "las autoridades competentes" y que el colegio ha aplicado las "medidas correctoras" previstas en su reglamento de régimen interior y en el decreto de convivencia que rige los centros concertados.

La puerta principal del colegio.

La puerta principal del colegio.

Preguntada por si la agresión tuvo una primera parte dentro del colegio —en los baños, con escupitajos y encierros, tal y como relata la menor y su amiga—, la directora evita entrar al detalle. Se limita a decir que todo se ha informado "detalladamente" por las vías oficiales y mantiene la idea de que la agresión, como tal, "se produjo fuera".

Tampoco concreta qué sanciones se han impuesto a los dos alumnos implicados. "Se han aplicado las medidas correctoras según la tipificación de la falta", responde, remitiéndose reiteradamente al reglamento interno y a la condición de menores de edad de los chicos.

Sí admite, en cambio, que se han adoptado medidas que afectan directamente a la joven, a la que se pide que no vaya sola al baño y que circule por determinadas zonas del centro para, según su versión, "protegerla". La propia alumna y su madre viven estas decisiones como una forma de aislamiento que la señala ante el resto de compañeros y la coloca, de facto, en el foco del control del centro.

La directora insiste en definir lo sucedido como un episodio "puntual" y rechaza que se hable de acoso. "Es una agresión puntual que ha ocurrido fuera del centro", subraya.

Pero en el relato de la adolescente y en los documentos oficiales se dibuja algo más complejo: una agresión física con varias fases y una presión social añadida a través de mensajes de una compañera del grupo de los chicos preguntándole por qué ha denunciado.

Entre dos miedos

Hoy, la joven sigue acudiendo al mismo instituto. Los dos chicos ya no están en clase durante unos días —según cuenta la joven, han sido expulsados temporalmente—, pero volverán: "Me han dicho que el lunes ya están aquí", asegura.

Ella camina por los pasillos sabiendo que algunos profesores la vigilan para que no vaya al baño sola, mientras quienes la agredieron le han pedido que diga que mintió.

La madre resume la situación: "He tenido que llevarla al médico, poner la denuncia, plantarme en el colegio… y aun así siento que el peso cae sobre ella, no sobre los que le hicieron esto".

Siente que lucha en dos frentes, primero contra los menores que golpearon y humillaron a su hija, y contra una institución que, a su juicio, ha reaccionado tarde, mal y mirando antes por su reputación que por la seguridad de una alumna de 14 años.

La madre de la niña asegura haber recibido una llamada de la madre de uno de los presuntos agresores: "Me llamó diciendo que lo sentía mucho".

"Yo solo quiero que lo que le ha pasado a mi hija no lo tenga que vivir nunca más ni ella ni otra adolescente, queremos más empatía y más seguridad", finaliza.

La adolescente, mientras tanto, intenta volver a clase, hacer deberes, ver a sus amigas. Y lo hace con dos miedos a la vez.

Miedo a que los chicos vuelvan a cruzarse con ella en un pasillo y miedo a que los adultos que deberían protegerla sigan discutiendo no ya la gravedad de lo que le pasó, sino incluso dónde empezó.